Reúno en este espacio textos de mi autoría que son productos de investigaciones, búsquedas bibliográficas, reflexiones, a veces serias, a veces no tanto, sobre los temas de estudio que transité: el lenguaje, la lengua, el juego de la gramática, el discurso, la enseñanza, la práctica educativa, los libros, y también la aventura maravillosa de haberme internado en el siglo XVI en la selva paraguaya a través de un estrecho ventanuco: las cartas de los soldados que vinieron a este extremo sur del continente. Muchos de estos trabajos fueron publicados en actas de congresos, unos pocos bajo el formato libro, y otros tantos tienen existencia virtual. Tal vez a algún lector le interesen, lo que constituirá para mí un momento de alegría. GLADYS LOPRETO

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lunes, 28 de febrero de 2011

ENUNCIACIÓN - ENUNCIADO (2003)

Resumen: A partir del ‘enunciado’ como lo superficial o existente, me interesa trazar dos conceptualizaciones  divergentes en su relación con la ‘enunciación’: las que representan los textos de E. Benveniste y de M. Foucault. Intentaré mostrar cómo una y otra conducen a reconocer diferentes prioridades en el análisis: la primera, al poner el acento en la enunciación, reafirma la indispensable aproximación léxico-gramatical, mientras que la segunda, que pone el acento en el enunciado, destaca el concepto de ‘práctica discursiva’.

Palabras-clave: Enunciación – Enunciado – Interpretación – Experimentación

1. El campo de los estudios del discurso
El presente trabajo intenta desarrollar algunos aspectos teóricos que hacen a los estudios del discurso, tomando en cuenta las palabras de H. Parret (1995: 25): “Es muy importante notar que el paradigma dentro del cual se trabaja., ya sea el funcionalismo, el formalismo, u otro, dicta ya de antemano lo que se va a considerar como ‘empírico’, como ‘adecuadamente válido’, como ‘coherencia teórica’”. En otras palabras, el marco en el que nos movemos, las actitudes epistemológicas a las cuales adherimos, los intereses intelectuales y sociales que nos mueven, así como también otros aspectos que tienen que ver con lo afectivo y personal inciden de alguna manera en nuestras elecciones y posicionamientos con respecto a temas de estudio, metodología, objetivos, conclusiones, tiene consecuencias sobre el hacer.
En este sentido y en función de mis propias inquietudes y cuestionamientos, sentí la necesidad de esclarecer desde una perspectiva interdisciplinaria algunos conceptos a los que se acude frecuentemente en los estudios del discurso. Para ello, en el presente trabajo intentaré trazar un determinado recorrido vinculando algunas lecturas, sin pretender dar cuenta exhaustiva de los temas propuestos, objetivo éste que excedería ampliamente mis posibilidades actuales. Sus limitaciones tienen que ver no solo con los condicionamientos genéricos del ‘paper’ o ‘ponencia’, sino también con el reconocimiento en lo personal y la convicción de que, cuando sorteamos los límites de las disciplinas perdemos de algún modo la sensación de seguridad que se consigue al moverse en un área de conocimientos especializados, y comenzamos un movimiento de apertura que conlleva de algún modo cierta sensación de incertidumbre, de incompletitud, tal vez más acorde por otro lado con el desarrollo actual de la ciencia. Sin embargo vale la pena intentarlo, aunque eso implique reconocer las propias limitaciones. En este sentido me interesa traer acá las palabras de M. Foucault, en tanto demuestran una elección epistemológica: No solo admito que mi análisis es limitado, sino que así lo quiero y se lo impongo... Las relaciones que he descrito valen para definir una configuración particular; no son signos para describir en su totalidad la faz de una cultura... Lo que en otros sería laguna, olvido, error, es para mí, exclusión deliberada y metódica (Foucault 1969, 265).
Mis consideraciones parten de considerar el carácter interdisciplinario de los estudios del discurso, rasgo hoy ampliamente aceptado por muchos científicos e investigadores. De ahí que, más que de una disciplina, se habla del “campo transdisciplinario de los estudios del discurso” (V. Dijk 2000a, 21). El discurso es sin duda un espacio en el que se entrecruzan disciplinas, no importa lo próximas o disímiles que resulten entre sí. A poco de instalada en nuestro medio la problemática señalaba Beatriz Lavandera este rasgo como una necesidad, a partir tan solo de que no se puede entender la frase o el texto si no se incorporan elementos externos, que de hecho están incorporados. Es la oración en su producción la que los incorpora, decía, por lo tanto en la decodificación hay que manejarse con ellos. Pero aunque a menudo pueda encontrarse una causa en esta necesidad indiscutible, que así expresada coincide con lo que entendemos por función ‘referencial’, como una base del carácter interdisciplinario, aclara la autora que no se trata  “de la decisión de combinar conocimientos acumulados por disciplinas cercanas entre sí, o sorprendentemente lejanas, sino de una actitud propulsora de estímulo a investigaciones complementarias, extendidas en grupos compactos o densos, a través de continentes, proveedora de argumentos que hagan tambalear los prejuicios establecidos, que combatan las posiciones autoritarias en la ciencia, y que lleven a rechazar las actitudes etnocéntricas y culturalmente imperialistas” (Lavandera 1988: 1).
