Reúno en este espacio textos de mi autoría que son productos de investigaciones, búsquedas bibliográficas, reflexiones, a veces serias, a veces no tanto, sobre los temas de estudio que transité: el lenguaje, la lengua, el juego de la gramática, el discurso, la enseñanza, la práctica educativa, los libros, y también la aventura maravillosa de haberme internado en el siglo XVI en la selva paraguaya a través de un estrecho ventanuco: las cartas de los soldados que vinieron a este extremo sur del continente. Muchos de estos trabajos fueron publicados en actas de congresos, unos pocos bajo el formato libro, y otros tantos tienen existencia virtual. Tal vez a algún lector le interesen, lo que constituirá para mí un momento de alegría. GLADYS LOPRETO

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lunes, 25 de noviembre de 2013

Lopreto G., E. Rosboch et als (2007) "Las lenguas y la comunicación en contextos de diversidad sociocultural. Estudio de casos en escuelas platenses"


Investigación realizada por Gladys Lopreto, María Eugenia Rosboch y Luciana Rezzónico, docentes de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP) y del Instituto Superior de Formación Docente Nº 9. Publicado en: Voces de la Educación Superior. E-Book: 264-273 
http://www.laramadigital.com.ar/wp/  o
http://abc.gov.ar/lainstitucion/sistemaeducativo/educacionsuperior/default.cfm  

Resumen: Cualquier aproximación a la problemática de la comunicación vuelve insoslayable el planteo de la diversidad lingüística y cultural, una de cuyas principales causas está en los movimientos poblacionales desde países limítrofes o provincias del interior, en los que, a razones de índole socioeconómica, se suma la indudable ventaja de compartir ‘la misma lengua’. Si bien la cuestión es inherente a considerar ‘la lengua’ como construcción social, notamos en nuestra escuela una fuerte adhesión, a veces explícita pero en la mayoría de los casos subyacente, a la norma homogénea, situación que si bien no podemos decir que es causa única al menos favorece frecuentes situaciones de violencia simbólica.
Tener en cuenta la diversidad implica aceptar la necesidad de una cierta organización de la misma, con el objetivo último del respeto y la convivencia en sociedad. Para lograrlo surge como imperativo el reconocimiento de identidades y su integración en un proyecto común de país, tal como lo sostiene Alain Touraine. En el nuestro privó en cambio la tendencia a la homogeneización (A. Puiggrós), tradicionalmente sostenida por nuestra escuela, en una actitud acrítica aunque justificada muchas veces por un supuesto principio de igualdad, pretendidamente democrático, a partir del cual se niega y desconocen identidades comunitarias. Las razones de este fuerte arraigo a la norma tiene razones históricas; los estudios superiores y de lingüística muchas veces contribuyeron a justificar ese arraigo. Como contraparte, pensamos que el llamado ‘purismo’ idiomático, sostenido en otras épocas como un desideratum, constituye en cambio un obstáculo a la comunicación (Hamel). Frente a esta actitud surge el reconocimiento de diferencias dentro de ‘la lengua’, así como también de las lenguas y culturas de minorías existentes en nuestro país, y de las lenguas híbridas que surgen de situaciones de contacto. La propuesta es una Educación Intercultural Bilingüe (EIB), que parte de un concepto de pluralidad, tanto entre lenguas como entre variedades (tradicionalmente llamadas dialectos). La EIB (L. Acuña, C. Fernández) parte de considerar que el bilingüismo enriquece con nuevos elementos y perspectivas, lo que cobra especial importancia en el caso de las comunidades de nuestro país de cultura y lengua amerindias.


