Reúno en este espacio textos de mi autoría que son productos de investigaciones, búsquedas bibliográficas, reflexiones, a veces serias, a veces no tanto, sobre los temas de estudio que transité: el lenguaje, la lengua, el juego de la gramática, el discurso, la enseñanza, la práctica educativa, los libros, y también la aventura maravillosa de haberme internado en el siglo XVI en la selva paraguaya a través de un estrecho ventanuco: las cartas de los soldados que vinieron a este extremo sur del continente. Muchos de estos trabajos fueron publicados en actas de congresos, unos pocos bajo el formato libro, y otros tantos tienen existencia virtual. Tal vez a algún lector le interesen, lo que constituirá para mí un momento de alegría. GLADYS LOPRETO

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martes, 22 de septiembre de 2015

¿Cómo se dice?

                                                                                                  Las lenguas estándar […] son quizás las formas de lenguaje menos  interesantes para cualquiera que 
se muestre interesado por la naturaleza del lenguaje humano.
R. H. Hudson

Pregunta clave. Referida al lenguaje, que es el rasgo distintivo de lo humano, expresa una preocupación –no excluyente de otras, como las referidas al vestido, los olores, las formas corporales, etc.- por ser aceptado, bien valorado, socialmente agradable, gustado. La hacen chicos y grandes, dirigida hacia quienes se supone tienen más autoridad en la materia: padres, mayores, profesionales. Tan es así que uno de los temores confesos de maestros y docentes en general es, en primer lugar, usar una palabra en la forma como no debe decirse, y luego, en algún caso concreto, no saber responder a la pregunta ¿cómo se dice? ¿se escribe con v o con b?¿cómo se pronuncia? ¿se dice rojo o colorado?
Con la pregunta  del título iniciamos algunos talleres dirigidos a maestros, docentes y estudiantes de profesorado, a la que seguía la propuesta de una serie de alternativas para casos en los que los hablantes suelen tener duda como: haya/haiga, el/la sartén, Mariela con o sin artículo, le vi/lo vi, hubo/hubieron incidentes, y otras. Ante la primera de la serie -como sabemos, el subjuntivo del verbo haber- la mayoría contestaba inmediatamente: haya, como para no dejar dudas sobre sus conocimientos de Lengua. Pero unos pocos se quedaban pensando y al final se atrevieron a responder: se dice de las dos formas. Las dos respuestas son válidas pero parten de criterios distintos: respetar la normativa en la primera -es decir, cómo se debe decir-, dar cuenta del uso en la segunda, concretamente que algunos hablantes dicen habitualmente haya y otros haiga, como es el caso de Argentina y de otros países hispanohablantes, incluiso España.
El uso de una determinada forma puede darse con respecto a grupos distintos o también en un mismo hablante, en distintas situaciones. A este respecto, dice el autor del epígrafe:
La cantidad de variación que se da de hecho en una determinada comunidad dependerá de las potencias relativas de dos fuerzas: la conformidad y el individualismo o personalismo [designados como ‘enfoque’ y ‘difusión’ por R. Le Page]. Se da la primera donde hay un alto grado de contacto entre los hablantes y concordia sobre normas lingüísticas, y suele ser típico de comunidades lingüísticas muy pequeñas y entrelazadas o de sociedades donde existe una lengua escrita muy estandarizada (sánscrito, francés, español). Se da la segunda donde no existen ninguna de dichas condiciones (gitano). Puede que también haya diferencias individuales en la disposición para crear vocabulario nuevo o para usar el lenguaje metafóricamente. En tal caso el individuo ‘creativo’ estaría yendo más allá de las normas aceptadas, y quizás rompiéndolas en circunstancias muy especiales (por ejemplo, la poesía). [texto adaptado] Hudson R. 1981: 24-25
Nuestro propósito al iniciar el taller era que tomaran conciencia del fuerte arraigo que tiene la actitud prescriptiva en la escuela, ya que éste fue el sentido con que la mayoría había interpretado la pregunta en forma inmediata. Pero nos engañaríamos si pensáramos que esa actitud se limita a la escuela, porque la misma preocupación está presente en la sociedad toda, especialmente en padres y adultos pero también es motivo de escarnio entre jóvenes y niños y constituye además tema de columnas y secciones en los medios. En ocasiones, una ‘incorrección’ léxica, gramatical u ortográfica pudo ser usada para desacreditar a más de un docente, político o escritor[1].  