En las palabras anteriores queda claro que la mirada interdisciplinaria va más allá de la suma de ‘contenidos’ provenientes de diferentes campos. Tiene que ver con la creatividad, con estímulos, con reconocer las propias limitaciones y el valor de lo diferente, con tolerancia y respeto al otro, al distinto, con una actitud libre y abierta. De otro modo no podría concebirse el estudio del discurso como un conocimiento que se proponga metas tales como la de “proporcionar las herramientas teóricas y metodológicas necesarias para un enfoque crítico fundamentado del estudio de los problemas sociales, el poder y la desigualdad”(V. Dijk 2000 a: 62). Ahora bien: dentro de esta multidisciplinariedad podemos reconocer sin embargo una fuerte impronta lingüística en los estudios del discurso, que se refuerza en los artículos de E. Benveniste de fines de la década del 60 en adelante, y que fundamenta la afirmación de E.  Verón (1993: 122) sobre ‘el hecho aparentemente paradójico -señala el autor- de que el saber lingüístico es indispensable para una teoría de los discursos sociales. Algo similar leemos en M. Foucault (1969: 188): Si se quiere describir el nivel enunciativo, hay que tomar en consideración esa misma existencia: interrogar al lenguaje. [i].
He extraído estas citas de los textos mencionados no porque pretenda en ellas reducir y condensar el pensamiento de los autores sino porque me interesan a los efectos de la relevancia que otorgan a nuestra disciplina, lo cual no equivale a hacerlos decir que el estudio de la  lingüística puede dar cuenta del fenómeno del lenguaje, menos aún de la comunicación o del discurso, como si éstos por otra parte fueran conceptos unívocos, ni aún apropiarse de los mismos como objetos de conocimiento. Podemos pensar con ellos en el discurso y/o el enunciado como una función existencial que atraviesa un dominio, un ‘campo’ adyacente, que le otorga un estatuto, y que sobre ese fondo de coexistencia enunciativa pueden deslindarse, a un nivel autónomo y descriptible, las estructuras lingüísticas, metalingüísticas, retóricas, etc.;  o podemos preferir pensar que ‘el discurso es la puesta en funcionamiento de la lengua’, pero lo que es innegable es la necesidad de no quedarnos en una actitud ingenua y simplista, sino de sortear los límites de la disciplina, de dar y tomar, de producir cruces, ‘traslapes’. Esto está definitivamente reconocido: “El análisis del discurso se ha transformado en una empresa vasta y multidisciplinaria de la cual participan por lo menos media docena de disciplinas distintas, una empresa bastante compleja en algunas de sus ramas. Tanto es así que se ha producido una inevitable especialización y no siempre está asegurada la comprensión mutua” (V. Dijk 2000a: 61).
En este traspaso es curioso que a menudo no vemos problema en relacionar el estudio del discurso por ejemplo con conceptos de la física como la entropía, con cuestiones de mercado, etc., abrevando en áreas muy disímiles del conocimiento, práctica que a veces se suele objetar pero que, a mi gusto, ‘airea’ nuestro tema, y sí en cambio, a pesar de esta apertura, suele costarnos admitir puntos en común con diferentes ramas de la lingüística o a veces con disciplinas próximas. Ahí es donde se suele producir la no comprensión de términos de uso común, como puede verse en el par ‘enunciación’ -  ‘enunciado’. Mi objetivo no es negar ni eliminar las diferencias sino visualizarlas para una mejor comprensión de los conceptos y de ese modo intentar poner a punto la teoría y el método, por un lado, y poder sortearlas por el otro, para evitar que se conviertan en un ‘obstáculo’ al entendimiento. 

2. El par enunciación - enunciado.
            Los dos términos de este capítulo, que están evidentemente asociados, aparecen usados en diferentes investigaciones con un significado tan específico que a veces no se llegan a visualizar las conexiones existentes. Responde en parte a una tendencia tradicional en el discurso académico a establecer límites, que lleva muchas veces a una preocupación por elaborar una terminología precisa, definida, de alta especificidad, válida además para un área o dominio determinado. Cuanto más precisión en las definiciones, más especificidad, ergo más ciencia.