Lenguas y culturas. La problemática planteada constituye el tema de un proyecto de investigación interdisciplinaria que, enfocando el lenguaje como práctica social, reconoce la existencia de diversidad lingüística inserta en la diversidad cultural, en oposición a conceptualizaciones de lengua y cultura homogéneas. Dentro de este planteo general nos interesa abocarnos a lo que pasa en nuestro país, en especial en la ciudad de La Plata y zonas vinculadas, centrándonos en la escuela como institución a la que convergen diferentes sectores sociales. La importancia de ésta es innegable y se hace evidente en el mero hecho de cómo la sociedad –con justicia o no- responsabiliza a la escuela de las deficiencias o carencias culturales y expresivas y/o interpretativas de niños y jóvenes, tal como aparece construido por noticias de los medios.
Este es un tema sobre el cual pensamos se ha hablado mucho y mal pero que seguramente tiene que ver con eso que se suele llamar reiteradamente la crisis de la educación, la cual -sin pretender con esto abordarla- está vinculada a un conflicto que se da en el seno mismo de nuestra escuela: asentada la enseñanza fundamentalmente en la práctica verbal, al punto de que se identifique conocer con verbalizar los conocimientos, las conceptualizaciones sobre lenguaje en las que han sido formados los maestros se convierten muchas veces en obstáculos para la comunicación, y ya sabemos que sin comunicación no hay educación. De ahí situaciones conflictivas que hemos registrado en nuestros trabajos de campo, desde la dispersión y el bochinche en el aula que muchas veces supera al maestro, quien suele habitualmente sobreponerse mediante prácticas autoritarias, hasta el silencio obligado de no pocos niños, como ejemplifica este breve mail de una docente:
Asunto:  ¡Socorro!
Texto del mensaje: Soy argentina, docente, vivo en la provincia de Corrientes y estoy investigando-dentro del marco de un trabajo de maestría- los desencuentros comunicativos entre niños muy humildes que asisten a escuelas rurales y la forma de comunicación institucional de sus escuelas. Por favor, ¿me aconsejarían bibliografía sobre el silencio como actitud?

