Reúno en este espacio textos de mi autoría que son productos de investigaciones, búsquedas bibliográficas, reflexiones, a veces serias, a veces no tanto, sobre los temas de estudio que transité: el lenguaje, la lengua, el juego de la gramática, el discurso, la enseñanza, la práctica educativa, los libros, y también la aventura maravillosa de haberme internado en el siglo XVI en la selva paraguaya a través de un estrecho ventanuco: las cartas de los soldados que vinieron a este extremo sur del continente. Muchos de estos trabajos fueron publicados en actas de congresos, unos pocos bajo el formato libro, y otros tantos tienen existencia virtual. Tal vez a algún lector le interesen, lo que constituirá para mí un momento de alegría. GLADYS LOPRETO

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lunes, 28 de febrero de 2011

CAOS Y LENGUAJE (2003)

1.   CAOS Y LENGUAJE


Gladys Lopreto (Profesora de Lingüística e Investigadora de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Univ. Nac. de la Plata, Argentina)

Introducción. El presente trabajo intenta aportar a la hipótesis de que las conocidas como Teorías del Caos proporcionan un sustento teórico más adeucado al estudio de la Lengua y, consecuentemente, a su aplicación a la enseñanza.
El sueño positivista de una lengua homogénea y lineal ha terminado. Ni siquiera se sostiene si logramos aislarla y convertirla en ‘meras palabras’, al decir de G. Bateson. Tal vez sea posible imaginarla dividida discretamente en fonemas y morfemas, (y por qué no, también en subjetivemas y otros conceptos parecidos), pero cuando cobra vida como instrumento de conocimiento y de comunicación, cuando como señalaba Barthes entran en juego la connotación y la metáfora, y agreguemos, los ecos de la poesía, la contundencia de los hechos, etc., entonces se diluyen los contornos en un continuo vital y significativo. Allí alentamos otro sueño: el siempre presente deseo de romper barreras de lo cuantificado para sumergirnos en el todo. Entre uno y otro extremo brotan las palabras. El lenguaje, instrumento de comunicación y de conocimiento -también de sus contrarios, repite la metáfora biológica (H. Maturana): sin organización se dispersaría en lo indefinido, con una organización rígida se secaría, impenetrable. La teoría gramatical, incluso la generativa, ha logrado captar parcialmente el sistema, aliándose a la escritura y a la escuela, pero los que intentamos aproximarnos al lenguaje con fines de estudio y de enseñanza, sabemos que son excesivos los quiebres y las continuas derivas en la misma escritura, infinitamente más en la oralidad, que revelan una actividad secreta constante (1). Es esto lo que dificulta su abordaje por un marco teórico que no tenga en cuenta los postulados de las Teorías del Caos.