Me parece válido pensar la cuestión de otro modo, poniendo la mirada en lo que tienen en común, tanto los dos términos entre sí como cada uno de ellos cuando es usado en disciplinas diferentes, para defender lo cual me apoyo en la unicidad del soporte y puedo remitirme al menos a dos argumentos. El primero, ya tradicional, lo tomo de E. Benveniste, cuando habla del carácter ‘necesario’ del signo lingüístico: en consecuencia, sea la especificidad que queramos darle a una palabra, hay un significado, un sentido, que deviene necesario, que es imposible erradicar. El otro criterio lo tomo de S. Zizek, quien se suma a la larga lista de filósofos y lingüistas interesados en el modo de ‘significar’, conjugando tendencias diferentes. Me interesa además porque su objetivo es revalorizar las palabras en uso y romper de ese modo la barrera que separa los lenguajes teóricos de los de la vida cotidiana, sumándose así a la crítica contemporánea contra la noción de metalenguaje, actitud ésta que ha abierto el camino a una transgresión generalizada de las fronteras. Pues bien, este autor completa de algún modo esa idea de unicidad o continuidad del sentido, aclarando que un término necesariamente ‘designa’, construye un objeto, otorga un significado y éste se mantiene, aunque no implique esto que se trate de un significado homogéneo.
Tiene que ver de algún modo con un concepto holístico que el autor mencionado traslada al lenguaje: los límites que la presencia de lo Real impone a toda simbolización afectan también a los discursos teóricos. Pues bien, su concepto del ‘nombre’ se reconoce antidescriptivista al sostener que el nombre se refiere al objeto por medio de lo que se ha dado en llamar el “bautismo primigenio”, bautismo en el que se otorga, vinculándolo ahora con E. Benveniste, el carácter necesario, y por el cual continúa refiriéndose a ese objeto aun cuando todos los rasgos descriptivos del objeto existentes en el momento de su bautismo hubieren desaparecido. Esto es lo que llama Zizek el efecto retroactivo del nombre. De modo que es el nombre, dice, el significante, el que soporta la identidad del objeto. El nombre de un objeto, agrega, es ‘algo en él más que él’, y agrega: ese ‘plus’ en el objeto sigue siendo el mismo en todos los mundos posibles, es la construcción discursiva del objeto mismo, concepto que tiene que ver con la condición de que los rasgos descriptivos de los objetos serán fundamentalmente inestables y estarán abiertos a toda clase de rearticulaciones hegemónicas.
Acordes con esta hipótesis, podemos decir que las diferencias en los conceptos que estamos tratando son solo rearticulaciones del mismo nombre o concepto. De ahí la necesidad de establecer las vinculaciones entre los mismos términos y sus correspondientes conceptos que aparecen en diferentes paradigmas, no con el propósito de arrasar diferencias, que seguirán existiendo, sino para deshacer obstáculos, abrir puertas, dejar fluir el pensamiento, y de ese modo tal vez superar una condición que así describe Parret (1995: 17): “La mayor parte de los científicos piensan que trabajan de acuerdo con ideales transparentes, con una especie de ideal de cientificidad, y no admiten de buen grado que son víctimas del paradigma con el que trabajan” . Aclaro que es responsabilidad mía el destacado de la palabra víctimas, porque me resultó llamativo el uso de ese término por el autor de Las pasiones para referirse a una situación del investigador más habitual de lo que tal vez pensamos. Luego, esta confrontación o apertura la mayoría de las veces no significa alejamiento en el sentido de abandono o pérdida de honestidad científica o de pertenencia a un campo teórico, por el contrario es probable que dé como resultado una mayor comprensión o esclarecimiento de los propios conceptos.

3. La enunciación.
Ahora podemos pasar al término enunciación, que en un principio no aparece muy diferenciado de su par enunciado, y ver su utilización en diferentes posiciones epistemológicas que provienen a su vez de una diferente dirección en la relación entre los dos términos. Aunque sin duda sería muy interesante, no me propongo hacer acá el recorrido de este par de términos en la historia  sino tomarlos en algunas de sus ocurrencias que entienda significativas a los efectos del presente artículo.
Me resultó un hecho curioso que, en el Diccionario de términos filológicos de Lázaro Carreter, edición 1968, los dos términos aparecen como propuestos en forma indiferenciada para la traducción al español, vía francés, de un concepto que se da como elaborado tempranamente por el funcionalismo de Praga[ii], y que en inglés es utterance. Traducido éste más bien hoy como ‘emisión’ o también como ‘proferencia’ o el mismo ‘ocurrencia’, en ese momento intenta dar cuenta de una unidad que no es exclusivamente sintáctica, a diferencia de la oración o la frase. De algún modo en esa época los dos términos que nos preocupan se entienden como alternantes o sinónimos, ya que traducen la misma palabra del inglés y del alemán, y también se propone enunciado como alternante de discurso (Lázaro Carreter 1968:163/4). 