Como los medios están a la pesca de los intereses y necesidades del público, la pregunta suele encabezar secciones o columnas de medios gráficos y virtuales. A modo de ejemplo transcribo literalmente el mensaje de Tonyo, un hablante nativo de español, mexicano, enviada al sitio http://forum.wordreference.com/, en el que comunica su preocupación justamente con respecto a la forma en cuestión.
mil disculpas por esta ignorancia imperdonable. algun entendido puede decirme como se dice? haya? haiga??? o halla? (verbo haber???? o auxiliar del tipo ha/han??)[2]
La consulta se refería tanto a la palabra como a la escritura, como se ve al proponer luego el problema concreto:
quiza no haiga/halla/haya nada que escribir mañana...
La pregunta generó una seguidilla de respuestas ‘correctivas’ de distinos participantes on-line:
nunca se debe decir "haiga" sino haya
"haya" es la palabra correcta para la frase de arriba.
HAYA..........¡haiga es un error garrafal que muchas personas cometen!
Haiga no existe. Haya es de haber
haiga, mas que un barbarismo es una barbaridad.
Nuestro interés en el taller no estaba precisamente en averiguar cuál era la forma correcta y si los alumnos la conocían sino en constatar que, ante la pregunta ambigua, la mayoría la interpretaba en forma inmediata en su sentido normativo, equivalente a “cómo debe decirse” o “cuál es la forma correcta”. Nuestra experiencia de hablantes nos dice también que este es el sentido que habitualmente le damos a la pregunta. No es una elección inocente, revela prioridades en la escala de valores. Es tan fuerte el interés que ponemos en ‘lo correcto’ que este sentido eclipsa al otro, otorgado por la condición impersonal del verbo en su forma pasiva, que la hace equivalente a la pregunta sobre “cómo dicen los hablantes” o “cuáles son las formas que usan los hablantes para el subjuntivo del verbo haber”.
Volviendo al foro, este segundo sentido de la pregunta aparece menos y siempre después de una serie de respuestas confirmativas del uso correcto, es decir, como producto de una reflexión, posterior a observar la afluencia de opiniones impulsivas de hablantes escandalizados ante el uso ‘vulgar’; de hecho, es una respuesta más extensa, lenta, explicativa, como si hablara un docente. Transcribo algunas:
Hola Tonyo, se dice de las dos maneras. Una es incorrecta (haiga) pero muy usada. Y la otra es la correcta haya, del verbo haber.
haiga es una forma antigua, actualmente se la considera un ruralismo. Y en algunos lugares también propio de quienes no tienen mucha educación formal por lo que se considera vulgar.
El hecho de que la primera interpretación y la más frecuente esté relacionada con lo normativo indicaría en principio que el hablante ha desarrollado una conciencia sobre la norma, su existencia e importancia social, y esto tiene que ver con que ‘sabe’ que cada vez que habla dice mínimamente dos cosas: comunica algo sobre un tema, que es lo que generalmente lo motiva a hablar, al mismo tiempo que comunica algo sobre sí mismo. Por eso no necesita de aclaración o agregados, no solo aparece en la pregunta del comienzo sino en empleos similares: no se dicen malas palabras, de eso no se habla, se hace silencio, que a pesar de su ambigüedad semántica a menudo son recibidas como ‘órdenes’ (acto de habla indirecto).
No son dos aspectos separados: el tema elegido ya dice algo del hablante en la medida en que está marcando un interés dirigido a determinadas problemáticas. Pero es más fácil controlar el “sobre qué hablamos” que el “cómo hablamos”, por lo cual tal vez este segundo aspecto dice más de nosotros que el primero. La madurez, la información, el conocimiento, van fundamentando ciertos controles que ejercemos sobre el habla: no digo trolo, no vaya a ser que piensen que soy homófobo; si decís negro sos racista, si usás la palabra sexo sos machista, así como también ‘hablan’ los gestos, las miradas, los movimientos, eso que suele llamarse ‘presencia’, además de muchos otros elementos difíciles de analizar y describir presentes en palabras como química, onda, ángel.  
Todo habla sobre nosotros, aunque no del mismo modo a ‘los otros’. En ese todo está comprendido lo que llamamos lenguaje y, como una parte específica, la lengua, es decir, el lenguaje verbal. Y aunque no es lo mismo para todas las épocas (ver Blanco), en mayor o menor medida somos concientes de que las palabras que usamos, cómo pronunciamos, qué forma verbal elegimos etc., contribuyen en gran medida a construir una imagen de nosotros frente a los otros.