1. ¿Sistema o uso? En unas Jornadas de Lingüística Aplicada convocadas por la Universidad de Rosario (Argentina), en 1991, escuché decir al conocido lingüista uruguayo Elizaicin, citando a Chomsky, que los empíricos van a la vanguardia de los teóricos. Sin duda por un prurito cientificista, durante mucho tiempo predominó en la enseñanza de la lengua -que es uno de los campos de aplicación de la lingüística- la decisión de elegir la dirección opuesta. Esto llevó a privilegiar la enseñanza de uno de los aspectos de la lengua que por un lado presenta complicaciones o dificultades, lo que justifica su inclusión como materia escolar, y por otro lado se muestra apto a las descripciones o explicaciones sistemáticas, graficables, susceptibles de ser cuantificadas o reducidas a algoritmos o ecuaciones matemáticas -y ya se sabe que todo lo traducible al lenguaje matemático goza del prestigio científico-: me refiero a la sintaxis. Agreguemos que todas las condiciones señaladas hacen que el componente sintáctico de la lengua ofrece no solo una buena cantidad de material apto para desarrollar algún tipo de explicación que sustente la actividad escolar -es decir, que justifique que haya escuelas, alumnos y docentes-, sino también pautas claras para la evaluación, ya que puede culminar en ejercicios ‘objetivamente’ valorables, y esto pareció ser durante mucho tiempo el desideratum de todo maestro o profesor. En otras palabras, se trata de una herramienta útil en la escuela que predominó sobre otros aspectos de la materia, aunque en el momento de especificar objetivos de la enseñanza se utilizaran frases como “enriquecer la expresión oral y escrita del alumno”, “afianzar el uso de la lengua”, “crear criterios estéticos”, etc. Sin embargo, como todos sabemos, ya hace mucho tiempo que ha caído en descrédito la utilidad formativa, expresiva, etc., que otrora se le reconciera a la sintaxis, y la tendencia es partir del texto. Es decir, abandonar una marcha si se quiere progresiva en dificultades, una `enseñanza programada’, y elegir otra marcha, signada por lo contingente, lo histórico, lo circunstancial: el texto o discurso.
Esta segunda elección lleva a privilegiar la práctica intensiva de la lectura, la escritura, el diálogo, la oralidad, todo lo que se refiere a la producción e interpretación, para lo cual el punto de partida no es analítico sino global, un sumergirse en el lenguaje más que detenerse a mirarlo. Una vez más caemos en la cuenta de que los empíricos, sin proponérselo, y tal como lo reconociera el indudable defensor de la mirada científica, siguen yendo adelante. El mecanismo que los guía es intuitivo, como en los poetas y los creativos, lo que no quiere decir irracional.
Y hablando de poetas, permítaseme una disgresión. Que no es meramente ilustrativa, porque el lenguaje comprende, además de los tres o cinco niveles ya reconocidos, otros como los ecos, las resonancias, etc., que se unen a fonemas, morfemas, sintagmas, etc.Pues bien, en este punto me vienen a la memoria los versos de un poeta bastante conocido en mi país, tal vez socorrido en exceso por la escuela, B. Fernández Moreno, quien dialogaba en verso con el sauce y los gorriones, además de los congéneres, y también con ‘una laguna a la que dicen la limpia’. A ella la describe:

más redonda cada luna / y más limpia cada mes,
más pálida, más delgada, / sin un junco, sin un pez,
más pagada de sí misma, / más dueña de su desdén...
­¡Qué ganas de ser torrente / y enturbiarte de una vez!

Esta laguna excesivamente humanizada parece pensada para ciertas actitudes de nuestra cultura, en particular con respecto a la lengua. Sobresale allí el adjetivo ‘limpia’, que todos recordamos como uno de las cualidades a lograr por la Real Academia Española para la lengua, según aparece expresado en el antiguo lema. Objetivo encomiable sin duda pero que se relaciona acá con la falta de vida, aparece como opuesto al torrente, lo turbio, condiciones que, tal como lo siente el poeta, son exigencias de lo vivo. Notemos además la alusión a la ‘redondez’ o perfección del sistema para aquellos que lo ‘dominan’ y en consecuencia están autorizados a enseñarlo, lo que les da derecho a ese ‘desdén’ o prejuicio negativo, bastante frecuente en nuestro medio, hacia aquellos que no dominan la lengua estándar o la llamada otrora norma culta, entre los cuales es común que se cuente a los jóvenes.
Lo limpio es imagen de lo estático, donde cada elemento está decantado. Lo turbio, mezcla de elementos, nos habla de movimiento, energía, fuerza. Esto nos permite cambiarnos de marco para analizar desde otro punto de vista el lenguaje, como un sistema que contiene energía. Si bien según la Primera Ley de la Termodinámica ésta se conserva, lo cual es la base en la que se apoya el circuito del habla o la comunicación, es fatal la entropía, como lo dice la Segunda Ley, lo que constituye el elemento trágico del mito; para contrarrestar este efecto se realiza el ritual del lenguaje, como un intento de disminución de la entropía (o negentropía) (Balandier). El lenguaje sería una forma de negentropía, según el concepto de Ch. Hockett (1958: 556).
Notemos al mismo tiempo que dentro del lenguaje mismo habría aspectos como la oralidad y la ‘redacción’ que sentimos más próximos al torrente, mientras otros tenderían a la inmovilidad, como la escritura -al menos en las notas oficinescas- y el análisis sintáctico, en el cual se estaquea, se inmoviliza una frase para su disección. Los profesores de lengua rehuimos de lo primero, por su mayor ingobernabilidad, y hemos abusado durante mucho tiempo de lo segundo, al mismo tiempo que la escuela quiere imponer las pautas de la escritura -que tienen mayor fijeza- aún en la oralidad, todo lo cual suele provocar tedio y rechazo en el joven hablante.


