La lengua es la patria: así decía recientemente
una escritora nuestra[1], lo mismo que el jefe de
una comunidad wichí en Chaco, es el lema de defensa de la lengua en Galicia.
Aclaremos que se trata de la lengua materna, como generalmente se suele llamar a la lengua de
la comunidad donde nacimos y con cuya cultura e historia nos sentimos
identificados, en
un espacio determinado, en un lugar en el mundo. Es interesante ver cómo
en estos conceptos se cruzan nociones tan arraigadas como ‘patria’, que viene de ‘pater’ (padre) y que consituye
la raíz de ‘patrimonio’: lo nuestro, lo que nos
es legado, aquello sobre lo cual tenemos derechos y deberes, unido a la noción
de ‘materna’, de ‘madre’, y así nos vinculamos a las raíces más profundas del ser. Por eso sirve de
soporte al pensamiento, el sentimiento, la comunicación, ya que según Umberto
Eco, dentro de los diferentes sistemas semióticos, es el que tiene mayor grado
de “efabilidad”, es decir, de capacidad de decir cosas[2]; corresponde a nuestro
patrimonio simbólico y por lo tanto una de las herramientas más poderosas para
la interacción social.
En estas afirmaciones, que
parecen irrefutables, hay sin embargo algunos conceptos no tan precisos, de
cuya interpretación dependerá que asumamos actitudes muchas veces enfrentadas:
qué entendemos cuando hablamos de la lengua como patrimonio de la comunidad, si
nuestro apego a la misma nos lleva a “defenderla”, en el sentido de expurgar de
ella todo lo ‘diferente’, lo anómalo (fuera de la regla, de la ley); y en este
caso, dónde está esta regla, esta ley. Comencemos por uno de estos conceptos
imprecisos, el de comunidad: uno generalmente lo
asocia a territorio compartido, costumbres, creencias, proyectos, conceptos estéticos
y por supuesto compartir una lengua. Pero cuando intentamos una mirada
pormenorizada nos encontramos con muchos elementos diferentes, inesperados en
nuestra comunidad, así como la existencia en otra comunidad de elementos que
consideramos propios de la nuestra, todo lo cual nos hace llegar a criterios bastante
difusos e imprecisos porque se trata de cómo nos sentimos a nosotros mismos y
cómo nos sienten los ‘otros’ o nos ven
desde afuera. De ahí el concepto de ‘comunidad imaginada’[3] , no irreal sino con un
fuerte apoyo en lo simbólico.
Algo similar pasa con ‘la lengua’. Hay elementos (...) que
nos permiten reconocer intuitivamente ‘nuestra lengua’. Pero cuando intentamos acá también
una mirada pormenorizada, detallada, para asirla y protegerla, ya que es un bien
tan preciado, nos pasa algo parecido: nos encontramos con que hay más
variaciones de las que pensábamos, que algunos usos que creíamos seguros ya no
existen, que hay otros nuevos que no conocíamos y no entendemos. Si pensar en “La
Lengua ” nos lleva al concepto erróneo de un ‘código monolítico’, hoy sabemos que no es así,
que en toda lengua existe diversidad.