Reúno en este espacio textos de mi autoría que son productos de investigaciones, búsquedas bibliográficas, reflexiones, a veces serias, a veces no tanto, sobre los temas de estudio que transité: el lenguaje, la lengua, el juego de la gramática, el discurso, la enseñanza, la práctica educativa, los libros, y también la aventura maravillosa de haberme internado en el siglo XVI en la selva paraguaya a través de un estrecho ventanuco: las cartas de los soldados que vinieron a este extremo sur del continente. Muchos de estos trabajos fueron publicados en actas de congresos, unos pocos bajo el formato libro, y otros tantos tienen existencia virtual. Tal vez a algún lector le interesen, lo que constituirá para mí un momento de alegría. GLADYS LOPRETO

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jueves, 17 de marzo de 2011

Dialogar con el error


PARA UNA MIRADA HISTÓRICA A LA SEMIÓTICA DEL ERROR
Gladys LOPRETO
Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.
Los maestros antiguos siempre pintaban a las jóvenes hermosas de sus prodigiosas
obras como si fueran chinas y ésa es una norma inalterable que nos vino de Oriente...
Pero cuando amaban a alguien siempre ponían algo de su amada, cualquier huella,
en las cejas, en los ojos, en los labios, en el pelo, en la sonrisa o incluso en las pestañas
de la bella que pintaban. Esa imperfección secreta que introducían en su pintura
se convertía en una señal de amor que solo los propios amantes podían reconocer.
Orhan Pamuk (2006): ME LLAMO ROJO

1. MARCO GENERAL
El marco general de nuestro trabajo es la diversidad cultural y lingüística como concepto clave en la formación de docentes, en escuelas de la ciudad de La Plata -capital de la provincia de Buenos Aires (Argentina) y alrededores. Nos guía como objetivo constituir un aporte para combatir la discriminación en el aula, a partir de reconocer que “las fronteras nacen en la escuela”, según estudios llevados a cabo por el sociólogo M. Fernández Enguita, de la Universidad de Salamanca, en los que se constató “más desigualdad y endogamia en el aula –espacio organizado por la institución- que en el juego” (Diario El País, 2008).[1]
La lengua única, la lengua requerida para el éxito, es tal vez el desideratum de muchos docentes, que consideran el rasgo de unidad de la lengua como condición necesaria para la comunicación. En principio debemos decir que es éste un típico pensamiento lineal. Interactuar con lo diferente implica en cambio andar por un camino sinuoso y complejo, que se va continuamente abriendo, ante lo cual surge el temor de ‘atrasarse’, de no llegar a la meta: obtener el lenguaje aceptado, el instrumento de comunicación que es herramienta sinequanon para el éxito. Aparentemente este razonamiento tiene consistencia, según la cual sería más efectivo transitar el primer camino, pero lo que lo impide es que la llamada ‘realidad’ es compleja, por lo cual el pensamiento simple, aunque no se lo proponga, se convierte en reduccionista y en causa de discriminación (Morin E. 2006).
De ahí la necesidad de formar desde el conocimiento en el tema enunciado, que no solo aparece como principio en documentos curriculares de origen institucional sino también en la legislación de las últimas décadas y actualmente vigente en el orden nacional y provincial. Sin embargo muchas veces hemos observado que, en el orden factual, se generan situaciones complejas en las que aparecen sentimientos de inseguridad en el aprendiente e incertidumbre en el docente, que hacen que este principio en la práctica sea rechazado.
Indagar en estos fenómenos es el propósito de este trabajo para efectuar un aporte desde el conocimiento. Encontramos que la semiótica es un espacio adecuado para el tratamiento del tema, tanto por el desarrollo de  procedimientos abductivos como porque sustenta un espacio en el que se intersectan diferentes conocimientos.

martes, 1 de marzo de 2011

ENTREVISTA A GLADYS LOPRETO - Junín 2004


ALGUNOS MITOS DEL LENGUAJE

COPETE: La lingüista entrevistada opina sobre la ortografía, la diversidad lingüística de los grupos, el “hablar correcto”. También explica cómo se crean las nuevas palabras de nuestra lengua.