2. Un sistema dinámico. En el pensamiento de Saussure, lo que acabamos de reconocer como el ritual de la lengua pone orden en el caos del pensamiento y de los sonidos, que en sus palabras son “amorfos”, estableciendo cortes discretos y correspondencias. De ahí que construye ese espacio virtual como objeto de estudio al que denomina la ‘lengua’, y lo compara con el ajedrez, es decir, con un juego reglado. Luego Hjelmslev: en cada una de las dimensiones va a diferenciar entre ‘sustancia’ (=amorfo, al menos para la mente humana) y ‘forma’ (=la organización de la sustancia).
En algunas partes N. Chomsky, a pesar de que señala ‘la estrechez de miras del estructuralismo’ y ahonda en las relaciones pensamiento / lenguaje, mantiene sin embargo el símil del ajedrez (1985: 43). Me interesa la imagen. El ajedrez y la lengua son semejantes si tenemos en cuenta la gran complejidad de ambos, que otorga a cada sistema una altísima productividad, o dicho en otras palabras, la posibilidad de “infinitas” combinaciones. Pero mientras “infinitas” significa para el ajedrez ‘incontables’, puede no tener el mismo sentido aplicado al lenguaje. En efecto, en él operan mecanismos de cambio, de muerte y producción de nuevos elementos, valores de mercado, etc., que convierten en incontables e impredecibles no solo las combinaciones sino también los propios elementos considerados en sí mismos.
La comparación lleva implícitos los conceptos de ‘carácter discreto’ y de regla. Son rasgos innegables para las piezas del ajedrez y el tablero, y durante mucho tiempo nos pareció que lo eran para la lengua. Por ejemplo, Ch. Hockett (1971: 559) contrapone lo lingüístico a lo paralingüístico (gestos, señalamiento por el dedo) para explicar la diferencia entre las nociones de carácter discreto y continuo, reconociendo como propio del lenguaje el primero. Sin embargo, se ha dado como bastante verosímil la hipótesis de que el lenguaje fue primero un sistema de gestos. Así leemos en G. Bateson (1972: 38-39)

(...) no  existen ‘meras palabras’. Sólo existen palabras con gestos o tonos de voz o algo semejante. Pero, por supuesto, los gestos sin palabras son bastante comunes. (...) La idea de que el lenguaje está hecho de palabras no tiene sentido... y cuando dije que los gestos no se pueden traducir en ‘meras palabras’, estaba diciendo cosas sin sentido, porque no existe nada que sea ‘meras palabras’. Y toda la sintaxis y la gramática y esas cosas no tienen sentido. Están basadas en la idea de que existen ‘meras palabras’... y no existen. (...) El lenguaje es primera y principalmente un sistema de gestos (...) y las palabras se inventaron después. Mucho después, cuando ya habían inventado los maestros de escuela.