A menudo se piensa esto en relación con el deseo de dar una imagen de persona ‘culta’ en el sentido tradicional, ligado a las prácticas de lectura: una persona leída, ‘pronunciar’ todas las letras, vocabulario ‘rico’, ser explícito –lo que muchas veces se juzga por la construcción de oración = sujeto + predicado, etc. Ni qué digamos del prurito de usar una terminología actualizada. Todo esto y mucho más, agregado a una capacidad de fluidez –que muchas veces tiene que ver con estados anímicos o sentimientos de seguridad y de autoestima, más que con razones lingüísticas o culturales- nos llevan a valorar positivamente a alguien que ‘hable bien’.
Pero no siempre es así. Una chica de quince años, hija de profesionales y asidua lectora desde la temprana infancia de ‘buena literatura’, se plantó un día frente a la autoridad parental: -“Me enseñaste a hablar como una vieja, desde ahora voy a hablar como mis compañeros”. También es conocido el caso de dirigente gremial, en secreto profesional universitario, que adoptó vocabulario, pronunciación, estilo, generalmente juzgados como ‘vulgares’. Así como la escuela valoriza la capacidad de habla explícita, en otras culturas pero también en la nuestra se valora en ocasiones la parquedad, el laconismo, como puede verse en este texto que integra la literatura sugerida para la educación escolar: Don Segundo Sombra de R. Güiraldes. Esos rasgos aparecen como atributos de la llamada ‘hombría’ o más bien de virilidad, en aquella escena inicial entre Don Segundo Sombra -ícono de la masculinidad- y el peoncito:
Don Segundo fue más parco aún en sus explicaciones, y yo no sabía por entonces a qué se debía ese silencio despreciativo que usan los que se van cuando hablan con los que quedan en las casas. 
-¿Podré dir yo? 
-Si te manda el patrón. 
-¿Y si no me manda? 
Don Segundo me miró de arriba abajo y sus ojos se detuvieron a la altura de mis tobillos. 
-¿Qué es lo que busca? -pregunté fastidiado por su insistencia. 
-La manea. 
-¿Ande la tiene? 
-Creiba que te la habías puesto. 
Un momento tardé en darme cuenta de su decir. Cuando comprendí hice lo posible por reírme, aunque me sintiera burlado con justicia. 
Don Segundo no fue explícito como lo hubiera sido una maestra, comunica sin utilizar el código lingüístico (Sperber y Wilson: 1994) y en esa situación, dada la cultura y el tipo de vínculos, el mensaje es más efectivo.
Es decir: no hay un único modo de hablar bien. Ya la Sociolingüística, los Estudios del Discurso, la Etnopragmática y otros, brindan aportes acerca de conceptos como adecuación, necesidades comunicativas, interacción, que comprenden la inclusión de variedades y variaciones en relación con las situaciones concretas de los hablantes.
No son siempre iguales los criterios (ver Blanco). En mis primeras etapas de docencia, allá en el siglo pasado, un punto importante, insoslayable, era enseñar Normativa, pero luego en la práctica me encontraba con que los casos en que los alumnos cometían errores eran tan pocos, que eso mismo invalidaba su inclusión como contenido. Luego, hasta los años 90 más o menos y en la cátedra universitaria, yo hacía la pregunta ex profeso ambigua: “¿Cómo hablan o hablamos los argentinos?”, o en especial los platenses, o aún más personalizada: “¿Cómo habla Maradona?” y la respuesta generalizada era “Mal”. Pero ya finalizando los 90, hecha esta pregunta a alumnos de Periodismo, fueron apareciendo diferentes respuestas, en principio relativizando la condición de ‘hablar mal’ o ‘hablar bien’, hasta que uno de los alumnos más claros me respondió: “Maradona habla mal pero no le importa”, a partir de lo cual comprendí la poca pertinencia de la pregunta y dejé de hacerla.
Esta diversidad de criterios que se va dando a través del tiempo –a modo de ejemplos, la época actual podría ser considerada como más tolerante y permisiva con respecto a la 1ra. mitad del siglo XX, en que se consideraba “grosero” el voseo (cita); luego en los ’70 se prohibían desde el poder ciertos usos lingüísticos- no se da en simultaneidad en todos los sectores, de modo que pueden coexistir actitudes elitistas y normativistas junto a otras más amplias y comprensivas. Así podemos entender cómo, en una época de apertura como la nuestra, se dan también posiciones normativistas o clásicas, usado este último en su sentido etimológico (de dar clase). Por eso no es de extrañar que, aunque se cuele subrepticiamente el lenguaje popular sobre todo a través de sus actores, la escuela conserva en gran medida una actitud conciente de condena hacia la tolerancia y la permisividad lingüísticas.