Esta preocupación se da en muchos docentes, situaciones parecidas aparecen repetidamente en sus relatos, a veces como juicio dirigido contra el chico que más bien disimula un sentimiento de frustración no aceptada por el docente. “No logro que hablen, ¿sabés? No hablan como chicos normales de segundo grado”[2], nos decía una maestra con respecto al grupo de niños platenses a su cargo. Son comunes en nuestro medio –y lo que es peor: entre los maestros- las generalizaciones sobre estas conductas referidas a determinados grupos étnicos: ‘no hablan’, ‘no saben hablar’, ‘tienen lenguaje pobre’, etc.; también hacia los jóvenes y los de baja extracción social.
Nuestra hipótesis es que tanto el desborde como el silencio reflejan un conflicto social no resuelto que emerge en la escuela, pero yendo a lo más específico escolar, incluye también el conflicto entre la diversidad lingüística y cultural como hechos sociales frente a las conceptualizaciones del maestro, referidas las más de las veces a un modelo único y homogéneo. Este planteo fundamenta el explorar esa diversidad, por un lado, y por el otro analizar ciertos conceptos que tanto la sociedad en general como los institutos de formación docente, en cumplimiento de determinadas políticas lingüísticas y culturales, imparten en la formación docente.
Ya es una frase aceptada: la diversidad es la norma. Esto es así porque tiene que ver con el cambio, con la convivencia de diferentes generaciones y diferentes sectores sociales, además de muchos otros factores como la creatividad del hablante, la complejidad de la vida urbana, las relaciones de poder que tensionan el complejo social. Quedan incluidos en todo esto dos hechos constantes y generalizados a muchas sociedades de occidente: lo que se suele llamar ‘movilidad social’ (tanto hacia arriba como hacia abajo) y las migraciones. Como resultado podemos decir que nunca como en la actualidad, al menos en los últimos años, se encuentran cara a cara los sectores ‘cultos’ y los ‘marginales’ –que en rigor ya no lo son pues no están confinados a las ‘villas’: comparten, si no con las elites al menos con sectores medios, las calles del centro, el teatro, los restaurantes, la escuela-, a lo cual debemos sumar la presencia de inmigrantes tanto de ultramar como de tierra. Sobre esto es fundamental detenernos.
Cuando hablamos de inmigrantes comúnmente pensamos en nuestros orígenes inmediatos vinculados a políticas de población de fines del siglo XIX. Nos resulta necesario sin embargo recordar con C. Martínez Sarasola que la primera corriente migratoria ocurrió en el siglo XVI[3], lo cual implica el reconocimiento de la existencia de poblaciones –o sea culturas, lenguas, algunas de las cuales aún perviven- anteriores a la llegada de los conquistadores y a nuestra constitución como colonia española. Y también tomar en cuenta que los que descendimos de los barcos sentimos inmigrantes a todos los que vinieron después, tanto los que vinieron durante la 1ra. mitad del siglo XX como resultado de las guerras, como la inmigración que se viene dando sin solución de continuidad, a veces declarada y otras en forma ilegal, ya sea mediante instituciones estatales o lazos familiares o de otro tipo. Cobran especialmente importancia en nuestra zona las migraciones procedentes de países limítrofes como Bolivia, Paraguay, también de Perú, y las migraciones internas de las cuales las más frecuentes a esta zona son las del Norte argentino. También es necesario tomar en cuenta que al inmigrante se lo suele visualizar desde la mirada y los intereses del habitante nativo, quien a menudo reacciona negativamente al sentir menoscabados sus derechos; salvo cuando responden a principios explícitos como los de la generación del 80, pocas veces se lo ve como producto de políticas estatales y de grupos de poder que planifican de ese modo la regulación del mercado de trabajo, tanto en América como en Europa[4].
La gente emigra en busca de mejores condiciones de vida, evaluando positivamente cuando es posible el hecho de compartir una misma lengua y cultura: es lo que pasa con países limítrofes y provincias del interior. Pero bajo una supuesta unidad suelen darse diferencias importantes: los inmigrantes hispanohablantes que llegan a La Plata son hablantes de dialectos o variedades diferentes al de la ciudad receptora; más aún, pueden tener también como primera lengua una lengua amerindia, siendo el español su segunda lengua, como suele ocurrir en el caso de la comunidad toba. Vinculado con esto hay un fenómeno más complejo y es que las variedades del español habladas por los inmigrantes pueden presentan sistemáticamente ciertos rasgos recurrentes, tanto en el léxico como en la gramática, que provienen de la vigencia en los lugares de origen de diferentes lenguas amerindias -guaraní, quechua, aymará, wichí, toba- de las cuales inclusive pueden ser hablantes al mismo tiempo que del español y seguir practicándolas en el nuevo lugar. En estos casos, además de cambios lingüísticos al interior de cada lengua es común que la lengua amerindia produzca interferencias en las nuevas prácticas, diferenciándose así de la norma local: sonidos, género, orden de las palabras, etc. Es lo que se conoce bajo el nombre de contactos, paso previo a la mezcla de lenguas. Ahora bien: si el poseer otra lengua puede ser pensado como positivo, es común que estos fenómenos de contacto sean censurados como incorrecciones por el maestro (y no admitidos como errores constructivos). De ellos se sigue inseguridad en el lenguaje, autocensura, silencio y una disminución de la capacidad comunicativa, como lo demostró B. Lavandera en su estudio sobre el cocoliche.
Se conoce más de lenguas amerindias que de situaciones de contacto, así como los estudios del español en América se han concentrado más en variedades urbanas monolingües, dejando de lado las variedades rurales y sobre todo el español de los indígenas. Una razón para ello es que prima aún aquí el criterio de lengua homogénea, cuando muchos estudios ya confirman la imposibilidad de marcar límites discretos entre lenguas y entre culturas. El esclarecimiento de estos conceptos es importante para el abordaje de la diversidad. Algunos estudios aluden al español de los indígenas sobre todo en términos de sus implicaciones sociolingüísticas. Se muestra así que las valoraciones asociadas al español difieren entre sí. Por ejemplo, a veces se lo identifica con el ‘código del poder’, pero también resulta ser la lengua de los insultos y la desconfianza vinculada a los mestizos; por su parte, la lengua originaria suele identificarse con la lengua de la solidaridad intracomunitaria, aunque también puede estigmatizarse como un obstáculo para el prestigio y la movilidad social. Algunos sugieren que el utilizar préstamos del español en el discurso indígena, para algunos hablantes, los más hispanizados, está orientado a producir efectos de ‘prestigio’. La complejidad aumenta si consideramos la variedad de usos que encontramos no solo a nivel grupal sino a nivel individual. Hay variables relacionadas con la diferenciación social y con niveles honoríficos, pero conocemos muy poco de las actitudes y el uso de las lenguas en función de variables como el género o la edad.
Estas investigaciones enfrentan una serie de difíciles problemas poco explorados y no resueltos sistemáticamente, tanto conceptuales como de lingüística histórica, como así también existen restricciones metodológicas derivadas de los instrumentos de captación de datos. De todos modos los resultados sugieren que le integración de material castellano en lenguas amerindias o a la inversa no representaría un ‘empobrecimiento’ o incorrección, por el contrario, en ocasiones se trata de por lo menos estrategias de supervivencia, si no de un franco ‘enriquecimiento’[5]. Es interesante madurar estos conceptos: las lenguas amerindias sobreviven en algunos casos gracias a que se mezclan; la supervivencia por otro lado en el hablante de su lengua de origen, desde una mirada pluriculturalista, enriquece su capital simbólico y no es ya considerada un obstáculo sino que puede favorecer la adquisición de la lengua estándar de la comunidad receptora –instrumento sin duda necesario a la vida social y uno de los objetivos obligados de la escuela.
En nuestro medio, el conocimiento de fenómenos de contacto le resulta indispensable al maestro porque aporta explicaciones a hechos que de otro modo aparecerían como totalmente anómalos o incorrecciones.