Este texto no es simplemente irónico. Por el contrario, cobra sentido si lo relacionamos con experiencias que tenemos a diario, por ejemplo, de expresiones orales en las cuales los límites de palabras y los contornos mismos no son tan precisos como quisiéramos. Cuando nos damos cuenta de que la pronunciación -es decir, la oralidad- es habitualmente difusa, poco definida, y que sin embargo somos capaces de reconocer de todos modos las `meras palabras’, lo explicamos como un caso del llamado `lenguaje interiorizado’; en realidad eso en que estamos pensando es tan solo el lenguaje escrito, escolarizado, con caracteres bien discernibles para nuestra escritura occidental, pero no exactamente el mismo que ese flujo continuo -no discreto- con sonidos que se entrecruzan o superponen entre sí y también con lo físico y lo espacial.
Los bordes difusos no atañen solo al elemento sonoro. En el libro de Saussure el arbor o árbol, acompañado del consabido esquema gráfico convencional, soporta con sus potentes ramas la teoría del signo lingüístico. Un ejemplo claro, fácil, despojado de connotaciones incómodas al menos en la época en que fue elegido, motivo por el cual seguramente lo fue y por el cual solemos repetirlo. Así señalamos la secuencia de cinco fonemas y la de otros tantos rasgos componenciales: que tiene raíz, tronco, ramas, follaje, etc., todo lo cual concluye en un ‘concepto’, proceso que sustenta, en forma subyacente, el reconocimiento del carácter discreto, tanto a nivel fonológico como semántico, caro al estructuralismo. Sin embargo, cuando uno pregunta por una palabra tan simple a la gente común se encuentra con respuestas inesperadas: primero, no siempre son discernibles los cinco fonemas, prueba de ello es la escritura por hablantes de baja escolaridad (a pesar de que se trate de una palabra que aparentemente no presenta dificultades de pronunciación); luego, a la hora de analizar los rasgos de significado común que cada uno tiene internalizados, surgen conceptos como ‘amistad’, ‘encuentro’, el tan antiguo de ‘vida’, el actualísimo de ‘ecología’. Y hasta el dibujito con el que inocentemente alguien ilustró los apuntes de clase tomados al maestro ginebrino, terminó siendo el logotipo de una compañía de seguros: es decir, de un texto neutro, como lo quería Saussure, a representante del libre mercado, pasando antes por el cuadro idílico. Así la metáfora rompe los límites del carácter discreto: el significado de connotación tiene a la vez un carácter general, global y difuso..., asegura una diseminación de los sentidos (Barthes, 1964: 139).
Esto ocurre si tratamos con un signo aislado y tan transparente como árbol. Si avanzamos, nos encontraremos con la ‘oración’, concepto para el cual siguen haciéndose valer los criterios cuantitativos. Podría pensarse así que una oración es un conjunto de n palabras, y luego que un texto es un conjunto de n oraciones, es decir, una serie de construcciones con una determinada estructura y consiguiente puntuación, que guarda relaciones semánticas y formales de consistencia interna, coherencia, cohesión, etc. La descripción es válida sobre todo si se piensa en una nota oficinesca, pero totalmente insuficiente e inadecuado para el resto de los casos, con restricciones que solo rigen en el territorio de la escuela. Dentro de los errores que recordamos, alguna vez definimos el texto como un conjunto de oraciones, ante la mirada extrañada de los chicos, quienes sin duda sentían que “en cuanto salimos de la oración nos encontramos con una especie de mundo de complejidad indeterminista” (Bernárdez 1995: 88), con lo cual caemos otra vez en la insuficiencia del análisis y la preminencia de lo empírico.