Dicen que el diccionario es un cementerio de palabras. Este concepto da cuenta de que la existencia y resignificación de los signos lingüísticos sólo cobra sentido en la interacción social. Es decir, somos los seres sociales quienes damos vida a la lengua a través de nuestros intercambios lingüísticos originados por necesidades reales, y no al revés. La lengua -sin nosotros- no sería más que letra muerta.
También se observa que ciertos grupos intentan desprestigiar a otros por “hablar mal”. Sin embargo, hoy los lingüistas consideran que el “hablar correcto”, es una calificación realizada por los grupos (o si se prefiere por las clases) que cuentan el poder simbólico de valorar, distinguir lo “aceptado” de lo no “aceptado”, lo “culto” de lo “inculto”. Esto nos hace pensar que, aunque la lengua es una convención y todos los grupos sociales tendrían el mismo derecho de definir su modo de comunicación, la discriminación de los grupos por el uso del lenguaje intenta soslayar cuestiones más profundas (como la discriminación por clase social, por edad, por color de piel, por nacionalidad) .
En este sentido, si el lenguaje es creado por los seres humanos: ¿por qué pareciera que estamos encadenados a él? Sobre estos mitos de la lengua y sobre otros conversamos con la lingüista Gladys Lopreto, profesora de Lingüística en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP y en Institutos Superiores de Formación Docente.

El diccionario dice la verdad de las palabras, ¿o la verdad de las palabras está en la calle?
El diccionario funciona como un archivo de datos, va acumulando aquellos sentidos que fue adquiriendo la palabra no en usos particulares de una persona en forma aislada sino en el consenso social. Por un simple razonamiento lógico, y teniendo en cuenta además lo laborioso de la tarea de editar un diccionario, se sigue que siempre va a estar atrasado con respecto al uso del lenguaje, además de que es probable que incluya palabras en desuso.

¿Qué piensa de las afirmaciones de algunos intelectuales que aseguran que los jóvenes hablan “mal”?
Yo diría que los jóvenes, que integrarían un grupo obviamente transitorio, además de (por definición) inmaduro, comparten en principio con otros grupos una gran proporción del lenguaje común a todos los hablantes. Sin embargo, tienen al mismo tiempo códigos propios en los que se reconocen y a los cuales los unen sentimientos de fidelidad y de pertenencia, muy importantes a la hora de marcar distancia con respecto a las generaciones precedentes. Van creando e incorporando continuamente palabras nuevas o usos nuevos tomados vaya a saber de dónde, pero seguramente de fuentes valoradas por ellos, con los que sustituyen determinados usos canónicos. Bien: cuando se dice que tienen lenguaje “pobre”, en principio no se tiene en cuenta que todavía no han llegado a la madurez; luego, se cuenta qué y cuántas palabras no conocen o no usan del lenguaje ya consagrado por los ‘mayores’, pero no se toman al hacer números las palabras “inusuales” que inventan, incorporan y así circulan en los grupos juveniles, con lo cual matemáticamente corren en desventaja. Por supuesto, muchos aducirán que se trata de jergas o incorrecciones, pero también hay que tener en cuenta, como afirma A. Alatorre, que todo hecho innovador en el lenguaje pasó por un período previo en el que era incorrecto.
De todos modos quiero aclarar que estamos manejándonos con opiniones o impresiones: no hay estudios serios hechos al respecto que permitan afirmar una cosa o la contraria. Hay mucho de apreciación subjetiva, porque al final quienes ponemos lo parámetros somos los adultos, que valoramos un lenguaje “rico” y al mismo tiempo hemos creado una cultura extremadamente verbalizada, al punto de que confundimos ‘conocimiento’ con ‘verbalización del conocimiento’, o ‘justicia’ con ‘verbalización de la justicia’, y si no fijáte cuánta impunidad se deriva de que ladrones o asesinos adecuen su comportamiento a las palabras de la Ley, es decir, a la palabra escrita en los códigos jurídicos. Yo siento que los jóvenes, que pasan por una etapa fundamentalista, demuestran acá el rechazo a una sociedad que muchas veces se queda en las palabras. De todos modos el rechazo en sí mismo, si se queda en una actitud de rebeldía nada más, favorece la disminución de la autoestima, y eso es lo que se ve en ellos muchas veces y que los hace muy vulnerables a las críticas.