Décadas después del surgimiento de la escuela de Praga leemos en los textos de E. Benveniste, publicados originalmente entre 1966 y 1974, especialmente en sus conocidos artículos “De la subjetividad en el lenguaje” y “El aparato formal de la enunciación”,  que no se sostiene esa indiferenciación, al distinguirse el enunciado como lo realizado, el producto,  ‘un espacio en el que aparece la huella de la enunciación’; ésta, en cambio, se entiende como ‘la puesta en funcionamiento de la lengua’, un ‘acontecimiento’ en la línea del tiempo que se concibe -por su propia naturaleza- irrepetible, incognoscible; solo deja la huella de su paso, conceptos estos que todavía se sostienen.
Ya sabemos que la enunciación tiene que ver con la lengua en sus diferentes realizaciones, por empezar tanto la vía oral como la escrita. Pero no puedo dejar de vincular este concepto acerca de la enunciación con un rasgo señalado a veces para el lenguaje en general, que, recordemos, para la mayoría de los estructuralistas –lo son E. Benveniste y los funcionalistas o fonólogos de Praga- se desarrolla en la oralidad: este rasgo es su condición de evanescencia. El concepto de enunciación parece tener la impronta de esta cotidianeidad con los conceptos sobre el lenguaje desde un punto de vista general tan elaborados por el estructuralismo. Es más, cuando intentan definir la enunciación se parece a lo que dice W. Ong acerca de la oralidad: “Las palabras son acontecimientos, hechos... Guardan una relación especial con el tiempo, distinta de la de los demás campos que se registran en la percepción humana. El sonido solo existe cuando abandona la existencia. No es simplemente perecedero sino, en esencia, evanescente... Si paralizo el movimiento del sonido no tengo nada: solo el silencio...” (Ong 1993: 38). Por eso tal vez no es de extrañar que los jóvenes que se inician en Lingüística tiendan a confundir ‘enunciación’ con ‘oralidad’...
Hecha esta digresión volvamos a las definiciones de arriba. A partir de ellas, las  corrientes de estudio del discurso que surgieron de la Lingüística toman el enunciado –es decir, las antiguas humildes ‘emisiones’ o similares-  pero se interesan por la enunciación, porque es a la que se le otorga mayor importancia toda vez que el concepto de ‘huella’ que define al enunciado no vale en sí mismo sino en tanto testimonio, recuerdo, lo que queda de ese ‘algo’ que fue y que en el mismo momento dejó de ser, según las concepciones al uso. Esto se da simplemente mediante un mecanismo de connotación, es inseparable de la palabra. Razonamientos posteriores pueden hacernos ver la prioridad de eso que llamamos ‘huella’, de lo superficial [iii], pero todavía se sigue pensando que ‘la clave del discurso está en el estudio de la enunciación’.  
Pues bien, por definición la enunciación es lo-que-ya-no-es, solo tuvo existencia durante un instante fugaz, inasible, inexistente. Es interesante notar que no puede desvincularse este concepto de una idea de tiempo proyectivo, y al mismo tiempo del lenguaje como algo que es en el tiempo; el lenguaje, facultad del ser humano, que también ‘es’ en el tiempo, visto en una sucesión lineal unidireccional. En efecto, esa linealidad reconocida para el lenguaje es un correlato de un concepto lineal, no cíclico, del tiempo, concepción que impregna y es constitutiva de toda nuestra cultura. En esa línea encaja el reconocer en la enunciación como  rasgo definitorio su condición de irrepetible, ya que está construido sobre el tiempo, que es irreversible, y eso mismo  determina su ausencia, o casi ausencia, de materialidad: solo la tuvo en un momento en el tiempo, es toda eventualidad, toda historia.
Vista de este modo, esta relación entre la teoría de la enunciación que se desarrolla a partir de Benveniste y el rasgo de linealidad que reconoce Saussure como propio de la lengua, así como el pensar la enunciación con la mirada sincrónica  (ya que es en un momento, el movimiento diacrónico la hace desaparecer), se muestran como elementos que tienen que ver con una visión de su teoría de raíces estructuralistas. 
Digamos además que este rasgo de lo-que-no-es, lo que ya nunca podrá volver a ser, y que sin embargo se considera central en los estudios, inevitablemente genera un movimiento frustrante por el impulso a recuperarlo; si adosamos los cuestionamientos sobre las posibilidades de significar del lenguaje cuya fuente próxima difundida es Nietzche, se refuerza en todo lo que es verbal el concepto de lo ‘inefable’, algo parecido a lo que leemos en T. Todorov: ‘la enunciación es el arquetipo mismo de lo incognoscible’ (citado por Kerbrat Orecchioni, 1993: 39). Me interesa reiterar estas conceptualizaciones, coincidentes con un especie de frustrado ‘sueño romántico de la inmediatez’, que desemboca en reconocer como finalidad última la interpretación.