De ahí tal vez la persistencia en considerar la corrección lingüística como un valor y su peso al momento de las evaluaciones personales en la práctica escolar, que lleva a la preocupación del usuario por mostrarse poseedor de la misma. Esto no se reduce a las paredes del aula: pasa al imaginario social –creado en gran medida por la misma institución escolar, que así pasa a ser legitimadora del uso-, donde entra en conflicto con aquella actitud abierta que reconocemos para esta época, subsiste –a menudo en forma de ideal no cumplido- en la mente de los adultos, los padres de los chicos, y también los docentes, quienes como usuarios pueden practicar un lenguaje vital, vigente, no siempre coincidente con aquel que ‘deben’ enseñar. Incluimos en los que llamamos ‘docentes’ no solo a maestros y profesores sino también comunicadores, redactores e incluso cualquier hablante que se preocupe y se ocupe en dar indicaciones precisas sobre cómo usar el lenguaje, señalar errores, atenerse a lo aprobado por instituciones como las academias, porque aunque personalizamos a menudo en el maestro esta actitud correctiva, por momentos intolerante, ellos son muchas veces nada más que el elemento visible de una cadena que incluye tanto a los propios padres como a directivos, inspectores, institución escolar, instituciones académico-comerciales, etc., todos agentes de determinadas políticas culturales y educativas.
Pero volviendo al principio: no una parte menor de estas preocupaciones se concentra en la pregunta sobre los hechos fonéticos: ¿cómo se pronuncia? Acá proponíamos fenómenos de asimilación, algunos todavía no aceptados e incluso tampoco reconocidos en su existencia, como la tendencia a elisión de –s final de palabra, cambio en su articulación frente a determinadas consonantes, diptongación de vocales contiguas, que aparecen con frecuencia en las siguientes ocurrencias[3]:

me pelié
me peleé


moskito
mojkito


almuada
almoada

lohárbole
lohárboleh
losárbole
losárboles
lahkuela
laehkuela
la-ehkuela
la-eskuela
En el caso del yeísmo, en cambio, típico del habla rioplatense, ya no se lo concibe como incorrecto pero conduce a dudas y cruces ortográficos como escribir haya por halla y a la inversa, dado que ambas formas tienen la misma pronunciación tanto para yeístas como para los que no lo son (salvo los que distinguen –ll- (fonéticamente [λ])[4]:


yeísmo rioplatense:
uso castellano:
halla
(de hallar ‘encontrar’)
[´aya]
[´aia]
haya
(de haber)
[´aya]
[´aia]
Cabe aclarar que la confusión en el uso casi nunca existe –en el verdadero sentido de la palabra existir, que expresa contingencia, no esencia- porque el sentido no está en la palabra aislada sino en la palabra en contexto, en el uso concreto, en la ocurrencia.
Por razones similares se da otro tipo de fenómeno, relacionado con nuestro yeísmo, en la palabra utensilio, que la mayoría de nosotros escribe, mediante un  proceso de ultracorrección, utensillo, o los menos informados directamente utensiyo, pero nadie se equivoca con concilio. Claro que los utensilios son elementos de uso frecuente y pertenecen a un campo semántico amplio, mientras que los concilios tienen un uso restringido a personas ‘cultas’ o letradas.

Pero volviendo a la duda inicial de Tonyo, no podemos menos que hacer referencia al ‘discurso del candidato’. Como se sabe, éstos suelen usar en su discurso frases contundentes, efectistas, que los identifiquen, sean propias o ya existentes como caiga quien caiga. La frase indica firmeza, decisión, no detenerse frente a los riesgos. En estos sentidos puede equivaler a contra viento y marea, luchar contra molinos de viento, pero, a diferencia de ‘lo quijotesco’, la primera frase agrega a la idea de decisión y de arrojo un sentido de amenaza dirigido siempre hacia un otro, un desafío, hasta una provocación. No se escucha en todos los ámbitos: por ejemplo, no es esperable en la escuela ni en un tribunal de justicia pero sí en el estrado político, a tal punto que ha sido varias veces usada desde un balcón presidencial o desde el despacho del general.