Trabajos de campo. En vistas a la concreción del proyecto, decidimos realizar un trabajo etnográfico exploratorio en una escuela en cuyas aulas aflorara la diversidad sociocultural. De acuerdo con ciertas informaciones previas, relevamos la zona noroeste del partido de La Plata, caracterizada por una población con importante afluencia migratoria tanto del interior del país como de países limítrofes, donde, precisamente en el Barrio Malvinas, desde fines de la década del 80 se fueron instalando 36 familias tobas, oriundas de diferentes localidades del Chaco, gracias a un plan de autoconstrucción de viviendas[6]. En ese espacio geográfico delimitado detectamos tres escuelas, de las cuales elegimos la Escuela Nº 41 para realizar el trabajo de campo exploratorio, debido a que:
- concurren niños en situaciones de extrema pobreza que comparten el espacio de aprendizaje con niños de clase media pauperizada, algunos provenientes de escuelas privadas;
- mediante consultas realizadas a las maestras pudimos establecer que estudian 31 chicos hablantes de lenguas amerindias, además del castellano, entre los cuales (al momento de realizar ese trabajo) se encuentran niños tobas.
- en cuanto a la realización del trabajo de campo, la escuela 41 por la buena disposición de su personal docente suma a las características descritas, las posibilidades prácticas de concretar la investigación propuesta
Esa primera descripción nos muestra que la escuela Nº41 “Francisco Guerrini” constituye un espacio signado por la diversidad cultural, lingüística y social, características que la sitúan como una institución vulnerable a la discriminación tanto por parte de maestros hacia sus alumnos, como entre los mismos estudiantes.

El encuentro de la diversidad y tendencias homogenizantes en la escuela. El primer contacto formal con la directora y maestros lo tuvimos en una reunión de perfeccionamiento docente. De sus relatos surgieron diversas problemáticas relacionadas con la actitud del docente frente a la diversidad social, cultural y lingüística. En principio nos transmitieron sus preocupaciones por los mecanismos de resistencia que construyen los niños en el proceso de aprendizaje. El profesor de música reconocía en los chicos mucha rebeldía hacia el docente. Recordaba el caso de un chico muy rebelde que cambió su actitud al proponerle el estudio de la zamba “La Pomeña”: el chico era salteño, quería volver con su mamá que vivía en Salta.

Este testimonio ocasionó que otros docentes intentaran dar con las razones que explicarían o permitirían comprender la resistencia de los niños a los contenidos impartidos en la escuela, transcribimos algunas:
Los chicos que vienen del interior o de países limítrofes, por lo general, no quieren quedarse acá, por eso piensan que si se portan mal en la escuela los regresarían a su lugar de origen. Acá no se sienten cómodos, los ritmos que llevamos son muy distintos a los del interior, en el interior son más lentos, nosotros vivimos acelerados.

Creemos ver acá que, en vez de rescatar la importancia de incluir contenidos que den cuenta de la diversidad que emerge en las aulas, se tiende a elaborar argumentos que no ponen en cuestionamiento los contenidos curriculares. Esa misma actitud aparece en el profesor de música, quien asume visiones estereotipadas de la relación entre la migración rural frente a la población de las ciudades: A partir de estos juicios se fomentan valorizaciones sobre las capacidades de aprendizaje que tienen los niños de origen rural frente a los de extracción urbana. Algo parecido ocurre en los casos de niños que vienen de países limítrofes. Una maestra de 3er. Grado cuenta su experiencia con un chico boliviano:
El chico venía con un lápiz y me decía ‘tájame la punta’, yo le respondía ‘No te entiendo’ y le pedía que me explicara qué quería decir, esta situación se repitió varias veces hasta que un compañerito me aclaró que lo que quería decir era que le ‘sacara punta’ al lápiz.