Existen comunicadores como Mariano Grondona que le dan gran importancia a la  a la historia de las palabras (la etimología) en sus argumentos. ¿Hasta donde sirve basarnos en la etimología para nombrar una realidad que se nos presenta siempre como nueva?
El significado de una palabra está en su uso actual, no en sus antiguas raíces, pero conocer éstas y luego la historia de evoluciones y cambios suele ser muy interesante porque está ligado a la historia de la cultura, de modo que tomar conciencia de esto nos amplía la mente, nos ayuda a conocer. Por ejemplo, fijate que la palabra trabajo parece que viene de una raíz tripalium (literalmente: tres palos), nombre de un antiguo instrumento de tortura de los romanos; luego en el siglo XVI se usaba trabajo con el sentido de 'sufrimiento', y sin embargo fijáte hoy, es lo que todos quieren. Da que pensar, no?. Que nos vengan después con eso de que 'el trabajo es salud'... En fin, hay mucho que decir sobre esto. País tiene que ver con paisano: 'el que vive en un lugar', mientras que patria  viene de pater 'padre, pater familias' (o sea asociado con ‘sociedad patriarcal, machista’).
Pero es erróneo pensar que una palabra tiene que significar algo en función de sus orígenes, ya que muchas veces se producen cambios no solo de significado sino valorativos. Fijáte vos: beodo es más antigua pero como se consideraba ordinaria, ‘mala palabra’, empezó a sustituirse por borracho, que se consideraba más fina, y hoy es al revés. Hoy asociamos violencia con ‘muerte’, y viene de la raíz bio ‘vida’. El adjetivo pulcra significaba ‘hermosa’, mientras que bella es un adjetivo superlativo asociado con la bondad, cambio que se vuelve a repetir cuando decimos “Está buenísimo/a!”. Bárbaro indicaba una valoración negativa en su origen, hoy se usa como superlativo positivo. Había alcaldesas en el siglo XVI pero no eran como podríamos pensar hoy mujeres políticas o públicas, sino señoras muy amas de casa casoriadas con el alcalde.
En todos estos casos, lo etimológico no coincide con el uso actual, que es el que vale. Observar los cambios interesa porque es como recorrer el pensamiento, el razonamiento de la humanidad en su historia, nada más. Usarlo como argumento para justificar determinadas conclusiones es una estrategia muchas veces solapada, que busca de ese modo imponer determinadas conclusiones favorables al comentarista de turno y a fundamentar su ideología, que se apoya en uno de los peores racismos, al decir de P. Bourdieu: el racismo de la inteligencia.

¿Por qué se crean palabras nuevas?
Hay palabras que mueren y otras que nacen. El lenguaje es como una herramienta: mientras sirve la usamos aún para designar situaciones nuevas, pero cuando ya no nos alcanza para decir lo que queremos decir, entonces creamos palabras nuevas a partir de viejas raíces, o tomándolas del extranjero, o asignamos nuevos significados, luego fatalmente esas invenciones terminan acomodándose dentro de las estructuras de que dispone la lengua. Un ejemplo interesante es zafar,  una vieja palabra restringida antes a la mecánica y especialmente a la náutica, que en los tiempos de Alfonsín, cuando todo se venía a pique económicamente y los precios de las cosas crecían en minutos, pasó a significar 'salvarse'; esta palabra adquirió una gran expresividad, pasó a ser muy usada, justamente por la necesidad o el intenso deseo que sentía la gente en ese momento de 'escapar'  del 'mecanismo' en el que fatalmente todos caeríamos y que conduciría al desastre económico.