Hay quienes la tienen incorporada a su discurso y quienes nunca la pronuncian, aunque todos la entendemos. Pero solo la traigo aquí porque rima con aquella forma verbal de arriba, más inocente, pero que también usó un presidente en su discurso de candidatura. Me refiero a Felipe Calderón, presidente entre 2006 y 2012 del país que tiene la mayor cantidad de hispanohablantes del planeta, es decir, México. En entrevista televisiva del 5 de junio de 2006 subida a youtube, así responde al cuestionamiento que le hace la entrevistadora acerca de los métodos empleados para llegar al poder:
Como dicen en mi tierra, haiga sido como haiga sido, yo tomaré las riendas del país[5].
La salvedad al principio lo pone a salvo de cualquier crítica porque demuestra que conoce la norma pero se atreve a desafiarla desde su lugar de poder, permitiéndose el uso coloquial, regional, por más que éste sea juzgado como incorrecto o vulgar (lo es con toda propiedad ya que, pese a las posibles connotaciones, la raíz etimológica vulgus significa ‘pueblo’ en latín). Por eso podemos decir que, pese a la condena escolar y académica, haiga sido es un uso adecuado pues dice de la decisión de no arredrarse frente a nada, ni siquiera a lo canónico, para conducir el país (se infiere que es una actitud en ese momento sentida como necesaria).
Posiblemente la frase, ya existente como tal en el habla mexicana, fue en ese momento subida a los medios, aunque éstos en general son atentos a la normativa y se preocupan por utilizar la lengua estándar. Y es así como en artículos y comentarios se la devuelve al presidente en notas críticas a su gobierno. La encontramos en un texto de una política del PRI, la Mstra. Magdalena Gómez de la Universidad Pedagógica Nacional, publicado en 2007 en el diario La Jornada de México y  titulado:
‘Haiga sido como haiga sido’ o el fin justifica los medios [6]
La forma, que podemos considerar ‘marcada’, también aparece en comentarios como el siguiente, de un usuario mexicano de Internet:
Haiga sido como haiga sido, es presidente; haiga sido como haiga sido, ya van dos años; haiga sido como haiga sido, cada día estamos más jodidos; haiga sido como haiga sido, hay algo bueno: ya sólo le quedan cuatro años. (Romeo González/México DF, 2008)
El nuevo sentido podemos verlo todavía en marzo de 2012, en sendos artículos titulados “Ley del haiga sido como haiga sido” y “Fracaso del haiga sido como haiga sido”, en la edición on-line del diario Zócalo de México.

Saliendo de ese hecho singular, la forma parece tener mucha vitalidad en México, pese a la condena generalizada  en muchos países hispanohablantes.
En algunos casos el estigma es muy fuerte. Uno de los foros por Internet se armó en base a la pregunta a los lectores sobre cuánto tiempo sostendría la relación con alguien que en la primera cita utilizase normalmente haiga.
Contestan hablantes nativos de inglés, chilenos, argentinos, uruguayos, españoles. Transcribo una respuesta:
Haces muy bien en hacer esa consulta… nunca se debe decir "haiga" sino haya. Es un barbarismo bastante extendido en mi tierra, Andalucía, y, sorprendentemente, por lo menos para mí, también en Cataluña. Por otro lado, no hay que confundir el verbo haber con el verbo hallar (encontrar).
Algunos ejemplos:
- Que yo haya (1) dicho que no lo hallo (2) no quiere decir que lo haya (1) buscado.
- Ay (3), cuánta gente hay (1) ahí (4).
1: verbo haber
2: verbo hallar
3: interjección
4: adverbio de lugar
Esto dice un mexicano:
se dice de las dos maneras. Una es incorrecta (haiga) pero muy usada. Y la otra es la correcta haya, del verbo haber.
Otro:
haiga es una forma antigua, actualmente se la considera un ruralismo. Y en algunos lugares también propio de quienes no tienen mucha educación formal por lo que se considera vulgar.
Es interesante el comentario del hablante de Uruguay porque refleja la creencia que también es nuestra y que se resumiría en la frase ‘en mi país hablamos mal’:
Me sorprendí al leer que el haiga se puede escuchar en tantos países distintos, no tenía ni la menor idea. Es bastante habitual también donde yo vivo, usado por gente con muy poca educación formal. Hubiera jurado que era algo que solo se podía escuchar por estas tierras. Todos los días se aprende algo nuevo.
