Reúno en este espacio textos de mi autoría que son productos de investigaciones, búsquedas bibliográficas, reflexiones, a veces serias, a veces no tanto, sobre los temas de estudio que transité: el lenguaje, la lengua, el juego de la gramática, el discurso, la enseñanza, la práctica educativa, los libros, y también la aventura maravillosa de haberme internado en el siglo XVI en la selva paraguaya a través de un estrecho ventanuco: las cartas de los soldados que vinieron a este extremo sur del continente. Muchos de estos trabajos fueron publicados en actas de congresos, unos pocos bajo el formato libro, y otros tantos tienen existencia virtual. Tal vez a algún lector le interesen, lo que constituirá para mí un momento de alegría. GLADYS LOPRETO

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lunes, 28 de febrero de 2011

LA CARTA DE ISABEL DE GUEVARA

A la muy alta y muy po­derosa señora la Prinçesa Doña Joana, Gouernadora de los reynos d’ España, etc. -En su Consejo de  Yndias.

Muy alta y muy poderosa señora:
A esta probinçia del Río de la Plata, con el pri­mer gouernador della, Don Pedro de Mendoça, avemos venido çiertas mugeres, entre las cuales a querido mi ven­tura que fuese yo la vna; y como la armada llegase al puerto de Buenos Ayres, con mill e quinientos hombres, y les faltase el bastimento, fué tamaña la hambre, que, á cabo de tres meses, murie­ran los mill; esta hambre fué tamaña, que ni la de Xerusa­len se le puede ygualar, ni con otra nenguna se puede conparar. Vinieron los hombres en tanta flaqueza, que todos los trava­jos cargavan de las pobres mugeres, ansi en lavarles las ropas, como en curarles, hazerles de comer lo poco que tenian, alim­piarlos, hazer sentinela, ron­dar los fuegos, armar las vallestas, quando algunas vezes los yn­dios les venien a dar guerra, hasta cometer á poner fuego en los versos, y á le­vantar los soldados, los questavan para ello, dar arma por el canpo á bozes, sargenteando y poniendo en orden los solda­dos; porque en este tienpo, como las mugeres nos sustentamos con poca comida, no aviamos caydo en tanta flaqueza como los hombres. Bien creera Vuestra Alteza que fué tanta la soliçi­tud que tuvieron, que, si no fuera por ellas, todos fueran aca­bados; y si no fuera por la honrra de los hombres, muchas mas cosas escriviera con verdad y los diera a hellos por testigos. Esta relación bien creo que la escribiran á Vuestra Alteza mas largamente, y por eso sesaré.  
Pasada esta peligrosa turbunada determinaron su­bir rio arriba, asi, flacos como estavan y en en­trada de yn­vierno, en dos vergantines, los pocos que quedaron viuos, y las fatigadas mugeres los curavan y los miravan y les guisauban la comida, tra­yendo la leña á cuestas de fuera del navio, y animandolos con pa­labras varoniles, que no se dexasen morir, que presto darian en tierra de comida, me­tiendolos a cuestas en los vergantines, con tanto amor como si fueran sus propios hijos. Y como llegamos a vna generaçion de yndios que se lla­man tinbues, señores de mucho pescado, de nuevo los serviamos en buscarles diversos mo­dos de guisados, porque no les diese en rostro el pescado, á cabsa que lo comian sin pan y estavan muy flacos.
Despues, determinaron subir el Parana arriba, en de­manda de bastimento, en el qual viaje, pasaron tanto tra­bajo las desdichadas mugeres, que milagrosa­mente quiso Dios que biviesen por ver que hen ellas estava la vida dellos; porque todos los serviçios del navio los tomavan hellas tan a pechos, que se tenia por afrentada la que menos hazia que otra, serviendo de marear la vela y gouernar el navio y sondar de proa y tomar el remo al soldado que no podia bo­gar y esgotar el navio, y poniendo por de­lante a los solda­dos que no se desani­masen, que para los hombres heran los trabajos: verdad es, que á estas cosas hellas no eran apremiadas, ni las hazian de obligaçión ni las obligaua, si so­lamente la caridad. Ansi llega­ron á esta çiudad de la Asunçion, que avnque agora esta muy fertil de bastimentos, entonçes estaua dellos muy neçesitada, que fué neçesario que las mugeres boluiesen de nuevo a sus trabajos, haciendo rosas con sus propias manos, rosando y carpiendo y sen­brando y recogendo el basti­mento sin ayuda de nadie, hasta tanto que los soldados  guare­çieron de sus flaque­zas y començaron á señorear la tierra y alquerir yndios y yn­dias de su serviçio, hasta ponerse en el es­tado en que agora esta la tierra.
E querido escrevir esto y traer á la memoria de Vuestra Alteza, para hazerle saber la yngratitud que con­migo se a vsado en esta tierra, porque al presente se repartió por la mayor parte de los que ay en ella, ansi de los anti­guos como de los moder­nos, sin que de mí y de mis trabajos se tuviese nen­guna memoria, y me dexaron de fuera, sin me dar yn­dio ni nengun genero de serviçio. Mucho me quisiera ha­llar libre, para me yr a presen­tar delante de Vuestra Alteza con los serviçios que a Su Magestad e he­cho y los agravios que agora se me hazen; mas no esta en mi mano, porquestoy casada con vn cauallero de Sevilla, que se llama Pedro d’Esquiuel, que, por servir á Su Mages­tad, a sido cabsa que mis trabajos quedasen tan oluidados  y se me renovasen de nuevo, porque tres vezes le saqué el cuchillo de la garganta, como allá  Vuestra Alteza sabrá. A quien suplico mande me sea dado mi repartimiento perpétuo, y en gratificaçión de mis serviçios mande que sea proveydo mi marido de algun cargo, con­forme a la calidad de su per­sona; pues él, de su parte, por sus serviçios lo merese. Nuestro Señor acreçiente su Real vida y es­tado por mui largos años.