Este ejemplo nos hace pensar que los mecanismos de resistencia no sólo pueden provenir del niño frente a la enseñanza que imparte la maestra sino también de la maestra hacia la riqueza que proporciona el contacto con otras culturas, tal vez porque esto le implicaría abandonar ciertas posturas fuertemente arraigadas.
Otra maestra cuenta este ejemplo de revalorización de la lengua materna:
Yo tengo alumnos que hablan guaraní, ellos entienden perfectamente bien lo que yo les digo, pero hay uno que cuando le hago una pregunta me contesta en guaraní, entonces le digo que me hable en castellano porque no le entiendo y me contesta “yo soy un paraguayito orgulloso de mi nación”.

Vemos así a través de las experiencias de los maestros que los mecanismos de resistencia se producen tanto desde el docente hacia la diversidad cultural y lingüística, como de los niños hacia las tendencias homogenizantes de la escuela.
En la trascripción presentada se pueden observar los mecanismos de resistencia de los alumnos y de la maestra. Los problemas sociales estallan en el aula que está signada por el conflicto más que por la integración; la maestra, desbordada, resiste a esa realidad que diariamente la golpea y continúa enseñando el saber “seguro” que se imparte desde los manuales escolares. Esa resistencia se traduce mediante la negación del conflicto y el refugiarse en los saberes oficiales. Las salidas que encuentra la maestra a las situaciones críticas se establecen construyendo su identidad en oposición al grupo de pertenencia del alumno. Esto es, la maestra se autopercibe como parte de la escuela, diferenciándose del grupo familiar del alumno, acto que, en consecuencia, posiciona a la escuela como un espacio social distinto, esto es diferenciado y diferenciador, del espacio social ocupado por el alumno. Esa distinción toma ribetes de segregación cuando la maestra, ante su pérdida de autoridad, le marca al alumno que él no pertenece a la escuela, negándolo en su calidad de persona. Podemos concluir que, tanto la negación de la maestra hacia los conflictos sociales que surgen en la interacción con los alumnos, como su atención dirigida a las transgresiones a reglas estandarizadas de la lengua escolarizada y principios de autoridad del maestro en el aula, provocan que los alumnos se replieguen sobre sus actitudes de resistencia basadas en comportamientos que provocan disgregación, en marcada oposición a lo que es de esperar en el espacio escolar.
El trabajo etnográfico presentado no pretende hablar o dar cuenta de la escuela en general sino más bien develar mecanismos de resistencia que se construyen en las interacciones entre alumnos y maestros que, en el caso que aquí mostramos, sitúan a la escuela como espacio diferenciador y, en ese sentido, discriminador más que como lugar integrador de las diferencias. Queremos aclarar además que no hay que comprender lo analizado como una serie causalística donde la actitud de la maestra es causa o efecto del comportamiento de los chicos; por el contrario, la experiencia narrada nos muestra que el maestro, como miembro de esta sociedad y, por ende, agente instituido, está condicionado por su propia formación como formador, de ahí la importancia de realizar un trabajo conjunto que le otorgue armas para enfrentar el conflicto, permitiéndole cuestionar sus propias conceptualizaciones.

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[2] Maestra de Escuela 41 del partido de La Plata, curso lectivo 2004.
[3] Nuestros paisanos los indios
[4] Cf. Le Monde diplomathique, febrero 2003.
[5] Extraído de: FLORES FARFÁN, J. A. y P. MUYSKEN, 1996, “Lenguas en contacto en Iberoamérica”. En: signo & seña Nº 6, Revista del Instituto de Lingüística, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Buenos Aires, Argentina..
[6] En años sucesivos continuaron llegando y asentándose otros grupos, vinculados al primero, de modo que actualmente tenemos conocimiento de más de 70 las familias de origen toba, cuyos niños asisten a 5 escuelas públicas.

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