En resumen: pese al estigma, la forma haiga parece tener una existencia vigorosa en muchos países hispanoparlantes, incluyendo la misma España. En este país incluso su existencia está corroborada por un regionalismo hispano, muy particular pero a pesar de ello incluido en el DRAE[7], que es el sustantivo haiga: ‘coche muy grande y ostentoso’, supuestamente proveniente  de la frase atribuida a los indianos ricos –nuevos ricos- que volvían a la península y al comprar un coche pedían el más grande que haiga.
Un buen resumen aparece en artículo de 2009 del venezolano José Antonio López[8], quien resume los valores de haiga: -sustantivo para los angloparlantes, en el sentido de ‘coche’ y también ‘género de poesía’, en traducción del inglés; -vulgarismo rural para los hablantes de muchas y diferentes regiones de Hispanoamérica; -sustantivo ‘coche’ para los españoles.
Desestima el uso como sustantivo, que es un mero españolismo, en cambio lo recupera como verbo. Cito:
pocos parecen notar que ese haiga del verbo haber aparece en regiones rurales de todos los países hispano-parlantes. Por lo tanto, es de esperar que tenga un origen arcaico común, y no sea tanto algún tipo de deformación inculta. La diferencia sería que en las zonas rurales se ha seguido hablando igual durante siglos, mientras que en las zonas urbanas ha ocurrido un cambio conjunto, sin importar que haigan quedado islas culturales donde el habla ha permanecido invariable.
Este estudioso sigue a Ángel Rosenblat en “Estudio sobre el habla de Venezuela. Buenas y malas palabras” de 1952 y “Defensa del habla venezolana” (1953):
…la lengua culta ha adoptado haya, mismo y traje, y rechaza como rústicos haiga mesmo y truje, aunque los usara Cervantes y todo el Siglo de Oro. … haiga era en la época clásica tan legítimo como haya (se apoyaba además en la analogía con caiga y traiga), y hoy es evidente vulgarismo… En los campos de Venezuela todavía se dice haiga, truje, semos, vide, mesmo… como en la buena literatura del Siglo de Oro, ¿y no parece pura arbitrariedad considerar malas unas formas tan bien conservadas sólo porque la lengua general ha sido infiel a ellas? He aquí que lo rústico consiste en la fidelidad al Siglo de Oro.
El criterio no es solo por la literatura y me parece importante destacarlo:
Una cosa nos recuerda siempre Rosenblat: sin desmerecer al habla culta, el acercamiento al habla rural, plagada de vulgarismos, debe ser respetuoso. Ese campesino que dice haiga o mesmo no está a la moda, pero está usando las mismas palabras que habría usado El Manco de Lepanto.
En el habla formal de la escuela, se impone haya. Pero no siempre están a salvo los educadores, a juzgar por este traspié del Secretario de Educación mexicano, Alonso Lujambio, en entrevista televisiva (febrero 2010), destacada enseguida por el periodismo y citada en el foro:
"La idea es que todas las escuelas compongan su himno y haiga un, haya una hermosa competencia por himnos", señaló en entrevista en Primero Noticias.
También encontramos haiga como válido en la escritura formal. Así al menos se lo puede leer en un texto serio, suponemos cuidado (http://ministeriomujervirtuosa.org/  México 2007):
Es de sumo gozo el que usted haiga llegado hasta este portal. El propósito principal del Ministerio Mujer Virtuosa es compartir el plan de Dios para su vida, por medio de la Palabra de Dios. No importa si eres soltera, casada, divorciada… Permitanos agradecerle anticipadamente por su visita a nuestra página. Nos bendice mucho el que usted nos haiga visitado...
No es para asombrarse encontrar el haiga en mensajes de Internet, ya que no se caracteriza este medio por el cuidado de la normativa, pero sí permite constatar la vitalidad de la forma:
(Alguien que pide títulos de películas:) Puede ser de comedia, drama, accion pero que haiga sexo, osea que sea bien caliente. alguna sugerencia?[9]
O este comentario de Chihuahua, México, abril 2010[10]:
(richis)… claro que es un asunto electorero, y tienen de aqui al dia de las elecciones para solucionar la problematica por la que estamos pasando todos los que vivimos en Juarez porque el dia de las votaciones debemos de darle nuestro voto a aquel que las haiga solucionado (aclarando, no al que lo haiga prometido con su acostumbrada labia, sino al que lo haiga solucionado antes de las elecciones). y si ninguno de los de siempre lo soluciona, pues votemos por alguien diferente que no sea satelite de ellos a ver si ellos pueden solucionarlo y de esa manera castigamos a los que ya nos han gobernado y que hasta ahorita no nos han cumplido (estaba el pri y no hizo nada, vino el pan y tampoco, volvio el pri y siguio igual). Es hora de exigir que nos cumplan, si no pa fuera.
