La Lingüística en las investigaciones en
Comunicación*
Autora: Gladys Lopreto (2001)
FPyCS, UNLP
Resumen: Intento ubicar a la Lingüística como
‘ciencia que describe y explica el funcionamiento de la lengua’, entendida ésta
como una forma particular del lenguaje verbal humano. Luego, cómo esta ciencia puede proporcionar
herramientas útiles, por una parte, para el estudio del rasgo de diversidad que
constituye la sociedad, a los efectos de la comunicación en general o en
particular en el campo docente, político,
mediático, etc.; por otra parte, para el estudio del discurso, entendido
como un hecho de comunicación y una expresión y herramienta ideológica.
Ejes
: Sociolingüística. Análisis crítico del
discurso (ACD)
Introducción. Cuando planteamos en clase el tema de la comunicación solemos contar
la anécdota de la maestra platense que a sus alumnos bolivianos -por lo tanto
hispanoparlantes- les pidió que llevaran ‘fósforos’ usados, obteniendo solo
como respuesta el silencio, hasta que tres días después, al atreverse a
acompañar sus palabras de un movimiento mimético, aprendió que ellos los
llamaban ‘cerillas’. Esto de paso le sirvió a la maestra para poder leer la
edición traducida en Madrid del libro de Sperber y Wilson sobre la comunicación
humana, cuando dice que ‘es poco probable que el hombre moderno encienda el
fuego frotando palitos, sin recurrir a unas cerillas o un encendedor’, en forma
similar a cómo, según los autores, cuando el ser humano desea comunicarse
utiliza preferentemente una herramienta construida por él llamada ‘lengua’ o
‘lenguaje’, que aunque no satisfaga por sí sola plenamente los propósitos
comunicativos constituye un auxiliar importante a ese efecto. Así llegamos a
los conceptos de lenguaje, lengua y comunicación, en relación con los cuales
surge el de ‘discurso’, caracterizado por T. Van Dijk como ‘un hecho de uso de
lenguaje’ o un ‘suceso de comunicación’. Cabe agregar una observación empírica,
tomada de los autores arriba citados: la comunicación es a menudo un proceso
asimétrico en el que el emisor puede tener prioridad en seleccionar código e
información contextual, lo que, en mayores dimensiones, lleva al concepto de
‘poder’.
He intentado vincular las cuatro palabras que nos convocan. Lo de las cerillas no fue porque sí. Así como se escandalizó en un primer momento la maestra, se suele criticar a los jóvenes porque cambian u olvidan significados o inventan o modifican palabras, lo que se conoce en un sentido amplio como ‘neologismo’, pero no tenemos en cuenta que son los intelectuales los que más frecuentemente se sienten con derecho a producirlos, con resultados no siempre felices, y nadie los critica. Bueno, yo hoy me veo inclinada a tomar uno de estos engendros, en este caso adjudicable a H. Maturana –el biólogo chileno que definió ‘el hombre es un ser de lenguaje-, para decir que he pasado gran parte de mi vida ‘lenguajeando’ sobre el lenguaje a alumnos usuarios de la lengua y a estudiantes de comunicación, pero ahora, frente a estos jóvenes investigadores o comunicadores o aspirantes a serlo me pareció que lo más adecuado era preguntarme cuáles son los principales problemas que pueden encontrar y a los que
En principio diré que
intenta dar cuenta de la lengua, la palabra (las cerillas). No se arroga la
capacidad de responder en plenitud la
cuestión de la comunicación, solo intenta aportar al conocimiento crítico de la
lengua en uso o discurso, ubicándose preferentemente, por razones fácticas o de
poder, en el emisor. Encontré fundamentalmente dos problemas. Uno tiene que ver
con la seguridad, que no siempre es la propia, que va ligada al derecho a
ejercer el discurso; y otro con la interpretación y producción, con la
aclaración de que ambos constituyen a la vez espacios abiertos a la
investigación desde otros campos del conocimiento.
1.
Con respecto al primero, el estudiante de esta Facultad al menos empíricamente
mal o bien al final de su carrera ha superado inseguridades o inhibiciones con
respecto al uso del lenguaje oral o escrito, pero tal vez no alcanzó a ver las
implicancias de considerar el lenguaje como una práctica social, tal como se lo
hace a partir de la llamada “lingüística crítica” y de autores como Hodge,
Bourdieu, Bateson y otros. Esta concepción no es totalmente nueva, tal vez
pueda vinculársela con posturas
anteriores, inclusive tradicionales, pero supera –o complementa- el pensamiento
del lenguaje como un sistema autónomo que primó a principios del siglo XX, o
como sistema de reglas de mediados de siglo, a partir del concepto de que ‘toda
regularidad es transitoria’ porque el lenguaje constituye una ‘práctica
social’. Esto significa no que no existan esas reglas formales que produjeron
los desvelos de tantos lingüistas, empecinados en describir y en explicar el
funcionamiento de las lenguas, sino que el sistema es absolutamente dinámico.
Es decir, sujeto a cambio.