 ¿Existe alguien que crea las palabras nuevas?
Claro, es de suponer que alguien las crea, pero solo se difunden si son aceptadas, consensuadas, utilizadas, por un grupo social y luego por la sociedad en general. Esta creación no es tan consciente y deliberada y la creación tampoco es tan unipersonal (aunque hubo casos de escritores o cantautores conocidos que inventaron palabras que luego se generalizaron), de hecho no basta con que la produzca un emisor, debe haber cuanto menos otro: el receptor o por lo general varios, muchos receptores que a su vez se convertirán en emisores, ya que el lenguaje es de naturaleza social. Lo decisivo es que alguien o muchos captan una necesidad expresiva, o como se decía antes 'el espíritu de la época', y lo plasman en sonidos. Yo diría que las necesidades fundamentalmente son de dos tipos: intelectuales, conceptuales (designar un concepto nuevo, un conocimiento del que antes no se tenía clara conciencia), y afectivas: en este sentido estamos creando palabras continuamente, porque las que ya existen a veces sentimos que no nos sirven para lo que nos conmociona, lo que nos emociona fuertemente. El amor crea palabras, mencionamos al ser querido cada día con palabras nuevas.
Y también hay que contar con otro objetivo, que suele movilizar la creación: la necesidad de ocultamiento. El lenguaje sirve para comunicarnos; y también para no comunicarnos cuando así lo queremos:  es decir, yo me comunico con quienes comparten mis códigos, a los que al mismo tiempo les estoy dando señales de fidelidad y pertenencia, pero dejo afuera a aquellos que no los comparten. Esto pasa a veces en las cárceles, en los oficios, con los jóvenes...

Muchas mamás se quejan que los chicos de ahora tienen muchas faltas de ortografía , y que además les cuesta mucho más escribir que a las generaciones anteriores. ¿Por qué sucede esto y en qué los puede perjudicar?
La competencia ortográfica es valorada, aunque hoy tiene menos peso que antes. Aunque hayan salido a la luz diversos intentos por jubilarla, todavía quienes escribimos una nota, un artículo periodístico, un informe, un texto literario, 'sentimos'  que debemos ajustarnos a la norma correcta, no porque ésta sea una exigencia de los gramáticos sino porque es una exigencia, una condición impuesta por la misma sociedad. No sé de sociedades donde esto no exista; sí se puede dar que en un momento determinado las mismas instituciones guardianas de la lengua se decidan a 'actualizar' la ortografía: por ejemplo simplificar algunos grupos consonánticos como en setiembre, o las dobles vocales y escribir cordinar, coperativa, usos que ya están aceptados. En italiano no existe h inicial. Creo que la normativa de la escritura no va a desaparecer, tal vez sí algunos elementos de los que puede prescindirse, como por ejemplo la tilde. También la puntuación, al menos en literatura, tiende a cambiar, a simplificarse.
Aclaremos que la normativa ortográfica generalizada comenzó en el siglo XVIII, con la creación de la Real Academia Española, antes de la cual había una correlación más estrecha entre grafema (letra) y pronunciación; claro, esto producía cierto uso anárquico, pero no nos olvidemos que el Quijote, considerada la mejor novela de todos los tiempos, se escribió antes de ser creada la RAE.

 ¿Qué recomendaciones les puede hacer a las madres preocupadas por la mala ortografía de sus hijos?
Les contaría la siguiente anécdota de la cual fui testigo: una amiga mía estaba afligidísima porque su hijo escribía con más faltas ortográficas que palabras, ya había pasado el secundario y la universidad y seguía igual. La mujer tenía cierta preparación y le hacía hacer todos los ejercicios habidos y por haber, los manuales más actualizados, para que el chico corrigiera sus falta, sin ningún resultado. Pero un día le ofrecieron al joven trabajar en el principal diario del país (no lo voy a nombrar), para lo cual como se sabe se toma un examen en el que el candidato debe demostrar capacidad para redactar correctamente y sin faltas de ortografía. Pues bien, el jovencito en quince días adquirió una correcta ortografía, y colorín colorado le dieron el puesto de redactor. Es decir: en este como en casi todos los casos el aprendizaje tiene que ver fundamentalmente con una motivación y con una necesidad. Cuando un chico no aprende casi siempre tiene que ver con que eso falta.