En el siguiente diálogo, el hispanohablante usa haiga y el extranjero lo corrige:
1. hombre dudo que haiga una forma de saber cuando uno va morir, es mas creo que eso es ilogico.
2. "hombre dudo que haiga una forma de saber cuando uno va morir" ¡¡¡¿¿¿HAIGA????!!! Hasta yo, que soy brasileño, ¡sé que no se escribe así! ¡¡¡¡HAYA!!!!
La corrección sirve de base al humorismo, en Cuba:
"Trespatines: Yo no tengo la culpa de que esa lámpara se haiga extraviado.
 Juez: Haiga no, haya.
T: ¿No es haiga con ge?
 J:  No señor. Es haya con y griega.
 T: ¿Con y griega? ¿Y tú pa' qué tienes que meter en esto letras extranjeras?
 J: La y griega no es una letra extranjera Trespatines.
 T: ¿No dices que es griega?
 J: Sí.
 T: ¿Y qué pasó? ¿La hicieron ciudadana cubana?
 J: Mire Trespatines, si no conoce las letras vaya a la escuela.
Entendemos como Rosenblat que la variación haiga debe ser respetada -o mejor dicho es el hablante quien debe ser respetado-; acá vale también el criterio de Erica García, porque además de ser un uso comunitario puede aportar también un sentido distinto (‘el fin justifica los medios’, el ‘vale todo’ en política).
En nuestro medio la forma estigmatizada no es tan frecuente, tal vez como efecto de la escolarización generalizada. Según testimonio de muchos hablantes consultados, tiene vigencia todavía en el habla rural pero se la toma como una forma antigua. De hecho suele aparecer en textos que adoptan un estilo gauchesco. Aparece no casualmente en el Martín Fierro, cuyo autor advierte en la Carta que acompañó a la 1ra. edición del Poema (1872), que intentó presentar un tipo que personificara el carácter de nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse que le es peculiar. Esto explica por qué lo pone en boca de su personaje en varias oportunidades en la Primera Parte: El gaucho Martín Fierro:
Ansí me hallaba una noche
contemplando las estrellas,
que le parecen más bellas
cuanto uno es más desgraciao,
y que Dios las haiga criao
para consolarse en ellas. 
(I, Canto IX, 1449)
En cambio, en la Segunda Parte (1879): La vuelta de Martín Fierro, donde el autor tiene como sabemos una postura distinta –que incluye el reclamo de que ‘el gaucho debe tener escuela’- la forma aparece una sola vez y en boca de un personaje secundario, que además es un viejo:  
"Ánima bendita", dijo
un viejo medio ladiao
"Que Dios lo haiga perdonao
es todo cuanto deseo,
le conocí un pastoreo
de terneritos robaos."
(II, Canto XVII, 2525)
Retomando esta connotación rural y folclórica, puede encontrarse también un uso curioso y conciente del haiga en un establecimiento dedicado a la cría y venta de caballos criollos en Córdoba (Argentina). En la página de Internet que publica el haras[11] pueden leerse nombres compuestos asignados a los caballos, en los que en la primera parte es un calco de la fórmula hispánica malhaya o bienhaya, con valor de interjección ponderativa,  pero en su versión ‘gauchesca’: BienHaigaCapitán, BienHaigaMiPrienda, BienHaigaFarrero, BienHaigaLaGurisa, BienHaigaFiruleteEn una lista publicada en 2002 de más de cuarenta nombres propios calcados sobre esa fórmula, al sentido positivo de la interjección inicial, el uso ‘incorrecto’ le agrega un toque de autenticidad a la condición de ‘ser criollos’.

Resumiendo: haya y haiga pueden considerarse variedades, en tanto se atribuyen a grupos sociales definidos, y también variaciones en tanto realizan o actualizan determinadas necesidades comunicativas del hablante (el caso del candidato presidencial). Como hemos visto en los pocos ejemplos y pese a estar condenada, la segunda parece tener bastante vitalidad en el habla mexicana.
Es probable que muchos piensen que haiga es una ‘deformación’ de la forma legítima y correcta: haya. No es así, ambas son formas ‘legítimas’, ya que son producto de complicados procesos de transformación en los que se cumplen las leyes de cambio fonético estudiadas por R. Menéndez Pidal en su célebre Gramática Histórica. Allí encontramos que las dos variantes son resultado de las modificaciones fonéticas producidas por el uso durante siglos en una única forma latina para el presente de subjuntivo: habeam.[12] Esto es, no son formas anómalas ni extranjerismos sino que pertenecen a lo que el autor denomina el ‘patrimonio’ de la lengua.
