Escuché y vi por Facebook a Pablo Aristizábal en diálogo radial sobre educación con Felipe Pigna, hace un par de días, y me pareció necesario aclarar que la que es abuela es la vaca estudiosa, no la escuela.
Conocí (virtualmente) al primero en 2015, en un
artículo donde hablaba de la plataforma que había creado: “Aula 365”, y al mismo tiempo de la
importancia de la otra aula, la de las cuatro paredes, lugar del encuentro
diario entre maestra/o y alumnas/os. P. A. decía de esta última –material, concreta,
tangible, donde se da el contacto humano- que es insuperable, y también lo diría
de la otra, la que él había creado, el aula extendida, virtual, vistos además como
dos espacios compatibles, uno continuidad del otro. Yo lo citaba justamente
porque, siendo él un especialista en la realidad virtual, ponderaba la necesidad, la condición
de imprescindible del aula ‘de carne y hueso’ donde se dé la reunión y el contacto de chicos entre sí y en torno a un adulto acreditado: el o la maestra.
Así reconocía las dos partes que apuntaban a un mismo
objetivo: la educación de niños y adolescentes. Ese doble camino presentaba diferencias
de lenguajes y de situaciones, de sentimientos y emociones, que sin duda podían
complementarse perfectamente, aunque con un rango de especificidad en lo
formal, incluso de complementariedad, el mismo que nos salva en la actual
situación en la que, como todos sabemos, una de las partes está suspendida y el
único camino que por el momento tenemos es el virtual. Sin duda, en paralelo,
la creación de las plataformas es admirable, fascinante, maravillosa, en cuanto
lo que significa a la educación y al conocimiento, a los logros
culturales que pueden esperarse de esos emprendimientos.
Pero el mismo autor que en 2015 afirmaba que la plataforma no remplaza al maestro, al cual consideraba entonces insustituible, ahora, en la conferencia última, habla de escuela y plataforma de modo que hace pensar que se trataría de dos creaciones opuestas. Porque mientras se ve a la plataforma como la estación espacial, entrevistador y entrevistado coinciden en que la escuela es ‘una abuela de 120 años’ (sic). Así, en femenino, y más allá de si abuela/o equivale o no a atraso, nos están diciendo que nuestra escuela es la de 1900. Con esto me hacen pensar que no conocen bien a los docentes, quienes mayormente se preocupan por estar actualizados (o al menos parecerlo).
Cuando oía estas cosas pensaba: qué poco conocen a los docentes. La prueba la dio el mismo Aristizábal, -él también un docente- cuando confesó con ingenuidad su asombro ante el hecho de que, de los que adhirieron a la plataforma, el 70% correspondía a directores de escuelas públicas, lo que implica equipos docentes y alumnos (sí, de escuelas públicas, casi siempre minusvalorizadas).
Eso de que la escuela es una abuela, con lo que se
asimila una institución a los ciclos de vida de un organismo, parece una mirada
más bien biologicista. La escuela es una institución en constante proceso
vivido por generaciones de docentes, a la vez aprendientes, que fueron
construyendo y reconstruyendo con los alumnos el hacer educativo, que saben de
hace rato que los chicos no son sacos vacíos (o en nuestra variedad, bolsas
vacías) y que lo más importante no es llenarlos de contenidos. Al contrario,
desde hace ya varias décadas se prioriza explícitamente el aprender a aprender,
el desarrollo del pensamiento autónomo y más:
preguntarse, cuestionarse, vincular conocimientos, buscar explicaciones,
desnaturalizar prejuicios. Sin duda, repito, la tecnología ofrece posibilidades
que pintan maravillosas y que además se brindan a todos (siempre que se superen
las carencias en hardware, por supuesto), pero sumado a ello yo lo felicito a
Pablo porque, tal vez sin saberlo, comparte los principios de una escuela nueva
-que en realidad, siempre es nueva-, pese a que no mencione que eso que dice sobre
la 'biblioteca' a regalar a cada niño ya lo dice Vigotsky (fallecido por 1938) y que la educación como diálogo y como actividad creadora ya lo plantean Paulo
Freire, Piaget, Ferreiro, Jesualdo, Puiggrós, y muchos otros pensadores y pedagogos de los que se nutren directa o indirectamente los docentes concretos de nuestras aulas.
Resumiendo: lo de las plataformas es fabuloso y
socialmente un aporte inigualable a los objetivos últimos de la educación, que
son -tal como lo explicitan los educadores y los mismos documentos
curriculares- aprender a aprender, desarrollar el pensamiento crítico. Es
verdad que esos objetivos no se han logrado en su totalidad, pues están y
estarán siempre en un hacer constante, pero darlos como nuevos y no existentes
en esta ‘vieja’ escuela es desconocer la realidad, los trabajos y, ya que
estamos con historiadores, desconocer también la historia.