3. El contexto. Creo que el aporte más importante -al menos para mis preocupaciones- de la Teoría del Caos tiene que ver con el reconocimiento de la importancia del contexto en el estudio de los sistemas, incluido el sistema lingüístico. Acá retomaré la imagen del ajedrez con la que, desde Saussure, se comparó la lengua. Podemos decir que es una imagen válida para ciertos propósitos (2). Nos sugiere una cuadrícula en blanco y negro que funciona como contacto entre dos personas sesudamente silenciosas, atentas a las numerosas -pero no infinitas- posibilidades de combinaciones, abstraídas del medio, o mejor dicho, ubicadas en un espacio en el que se intentaron anular previamente todo tipo de perturbaciones. Pareciera que la imagen elegida representa lo que tanto Saussure como Chomsky, salvando las distancias, intentaban hacer: crear un espacio ascéptico donde observar cómo se arman las estructuras transparentes, cristalinas -o cristalizadas- de la comunicación humana. Tema sumamente atractivo para aquellos que lo hemos elegido, fascinante, interesante desde el punto de vista científico, como lo declara el mismo Chomsky, pero evidentemente incapaz de satisfacer demandas de otro orden: eso explica la atención que, no ya los directamente interesados en actuar sobre la sociedad, sino el propio expositor de la gramática generativa brinda, paralelamente a las indagaciones sobre estructuras innatas, en los últimos años, a temas de pragmática lingüística. Más aún, abundan los artículos de su autoría sobre temas de política, tanto que le han valido, por ejemplo, un extenso reportaje en la Revista Noticias de 1994 en el que se lo define como sociólogo, y en cambio se alude tan solo en un pequeño recuadro a sus tareas innovadoras como lingüista. Este nuevo interés no es una mera veleidad de hombre famoso, al contrario, guarda una estrecha relación con su pensamiento, e indirectamente acusa la impronta -reconocida o no- de las Teorías del Caos.
Los trabajos más importantes de la ciencia lingüística, también los de las primeras etapas de Chomsky, se sustrajeron al contexto. Prevaleció la ciencia analítica, microscópica, inmanente al sistema. Inclusive en áreas en las que serían pensables otros intereses, como por ejemplo la Sociolingüística, se trabajó mucho en nuestro país en Dialectología, es decir, siguiendo la tendencia meramente analítica, descriptiva (3). Atractivo pero peligroso por la tentación de desviarse del pretendido cometido científico, “un señuelo” llama al contexto Kerbrat Orecchioni (1993: 13, 288). Sin embargo, la preocupación de muchos lingüistas se salía de los límites del lenguaje sin poder cómo resolverlo.
Digamos que la metáfora del juego de ajedrez parece no tener nada que ver con afirmaciones como “Somos en el lenguaje” (H. Maturana), ni tampoco con el concepto de lenguaje que apunta a lo social: “Nuestra concepción de la realidad social incluye antagonismos y conflictos dentro y entre grupos en una sociedad de clases. Así, el lenguaje sería visto más adecuadamente como el medio de toma de conciencia para la sociedad, sus formas de concientización externalizada” (Hodge, 1993: 14).
Las Teorías del Caos, desde la mariposa de K. Lorenz en la década del 70, consideran inadecuados los procesos de idealización que, siguiendo la línea platónica, primaban en la investigación científica (4), y por el contrario intentan comprender en el propio punto de partida de la ciencia las perturbaciones que provienen del contexto. Dentro de esta concepción, nada es ya un juego de ajedrez, ni siquiera el ajedrez mismo, nada es simple ni predictible porque lo que llamamos azar -concepto surgido de nuestras propias limitaciones cognitivas, que hacen que persistan por otro lado los misterios (Chomsky 1996)-, puede llegar a modificar las cadenas o redes necesarias de cosas y hechos y producir cambios catástróficos (cualitativos). Los lingüistas por rara razón creían ingenuamente poder sustraerse a las perturbaciones del contexto y complacerse así en la contemplación de las sutilezas del sistema, pero esta actitud es insostenible, primero por el reconocimiento de la diversidad como una de las características inherentes al lenguaje, concepto ya establecido en occidente desde la década del 50, que se suma al de su alta complejidad, y segundo por la concepción del mismo como un sistema abierto, es decir, en interacción con el contexto, con relaciones de continuidad, rasgos que hacen adecuado abordarlo por las nuevas teorías.
Si bien en la tradición científica occidental se ha trabajado vastamente en las direcciones anteriores, según el estructuralismo primero y la gramática generativa después, no creo que, como dice E. Bernárdez (1995: 18), la Lingüística estadounidense incluyendo a N. Chomsky ignore la Teoría del Caos. En sus trabajos de la década del 60, tal como lo reconoció después Chomsky (1985: 18) recibe el aporte de la teoría computacional, que lo lleva a proyectar el device o ingenio capaz de generar las oraciones de su lengua. De allí algunos divulgadores científicos sacaron la idea de la lengua como equivalente de un programa de PC, idea que todavía aparece en algunos artículos de divulgación científica: así se publicó en Clarín, el diario de mayor tirada en la Argentina, el año pasado (1995). Pero la mente no es una computadora (H. Maturana, 1991, 113.), y aunque la comparación puede ser útil a los fines de análisis, es inexacta y conduce a errores (5). A partir del 80, Chomsky empieza a dejar de usar viejos términos, al menos en forma unívoca, como `estructuras superficiales y profundas’, `transformaciones’, etc., y utiliza en cambio términos de la Teoría del Caos: atractores, Estado Inicial S(0), Estado Estable S(S), etc. Además están los hechos: no cierra las descripciones sintácticas, dejando en cambio finales abiertos, sin terminar. Citaré tan solo alguna frase que muestra esta actitud, diferente a la pretendida en la década del 60, del tipo: “ (...) No repasaré el análisis, que entraña un buen número de complejidades y de cuestiones abiertas” (Chomsky 1985: 220; ver tamb. 148, 158, etc.).
Pero lo que me parece mucho más importante que este reconocimiento de los límites descriptivos es que da lugar, lo quiera o no, al contexto: de ahí no solo la enunciación del Problema de Orwell como uno de los temas de lingüística -a pesar de que aparentemente lo minimice, al decir que es de menor interés científico, por su menor complejidad y su condición de redundante- sino el tratamiento directo de algunos temas de problemática social contemporánea. No procede este ionterés, según lo entiendo, de un diletantismo o de la simple necesidad de un estar presente del intelectual, tal como lo expresara en otros lugares, sino que entra en el mismo enfoque del estudio del lenguaje: toma textos, discursos, en especial periodísticos, y ya no sometiéndolos al clásico análisis sino a partir de un concepto implícito de lo relevante (que resulta en su caso a menudo lo lexicológico), concepto como se sabe clave en el planteo teórico que estamos tratando.
En efecto, esta es una actitud que concuerda con la de la ciencia en general como una consecuencia del Segundo Principio de la Termodinámica o Principio de la Entropía y sobre todo del concepto de Caos: frente a la reconocida imposibilidad de conocer los sistemas de alta complejidad, dinámicos y abiertos, se impone el atender a procesos macroscópicos (no microscópicos), y a procesos de consecuencias prácticas, empíricas (Pauling), así como la elección de lo relevante a los fines científicos. Esto, que tiene su origen en las ciencias físico-químicas, aplicado al lenguaje, socaba la tendencia analítica, exhaustiva (6) propia de cualquier estudio gramatical estructuralista o de la teoría estándar extendida y sus derivaciones. Lo macro es el texto, es decir, el discurso que alguien dirige en una situación determinada y que tiene un destinatario, un efecto buscado sobre el contexto del que al mismo tiempo surge y sobre el cual actúa.