Somos proclives a aceptar
los cambios que se producen en el tiempo, a adherirnos a lo nuevo –por razones
cuya consideración dejo a ustedes-, aunque a veces les pidamos a las
innovaciones que estén metabolizadas por una explicación de tipo académica o
legitimadas por el diccionario. Tal el uso del verbo zafar, que antes de la presidencia de Alfonsín no tenía el
significado con que se lo usa ahora; o la generalización de términos como staff, etario, cuyo cuestionamiento
parecería un anacronismo, sin necesidad de recurrir a los coloquiales trucho, bajón. Sin embargo no es tan
aceptable de primera intención cuando el cambio viene de los jóvenes,
consistente a veces en resignificaciones (ej.: las ‘malas’ palabras), en
neologismos o en estilos: así, sin tener en cuenta la inmadurez de quienes
todavía no están en la edad ‘madura’, se habla de ‘pobreza’ del lenguaje
juvenil, juicio éste muy socorrido incluso por los docentes, en el que se suele
caer irreflexivamente, que podemos conectar con un planteo abordado por los
sociólogos: la existencia de ‘lenguajes ricos’ y ‘lenguajes pobres’, en
relación no con valores intrínsecos al lenguaje sino referidos a la tenencia de
un determinado ‘capital’, es decir, a las nociones de ‘mercado lingüístico’,
tal como lo formulara P. Bourdieu.
Con esto ya estamos en los
cambios que se producen en el espacio, o dicho de otro modo, las diferencias,
las variedades, algunas de ellas sancionadas como ‘incorrecciones’, que están
presentes simultáneamente en la sociedad, lo que con términos actuales
llamaríamos ‘la diversidad
lingüística’. En realidad se considera que los cambios en el espacio son
condición previa para que se produzcan los cambios en el tiempo, ya que ‘toda
innovación fue previamente una incorrección’ (A. Alatorre).
Los estudios sobre
diversidad lingüística resultan necesarios porque permiten por un lado
visualizar la lengua en su materialidad que es diversa, y aunque no sea
esperable conocer descriptivamente el repertorio completo de todas las formas
que constituyen una lengua en diferentes latitudes, lo que sí es necesario el
generar una actitud abierta a lo diferente. Hablamos de las diferencias que
tienen que ver no solo con regiones -estas son las más conocidas y aceptadas
desde tiempo atrás- sino otras diferencias, relacionadas con grupos culturales
diferentes que constituyen una misma sociedad. Estas diferencias tienen que ver
nuevamente con edades pero también con condiciones económicas y sociales, con
sexo, con ocupaciones o ‘desocupaciones’, con ideologías, con lugar de
procedencia, etc.
Hay además un fenómeno que
fue estudiado solo en casos aislados y con criterios generalmente descriptivos
por los lingüistas, a veces con sentido apocalíptico (cf. artículos como “las
invasiones inglesas”), abarcados bajo el nombre general de ‘lenguas en
contacto’ y hoy más aggiornadamente como ‘multilingüismo’: este campo tiene
implicancias muy importantes todavía no debidamente estudiadas y tenidas en
cuenta a la hora de la práctica. Y sin embargo tiene que ver con la condición
que más fuertemente nos constituye como sociedad, el ser mestizos, el
multiculturalismo. Los hispanoparlantes diferimos también por las lenguas en
contacto, y acá cobra una importancia muy especial el contacto con lenguas
amerindias. Esto condiciona la competencia comunicativa, como lo demostró entre
nosotros Beatriz Lavandera..
Resultado: inhibiciones, los
silencios. En qué nos atañe: en que desde nuestro nivel de educación terciaria
y universitaria, y justamente por el hecho de haber sido aprobados por los
sucesivos estamentos de educación institucional, en muchas ocasiones, pese a lo
que creemos pensar, nosotros mismos no aceptamos el lenguaje no escolarizado y
decimos “hablan mal”, “no hablan”. Vale la pregunta de A. Puiggrós, si la escuela socializa o
legitima el lenguaje de una clase social. En pocas palabras: el derecho a
ejercer el lenguaje en relación a todo lo que implica la diversidad en nuestra
sociedad nacional y latinoamericana es un tema a tener en cuenta por los
comunicadores, en el que además ellos tienen mucho que decir.
2. Los
estudios del discurso se proponen, para uno de sus principales expositores, T.
Van Dijk, la interpretación y explicación a partir de tomar en cuenta tanto
aspectos macroestructurales como elementos mínimos identificables de la
materialidad del discurso (oral o escrito). Los primeros hacen a la comprensión
general, al sentido global, la respuesta a “¿qué me quiere decir?”, pregunta al
alcance de cualquier lector atento pero que no puede faltar en el análisis del
especialista, como paso primero. Es más, sin este sentido global, si partimos
de las unidades de análisis el resultado puede ser aberrante.