Desta çibdad de la Asunçion y de jullio 2, 1556 años.

Serbidora de Vuestra Alteza que sus Reales manos besa.

Doña Ysabel de Guevara.

La anterior es copia de la versión mecanográfica existente en la Biblioteca Nacional, corregida y cotejada con el original por Gaspar García Viñas. 
Prof. Gladys Lopreto.

Copiamos abajo un fragmento de otra Carta, de un compañero de viaje de Isabel, el soldado Francisco  Galán, quien relata en 1545 la misma travesía:

...Después que vine a esta tierra trabajosa e más peli­grosa en compañía de Don Pedro de Mendoza, como V.M. sabe, no he escrito a Vuestra Merced para darle cuenta de los in­fortunios que después acá han suce­dido, no por falta de deseo e voluntad por que ésta nunca me ha fal­tado ni fal­tar  para las cosas de su servicio salvo por el aparejo que no he tenido, por­que todas las veces que se ha hecho mensajero de esta tierra e provincia me he hallado au­sente del puerto de Buenos Aires, de do parten los na­víos para esos Reinos, de cuya causa he tenido mu­cha pena porque Vuestra Merced me habrá tenido en reputa­ción de des­cuidado e negligente, por lo que suplico a Vuestra Merced pues no ha sido más en mi mano me mande tornar a restituir en mi crédito. Al tiempo que Don Pedro vino a esta tierra sucedió muy grande muerte, así de ham­bre como de enemigos, y estuvo toda el Armada en punto de ser per­dida e destruida por falta de buen gobierno e administra­ción de capitanes, por la poca experiencia que tenía él y los que con él vinieron, e dende a pocos días sucedidas las dichas muertes se subió por el río arriba en bergan­tines al puerto que dicen de Corpus Christi, que es ochenta leguas más arriba del puerto de Buenos Aires, donde fue el pri­mer puerto y escala y población que asentó en esta provincia después del puerto de Buenos Aires. En este puerto de Corpus Christi estuvo en conver­sación de unos indios que se dicen tenbúes, aquí la gente se reformó e tuvo de comer. Dende a ciertos días envió a Juan de Ayolas por su capitán general con tres navíos a cierta gente a descubrir el río del Paraguay e sa­ber e calar la tierra por do mejor se pudiese entrar e dende a tres meses que fue partido, habiéndose el dicho Don Pedro de Mendoza retirado e vuelto al dicho puerto de Buenos Aires, envió al capitán Juan de Sa­lazar de Espinosa con dos navíos en demanda e se­guimiento del dicho Juan de Ayolas e yo vine en el dicho tiempo en su compañía, en el cual viaje pasamos grandes e intolerables trabajos, así en la navegación como de hambre, y a cabo de seis meses poco más o me­nos hallamos en el río del Paraguay dos ber­gantines de los que Juan de Ayolas había subido, y en ellos hallamos treinta hombres y por capitán de ellos a un Domingo de Irala, vizcaíno, el cual informó y dijo como por el puerto de la Candelaria que es en este dicho río, donde habitan unos indios pescadores que se dicen pa­yaguaes, a 12 de febrero del año de 537 el di­cho Juan de Ayolas había hecho su entrada con ciento treinta hom­bres en demanda de las minas e poblaciones de la tierra aden­tro, e que había llevado por guía un esclavo que fue de un cristiano que se decía García que había entrado por la dicha tierra e sabía el ca­mino y con otros ciertos paya­guaes de la dicha gene­ración, e que a él le había de­jado en los dichos ber­gantines para que le aguardase en el di­cho puerto hasta que volviese. Habida esta relación, el dicho ca­pitán Juan de Salazar se abajó e vino por este río del Paraguay abajo ciento e veinte leguas del dicho puerto de la Candelaria y en concordia de estos in­dios carios asentó y hizo una casa fuerte de madera que está trecientas leguas del puerto de Buenos Aires, y dejado en ella la mitad de la gente que traía en los bergantines se volvió al puerto de Buenos Aires a dar cuenta al dicho Don Pedro de Mendoza, al cual ha­lló partido para los rei­nos de España, y luego se volvió a la dicha casa y puerto que se dice de la Asunción a la guardar e defender, e yo siempre he es­tado en su compañía por manera que como he dicho a Vuestra Merced no he tenido lugar de avisalle de to­das las cosas que han pasado <...>. (fragmento de la Carta de Francisco Galán dirigida a Rodrigo de Vera de Villa­vicencio, 1§ de marzo de 1545, Doc. 235, Co­misión, II, 424ss.)

1 comentario:

  1. Anónimo1:59

    Opina Felipe Pigna de Gladys Lopreto que es 'la investigadora que más exhaustivamente ha trabajado sobre este documento'. En Pigna F. (2011): Mujeres tenían que ser. Buenos Aires, Planeta.

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