Conclusión. Podemos afrontar ahora mejor la propuesta inicial. Inversamente a lo que se pensaría en una aproximación banalizadora del tema, no pensamos que el lenguaje es un sistema que ordena el ‘caos’ (premisa de tanta actividad docente), sino que el lenguaje es caos. El término no significa acá ‘desorden’, sino ‘orden de los sistemas de alta complejidad, dinámicos y abiertos’. El lenguaje reúne estas tres características. Las intenciones científicas del positivismo solo tuvieron en cuenta la primera, dejando expresamente de lado las otras dos, que sin embargo nunca dejaron de ser objeto de atención de otras miradas, tal vez menos ‘científicas’, a la realidad. Aquellas limitaciones han permitido arribar a la noción de ‘sistema’ para la lengua, pero al mismo tiempo la han convertido en un producto excesivamente aséptico, fosilizado, elitista, y así se lo trasladó al aula, centrando el interés en la descripción inmanente. Las Teorías del Caos, al comprender los otros rasgos, proponen un marco adecuado para la tarea del lingüista y su posterior aplicación.
La nueva mirada privilegia al texto y a los corpus de textos (Cf. de la autora, 1996), lo que coincide con la importancia que se asigna a lo histórico en las ciencias sociales (Balandier: 1990). Tiene que ver con el reconocimiento del carácter dinámico del lenguaje, la importancia del contexto, en cuanto sistema en continuo cambio susceptible de ser estudiado por una mirada histórica, y en cuanto a la condición de contingente, único, aleatorio, que reviste el hecho lingüístico, el discurso; es decir, apunta conjuntamente a lo social, lo cultural, lo enunciativo.