Un elemento clave es la
palabra por sí sola, que puede llegar a tener un poder de síntesis muy grande:
pensemos por ejemplo en la frase ‘efecto tango’. Por qué se eligió esta
palabra. Pero ahí está presente, aunque no nos demos cuenta, también el
elemento gramatical, concretamente el efecto comunicativo que produce lo que
llamamos ‘nominalización’: los asesores de Ruckauf lo conocían muy bien. Y los
conquistadores también, porque en sus Cartas designaban con el sustantivo
‘cristiano’ solo a los europeos, en tanto que los indios bautizados recibían la
misma palabra pero en función de adjetivo. Esto dicho brevemente como ejemplo
de la importancia que lo gramatical reviste en la producción de sentido: no
significa lo mismo una categoría que otra, no es lo mismo referirse a un suceso
rotulándolo con un sustantivo que presentándolo como un proceso mediante el
verbo, que de paso digamos presenta uno de los sistemas más complejos y ricos
en semanticidad del español.
Otro aspecto interesante es
la deictización, recurso sobre todo gramatical que permite ‘tirar línea’ al contexto extralinguistico;
la mayor o menor presencia de deícticos produce discursos que se muestran
comprometidos con la situación, o elevados, generales, desprendidos de lo coyuntural.
Ya por su significado, ya
por su categoría, las palabras, los signos, revelan u ocultan al lector el
pensamiento, las conceptualizaciones, lo cual es posible porque el lenguaje es,
para los estudiosos del discurso, al igual que para los sociolingüistas, un
sistema de posibilidades; las elecciones, concientes o no, producen lo que
llamamos lenguaje modalizado, que aunque se pretenda neutro está, en más o en
menos, directamente vinculado con esquemas ideológicos. Un comunicador necesita
tener clara conciencia de ello porque, ligerezas aparte, no puede llamar
‘justiciero’, porque así se ha generalizado el uso, al que considera un
‘asesino’, ni llamar ‘negrero’ a un explotador si pretende no mostrarse
racista, y al mismo tiempo el uso de una palabra o de otra lo guiará en la
interpretación del discurso. También las palabras, en forma directa o
indirecta, nos permiten vincular con otras voces presentes en el discurso, son
puntos de la intertextualidad o polifonía.
Todo hasta aquí toma en
cuenta la utilización de esa poderosa herramienta de comunicación creada por el
hombre, la lengua, para la interpretación del discurso, que trabaja con
enunciados en su sentido material mediante procesos de
codificación-descodificación; pero no queremos decir con esto que el análisis
lingüístico da cuenta del todo. Un intento de decir algo sobre ‘lo que falta’
lo propone el modelo inferencial (Sperber y Wilson), la interpretación de lo
que no se dice pero que está de modo implícito. Según el paradigma en el que el
investigador se ubique, acá cobra importancia la consideración del contexto o
el salto del enunciado a la enunciación.
He mencionado algunos
elementos en los que se puede rastrear la intencionalidad del discurso, la
búsqueda de producir determinado sentido o de actuar sobre el contexto. Para
cerrar este tema, si reconocemos que el hecho discursivo nace de un propósito o
intención, no es extraño reconocer algo similar en el estudio mismo del
discurso. Los que entienden lenguaje y discurso como práctica social afirman su
importancia en relación con el poder, y se proponen utilizar la herramienta de
análisis para hacer evidente los contenidos ideológicos que constituyen
presupuestos (a menudo falsos) del discurso social, que pasan como ‘saberes’ o
verdades de sentido común. En otras palabras, denunciar el contenido racista o
autoritario, por ejemplo, de una noticia ‘objetiva’ o de un texto escolar o de
una conversación áulica. Los investigadores que abiertamente toman una actitud
comprometida constituyen lo que proponen llamar el Análisis Crítico del
Discurso (ACD), al que se suscriben tomando partido a favor de los grupos
oprimidos en contra de los grupos dominantes (Fairclough y Wodak).
A modo de conclusión. La puesta a punto del conocimiento
lingüístico es útil al estudio del ‘lenguaje en uso’ o del ‘hecho de
comunicación’, conceptos comprendidos en la palabra ‘discurso’. Esta designa un
espacio multidisciplinario que atiende al estudio del discurso como
constitutivo de la urdimbre social y que tiene como uno de sus objetivos
principales la interpretación en función del conocimiento, un conocimiento que
en la propuesta del Análisis Críticio del Discurso no es desinteresado sino
expresamente motivado por una propuesta de cambio.
No quisiera terminar sin
decir antes que el estudio del discurso, y en mayor medida el ACD, proponen un
punto de partida distinto al tradicional para estudiar la lengua, que
favorecería la solución de algunos problemas epistemológicos y su aplicación en
educación; esto me lleva a pensar (y acá recuerdo conceptos del lingüista
español Enrique Bernárdez) que la ciencia lingüística, a más de ofrecer un
aporte, debe estudiársela desde la comunicación.
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* Ponencia leída en Congreso alaic 2001:
“COMUNICACIÓN Y Política EN LA CULTURA MEDIáTICA ”, MESA: COMUNICACIÓN, LENGUAJE,
DISCURSO Y PODER, organizada por la
Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.
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