Pero a pérdidas y transformaciones de sonidos hay que agregar otro proceso muy común en aquellas épocas antes de que la RAE, fundada en 1789, fijara las normas ortográficas, y es el llamado por Menéndez Pidal ‘refuerzo de la articulación’ mediante el agregado de sonidos, tal como lo podemos ver en hombre (de homine), hembra (de femina), almendra (fr. amande, ptg. amendoa), pongo (de pono), caiga (de cadea), etc. En nuestro caso el fonema/grafema agregado es g, con el que se deja constancia seguramente de algún rasgo fonético percibido por los hablantes (como actualmente en guevo, guisqui), fenómeno que se confirma por la abundante aparición en textos del siglo XVI de formas alternantes oyo/oigo, trayo/traigo, rayo/raigo (recordar que y no representa en el dialecto castellano nuestra consonante y sino un sonido palatal cerrado casi idéntico a una i muy cerrada). [13]
El mismo tipo de fenómeno se produce en otros verbos, que se registran en la época clásica en forma alternante: vaya / vaiga, haya / haiga, caya / caiga, traya / traiga, usos que aparecen en Cervantes y otros, y que “el vulgo [sic] sigue aún usando” (Menéndez Pidal 1962: 292/293). Pues bien, en unos casos la RAE fijó la 1ra. forma del par (vaya, haya), en otros la 2da. forma (caiga, traiga). Lo de ‘vulgo’ debe interpretarse en el sentido de que la forma verbal haiga no está reconocida por la RAE y, en consecuencia, no aparece en la escritura formal o canónica, pero sobre todo porque es una forma que, si bien usada por una enorme cantidad de hablantes, resulta estigmatizada por aquellos sectores reconocidos como ‘cultos’ o que han recibido una educación formal. Es la escuela la que dice: “esta es la forma correcta”. Por lo tanto es lo primero que debe aprender una maestra, para después corregir a sus alumnos…
Con criterios más actualizados –la 1ra. edición de la famosa Gramática Histórica de Menéndez Pidal es anterior a 1904- y si nos sustraemos a los juicios valorativos de la sociedad mayoritaria, podemos afirmar que las formas haya y haiga pueden considerarse productos legítimos de derivas de una misma raíz latina, que registran probablemente la misma antigüedad. Hemos visto que ambas formas subsisten en los principales países hispanohablantes. En algún momento, basándose en criterios que no conocemos, la Academia Española (s. XVIII) consagró la primera. La otra conservó su vitalidad en grupos alejados del influjo académico (poblaciones rurales, de escaso acceso a la educación formal). La última resulta condenada socialmente, lo que demuestra una vez más que la oposición correcto / incorrecto no es una cuestión de jurisprudencia lingüística.




[1] Pese a que contamos con el antecedente fuerte de Roberto Arlt
[2] Es un texto ‘copiado y pegado’ pues me pareció conveniente conservar la escritura original.
[3] Usamos el alfabeto común para representar los sonidos en forma aproximada
[4] Como la variación ‘escolarizada’ de halla [´aλa] , que es común en Misiones.
[7] En la actualidad, tras muchos cuestionamientos de lingüistas, figura en el Dicc. como ‘españolismo’.
[8] Blog “De la vida”  http://ecotonoavila.blogspot.com
[10] http://www.diario.com.mx/
[12] Esas leyes fonéticas fueron descritas a partir de los registros conservados en textos escritos de los siglos X a XVI. Los cambios sucesivos de pronunciación a partir de habeam (lat) consisten en: pérdida de la –m final, pérdida de la consonante sonora intervocálica –b- y cerramiento de la vocal central –e-, que en su posición intervocálica tiende a semivocal palatal –i, y- (recordar que ambas letras en el dialecto castellano representan un sonido similar a nuestra –i-, vocal cerrada que tiende a consonante –o sea, a cerrarse más- cuando está entre vocales).
[13] Desde el punto de vista funcional, la forma haiga tiene más poder diferenciador que haya porque evitaría confundir haya (de haber) y halla (de hallar), que se pronuncian igual tanto en el español rioplatense (yeísta) como en las variedades mexicana, peninsular y otras, no en zonas menores como el NEA.