NOTAS
(1) El mismo N. Chomsky (1996) reconoció la existencia de aspectos que escapan al análisis científico, tanto en el lenguaje como en otras áreas, que constituyen los “misterios” (a diferencia de los “problemas”.
(2) Seguramente el símil es mayor con referencia a un programa de computación, comparación era impensable a principios de siglo.
( 3) Nos interesa señalar que no  pasaba lo mismo con trabajos de Labov y de Halliday o con los de la Lingüistica rusa.
(4) Recordemos que Chomksy postula explícitamente la necesidad de idealización, que atribuya como mérito al estructuralismo.
(5) (...) El sistema nervioso no ha sido diseñado por nadie, es el resultado de una deriva filogénica de unidades centradas en su propia dinámica de estados(...). El sistema nervioso no “capta información” del medio como a menudo se escucha, sino que al revés, trae un mundo a la mano (...). La metáfora tan en boga del cerebro como computador, no es solo ambigua sino francamente equivocada (H. Maturana 1990, 113).
(6) Sirvan como ejemplo el bien intencionado Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana de Rufino J. Cuervo, que otrora alcanzó en dos voluminosos tomos apenas a la letra D. Los hay también recientes.


BIBILIOGRAFIA CITADA:
ANGRIST, Stanley W. & HEPLER, Loren (1972). Del orden al caos. Buenos Aires: Troquel.
BALANDIER, Georges (1990). El desorden. La teoría del caos y las ciencias sociales. Barcelona: Gedisa.
BARTHES, R. (1964). La semiología. Buenos Aires, Nueva Visión.
BATESON, Gregory (1972). Pasos hacia una ecología de la mente. Buenos Aires: Ed. Carlos Lohlé.
BERNARDEZ, Enrique (1995). Tratado y epistemología del texto. Madrid: Cátedra.
CHOMSKY, Noam (1985, Trad. 1989). El conocimiento del lenguaje. Madrid: Alianza.
CHOMSKY, Noam (1996), Seminario, Buenos Aires: UBA.
HARRIS, R. A. (1994). “The Linguistics Wars” (res.), en Revista. The Sciences, New York, January/February 1994.
HJELMSLEV, Louis (1984, 2ª ed.) Prolegómenos a una teoría del lenguaje. Madrid: Gredos.
HOCKETT, CH. (1971). Curso de lingüística moderna. Trad. de la 4ª de. (1962) por GREGORES E. y SUAREZ J., Buenos Aires: EUDEBA.
HODGE, Robert & G. KRESS, (1993). Language as Ideology. Routledge, New York 2ond. Ed.
KERBRAT-ORECCHIONI, Catherine (1993). La enunciación. De la subjetividad en el lenguaje. Buenos Aires: EDICIAL.
LOPRETO, Gladys (1996). ...Que vivo en esta conquista. Textos del Río de la Plata, Siglo XVI. La Plata, Editorial Universitaria.
MATURANA, Humberto (1990). El árbol del conocimiento. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
SAUSSURE, Ferdinand de (1961). Curso de lingüística general. Buenos Aires: Losada.

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