En el enunciado que-fue-enunciación se busca el sujeto –ya sabemos que implica tanto emisor o emisores como receptor o receptores presentes o ausentes, etc.-, es decir, la persona, el individuo, en un momento indiviso y único de su existencia que se produce en un entrecruzamiento también único de las cordenadas tiempo y espacio. El enunciado en cuanto tal no vale en sí mismo sino como punto de partida para llegar al acto enunciativo (Benveniste); se trata de recuperar el momento de la enunciación, de ‘recrear’ –aunque ya se sabe que es una empresa imposible- el espacio, tiempo, sujetos (la parte o lo que es sujeto en ese espacio/tiempo) , todo lo cual nos aclaran los teóricos no es en sí mismo el contexto –lo ‘real’- sino algo así como la representación del contexto por los elementos del discurso, con un objetivo hermenéutico: interpretar, comprender, explicar. Un movimiento que siempre nos deja afuera, a salvo, en un después.
En este sentido tal vez podamos decir que considerar la enunciación lleva al estudio inmanente del discurso o texto; sujeto, tiempo, espacio, valen no por sí mismo sino en tanto conforman deícticos y modalizan la expresión. A diferencia de este movimiento, considerar el enunciado lleva al estudio trascendente del discurso o texto, es decir lleva, aunque para Foucault no directamente, al contexto, a lo de afuera del lenguaje mismo, de ahí a la experimentación.

4. El enunciado.
Dijimos que en la relación enunciación – enunciado, cuyo primer exponente es Benveniste, de raíces estructuralistas, se parte del último para llegar al primero. Una dirección opuesta encontramos en M. Foucault, cuya Arqueología del saber (1969) es más o menos simultánea a la obra de E. Benveniste. El enunciado supone la enunciación, momento singular que, sometido a las fuerzas del azar y la necesidad, ha llegado hasta nosotros, mientras que otros desaparecieron, pero eso no importa ni siquiera quién es el sujeto. Hay un pasaje donde Foucault parece referirse a ese momento fugaz, evanescente, inasible de la enunciación, cuando dice que considera errónea la idea de que las palabras son viento, un cuchicheo exterior, un rumor de alas que cuesta trabajo escuchar en medio de la seriedad de la historia (Foucault 1969, 352). En cambio, nos dirá, importa el enunciado en sí mismo, que adquiere entonces un papel central en su teoría, al cual considera no ya una mera ‘huella’ sino una materialidad con un determinado estatuto en el tiempo ‘hoy’.
De ahí que no le interese llegar al momento de la enunciación, lo cual tiene que ver con su respuesta al por qué del estudio del discurso: el objetivo no es la interpretación, nos dirá, sino la experimentación.
Es necesario para entender el concepto de enunciado ver qué se entiende en Foucault por experimentar. El enunciado sería una unidad del discurso, a su vez parte de los saberes o formaciones discursivas. En este concepto, el enunciado interesa porque permite construir esas  formaciones históricas, y éstas interesan porque señalan el lugar de donde hemos salido... En su larga producción aparecen analizados las formaciones discursivas, los saberes, los dispositivos de poder que permitían el surgimiento de esos saberes transformados en discursos y enunciados materiales, con el propósito de investigar alrededor de qué ‘estados mixtos de poder-saber’ se mueve y dice la sociedad sus discursos... De ahí que construir el corpus de los enunciados no se acaba en lo verbal sino que intenta aproximarse a visualizar los focos de poder alrededor de los cuales se constituyen los enunciados. Los ‘saberes’ aparecen dados, como equivalentes a ‘conjuntos de enunciados’. En este contexto se relaciona ‘experimentar’ con el acto de pensar, con el concepto de ‘práctica’, o de ‘subjetivación’ o ‘constitución del sujeto’, lo cual no coincide solo con el concepto de sujeto de la enunciación –que implica es cierto en alguna medida, aunque sea mínimamente gramatical, el ser ‘agente’ o ‘actor’-, sino que se es sujeto en el acto de pensar y justamente de  ‘plantarse’, de erguirse frente a los saberes.
Curiosamente, ha resurgido en estos días un texto de Susan Sontag Contra la interpretación, que fue escrito también en la década del 70 y que por lo tanto podría integrarse a este diálogo de época, al que quiero referirme porque la autora enfrenta allí nuevamente ‘interpretación’ y ‘experimentación’. Aunque se refiere especialmente a la obra de arte en general, dirige sobre todo su crítica a la literatura y menos al teatro, por lo cual, teniendo en cuenta el papel crucial de la lengua en esas expresiones podemos incorporarla a este ‘diálogo’. La crítica de S. Sontag apunta a que la pretensión de interpretar implica la suposición –que considera ‘arbitraria’- de la existencia de un ‘contenido’ que puede ser traducible de acuerdo con ciertas ‘reglas’ de interpretación”, con cuya aplicación se pretende resolver una discrepancia entre el significado (evidente) del texto y las exigencias de (posteriores) lectores. El intérprete, dice, sin llegar a suprimir o re-escribir el texto, lo altera, pero no puede admitir que es eso lo que hace, pretende no hacer otra cosa que tornarlo inteligible, descubriéndonos su ‘verdadero’ significado. Agrega luego que en nuestra época, “el moderno estilo de interpretación excava, y en la medida que excava, destruye; escarba hasta ‘más allá del texto’ para descubrir un subtexto que resulte ser el verdadero”. (29) Y más adelante, aludiendo a S. Freud: “ Interpretar es empobrecer, reducir el mundo, para instaurar un mundo sombrío de significados... El mundo, nuestro mundo, está ya bastante reducido y empobrecido. Desechemos pues todos sus duplicados, hasta tanto experimentemos con más inmediatez cuanto tenemos.” (30/31) . [iv]
En La arqueología del saber el rechazo a  la interpretación también es explícito, como lo reafirma su comentarista, G. Deleuze. Esta actitud va junto a restar importancia al momento de la enunciación y a rescatar en cambio la importancia del enunciado, que se fundamenta sobre todo en su materialidad. Esta es la condición que destaca del discurso, su condición de constituir una  positividad, una materialidad, condición que comparte con los enunciados que lo componen o constituyen. Estos no consisten por lo tanto para Foucault en la huella que remite al momento de la enunciación, acto individual producido, formulado por un ‘sujeto’ en circunstancias únicas, sino que cobran importancia en sí mismo. Al concebirlo de ese modo la dirección es opuesta a la que vimos anteriormente: se trata de encontrar la superficie de inscripción de los enunciados que constituyen el discurso. Define al enunciado como elemento último, que no se puede descomponer, que puede ser aislado y entrar en juego de relaciones con otros, algo así como ‘el átomo’, dice, la mínima unidad del discurso.
Con la idea de experimentar también va unida la de considerar a los discursos no documentos sino monumentos del saber. El documento se relaciona con ´prueba´, ´testimonio´; el monumento con ´hacer presente, memoria´. La cita es de Gilles Deleuze, quien continúa analizando su pensamiento: Las formaciones históricas solo le interesan porque señalan el lugar de donde hemos salido, donde estamos confinados, aquello con lo que hemos de romper para hallar las nuevas relaciones que nos expresan... Pensar es siempre experimentar, nunca interpretar, la experiencia es siempre actual, acerca de lo que emerge, de lo nuevo, lo que se está formando. En otra parte leemos, refiriéndose aparentemente otra vez a la enunciación: No se trata de buscar los orígenes perdidos o borrados, sino de tomar las cosas allí donde nacen, en el medio, hender las cosas, hender las palabras...  La emergencia, lo que Foucault llamaba “la actualidad”... (Deleuze 1996, 140, 170).
Me interesa continuar todavía refiriéndome a algunos aspectos del pensamiento de M. Foucault, quien muchas veces abreva en la lengua pero no se limita a la misma al hablar del discurso, y no solo porque no es lingüista. Creo que su lectura nos permite, al menos mínimamente, confrontar conceptos fundamentales para nuestro tema de estudios. En principio vemos que poner el acento en el enunciado plantea de otro modo el tema ‘tiempo’: se acerca más a un concepto cíclico del mismo, solamente dentro del cual puede aparecer esa condición de ‘repetible’ que reconoce como inherente a la materialidad del enunciado. Es este mismo punto de vista el que tiene que ver con el concepto de ‘actualidad’, de estar presente y no en un después aunque sea solo un instante después,  lo cual se relaciona justamente con el experimentar. [v]
El proceso de interpretar, en cambio, que es la respuesta que muchas veces encontramos al por qué de los estudios del discurso y que casi siempre queda como única respuesta, es de algún modo considerar a lo que tenemos, es decir, el ‘enunciado’, como si fueran los restos del discurso, y desde él esforzarnos por aproximarnos al momento de la enunciación, no para hacerlo presente o ‘revivirlo’, ya que la posibilidad está negada en el mismo concepto, sino tan solo para interpretarlo. Lo importante es que, así entendido, favorece una mirada inmanentista sobre el lenguaje que justifica a mi entender el aguzar el análisis de elementos léxicogramaticales, textuales, etc., con lo que intentamos mirar desde un afuera y desde otro tiempo la singularidad del hecho irrepetible, que hemos perdido. Los estudios de enunciación justamente reúnen léxico-gramática y discurso,  se los define como “la búsqueda de los procedimientos lingüísticos con los cuales el locutor imprime su marca al enunciado, se inscribe en el mensaje y se sitúa en relación a él”. Este movimiento implica de algún modo, para E. Verón, un movimiento consistente en  partir del elemento, de lo simple a lo complejo, práctica analítica en que consisten muchas veces los ‘análisis de discurso’. Es diferente si partimos, como lo señalamos arriba, de reconocer el discurso o enunciado como una función de coexistencia, dentro de la que se puede reconocer no obstante la autonomía de estructuras del lenguaje; por eso dirá Verón que hay que encarar lo complejo en cuanto tal, porque “lo más complejo sobredetermina lo más simple, la discursividad social sobredetermina los intercambios de palabra entre los actores sociales”. Y termina: “El camino que une la lingüística a la teoría de los discursos hay que recorrerlo ahora yendo de lo más complejo a lo más simple, es decir, en el sentido inverso” (Verón 1993: 228)[vi].
El tener en cuenta lo complejo y no las unidades de análisis es por suerte una práctica ya bastante aceptada, aunque no tan generalizada como sería esperable para la vitalidad de la materia, desde el momento en que se establece la importancia de la  macroestructura o de la comprensión del sentido del texto, a menudo coincidente éste con el ‘sentido común’, como primera aproximación. Para abonar lo dicho arriba, no es sin embargo vano tener en cuenta que agudizar la metodología analítica para establecer correlatos entre lo léxico-gramatical y lo enunciativo puede conducir a  conclusiones de tipo casuísticas, habida cuenta de la reconocida versatilidad del sistema lingüístico, condición ésta no ajena a algunos rasgos propios del lenguaje en tanto sistema de comunicación, como por ejemplo que posee un alto grado de redundancia, del orden del 50 al 55 % en algunos de los pocos estudios realizados; o a la heterogeneidad aceptada como rasgo constitutivo de la lengua misma pero nunca conocida suficientemente, sin lo cual se puede correr el riesgo de otorgar valor discursivo a lo que constituirían simplemente variaciones dialectológicas, por ejemplo.
Este tipo de observaciones a veces han sido realizadas por los investigadores del discurso, apuntando específicamente a cuestiones como la noción de ‘subjetivema’, por ejemplo, que guardan coherencia con las observaciones hechas desde hace bastante tiempo a la noción de ‘signo lingüístico’ [vii]. En lo que hace a mi interés, es importante tenerlas en cuenta porque alertan sobre una posible distorsión con que podemos tomar el discurso verbal en tanto fenómeno comunicacional. [viii]

5. Algunas conclusiones.
            El recorrido del texto de M. Foucault en el que se da fundamentalmente su pensamiento sobre el discurso, esto es, la Arqueología del saber, nos permitió establecer un diálogo con otros autores habituales en los estudios del discurso de impronta lingüística, en el que pudimos trazar vinculaciones con diferentes miradas respecto a dos conceptos básicos de la teoría del discurso: los de enunciación y enunciado, y las relaciones que se establecen entre ambos. Esto en principio ayuda a una comprensión de los conceptos que habitualmente utilizamos, pero además y fundamentalmente permite ampliar la perspectiva del discurso desde una mirada interdisciplinaria. Tal vez esto sirva para tener un mejor diálogo con otras disciplinas y también en el interior de la misma lingüística.
La atribución, negativa o positiva, de los rasgos de materialidad,  singularidad y repetibilidad, en los conceptos tratados, concurren a una mejor comprensión de los mismos al tiempo que permiten ver su relevancia para los estudios sociales. Podemos decir, tal vez simplificando mucho, que el enunciado es material, la enunciación por definición pierde su materialidad en cuanto es; el enunciado es repetible, la enunciación no lo es por definición, cada intento de repetirla produce en realidad una nueva enunciación; el enunciado es social, la enunciación es individual. Ya está asentado en nuestros estudios la importancia del momento de la enunciación; este recorrido nos permite comprender, creo yo, la importancia y el por qué de tomar en cuenta el enunciado, en coincidencia con tendencias actuales a  marcar la importancia del soporte, por ejemplo, del producto de superficie, los dispositivos de poder.
Pueden apuntarse algunas observaciones y consecuencias, como señala el mismo autor, que ayudan a deshacer una actitud que yo llamaría ‘ingenua’ con respecto a los estudios del discurso:
- Las condiciones para que surja un objeto de discurso, para que se pueda “decir de él algo”, son numerosas e importantes.: ...no se puede hablar en cualquier época de cualquier cosa; no es fácil decir algo nuevo; no basta con abrir los ojos, ya que. el objeto existe en las condiciones positivas de un haz complejo de relaciones;
- Estas relaciones no están presentes en el objeto sino en las instituciones, en los procesos económicos y sociales, sistemas de normas, tipos de clasificación..., no definen su condición interna sino lo que les permite aparecer, definir su diferencia... estar colocado en un campo de exterioridad.
- Se abre todo un espacio articulado de descripciones posibles: sistema de las relaciones primarias o reales; sistema de las relaciones secundarias o reflexivas, y sistema de las relaciones propiamente discursivas.
- Las relaciones discursivas... se hallan en cierto modo, en el límite del discurso: les ofrecen los objetos de que puede hablar, o más bien determinan el haz de relaciones que el discurso debe efectuar para poder hablar de tales y cuales objetos, para poder tratarlos, nombrarlos, analizarlos... Estas relaciones caracterizan no a la lengua ni a la situación sino al discurso mismo en cuanto práctica.
Como se dice arriba, no se puede hablar en cualquier época de cualquier cosa. Hay condiciones que hacen que algo material como un enunciado pueda ser repetido, convertirse en una ‘exterioridad’. Este concepto sustenta una teoría de los discursos sociales, en la que sería bueno ver en qué medida entra en juego la teoría de la enunciación. Me parece que el reconocimiento de esos dos rasgos son definitorios y son los que permiten la vigencia de un discurso en la sociedad, en palabras que tomo de G. Deleuze y con las cuales cerraré este trabajo:

Esta materialidad repetible que caracteriza la función enunciativa hace aparecer al enunciado como un objeto específico y paradójico, pero como un objeto, a pesar de todo, entre todos los que los hombres producen, manipulan, utilizan, combinan, descomponen y recomponen, destruyen... En lugar de ser una cosa dicha de una vez para siempre y perdida en el pasado, el enunciado, a la vez que surge en su materialidad, aparece con un estatuto, entra en unas tramas, se sitúa en campos de utilización, se ofrece a traspasos y a modificaciones posibles, se integra en operaciones y en estrategias... circula, sirve, se sustrae..., entra en el orden de las contiendas y de las luchas, se convierte en tema de apropiación o de rivalidad (DELEUZE 1996, 176-7).

La Plata, octubre de 2001.
© GLADYS LOPRETO
Bibliografía citada:
BENVENISTE Emile l971/77, Problemas de Lingüística General. Tomos I y II, México, Siglo XXI (1ra. ed. en francés: 1966/1974).
DELEUZE Gilles 1996, Conversaciones. Valencia, PRE-TEXTOS
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[1] Publicado en 2003 en:  www.archivos-semiotica.com.ar . Ponencia leída en 1er. Congreso Internacional de la Asociación Latinoamericana de Estudios del Discurso (ALED) 2001, Univ. de Pernambuco, Recife, Brasil


[i] Claro que esta afirmación presenta ambigüedad con respecto al concepto de ‘lenguaje’, aunque en Foucault es muy frecuente la recurrencia al lenguaje o discurso verbal, que, digamos, denomina en algunos pasajes ‘un saber’. A eso puede referirse el concepto de ‘saber lingüístico’ de Verón, o tal vez a lo que entendemos bajo el título de Lingüística. 
[ii] Para ubicarnos, es interesante recordar que la escuela fonológica o funcionalismo de Praga reconoce su antecedente en Saussure, surge en la década del 20 y llega por lo menos a mediados del siglo XX o más allá, si tomamos como referencia los trabajos de R. Jakobson.
[iii] El subordinar la huella a lo que representa, así como lo ‘superficial’ a lo ‘profundo’, seguramente tiene raíces culturales profundas que van más allá del lenguaje; ha suscitado cuestionamientos, como el que trae S. Sontag (1996, 25) en el epígrafe:  Son las personas superficiales las únicas que no juzgan por las apariencias. El misterio del mundo es lo visible, no lo invisible. (Oscar Wilde, en una carta).
[iv] Me parece interesante su observación acerca de que: “En determinados contextos culturales, la interpretación es un acto liberador. Es un medio de revisar, de transvaluar, de evadir el pasado muerto. En otros contextos culturales es reaccionaria, impertinente, cobarde, asfixiante” (30). Reconoce la segunda para nuestra época.
[v] Me parece interesante relacionar la enunciación con la noción de tiempo proyectivo, lineal, que se vincula a la modernidad, y derivar de ello el sentimiento frustrante que genera la noción de lo irrecuperable e incognoscible; el enunciado podemos vincularlo al concepto de tiempo cíclico, que tiene que ver con la repetición y la aceptación, con el presente, y permite la ‘alegría del mundo’, dado como un rasgo de la posmodernidad (Cf. M. Maffesoli 2000: El instante eterno, Buenos Aires, Paidós.
[vi] Vale la pena aclarar que el texto es de la década del 80, y que estos cambios ya se vienen produciendo, no obstante no deja de tener importancia la cita en cuanto a adquirir una noción de perspectiva.
[vii] Una de las últimas observaciones a la teoría del signo de Saussure que he leído y que creo que es necesario que tomemos en cuenta en nuestra práctica fue la realizada por T. Van Dijk  en su texto Ideología (1999, 250/1)
[viii] Podemos reconocer ‘subjetivemas’ o connotaciones que el discurso social ignora, por ejemplo, o viceversa. En lo particular, lo he experimentado en enunciados con palabras como justiciero o villero.

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