Reúno en este espacio textos de mi autoría que son productos de investigaciones, búsquedas bibliográficas, reflexiones, a veces serias, a veces no tanto, sobre los temas de estudio que transité: el lenguaje, la lengua, el juego de la gramática, el discurso, la enseñanza, la práctica educativa, los libros, y también la aventura maravillosa de haberme internado en el siglo XVI en la selva paraguaya a través de un estrecho ventanuco: las cartas de los soldados que vinieron a este extremo sur del continente. Muchos de estos trabajos fueron publicados en actas de congresos, unos pocos bajo el formato libro, y otros tantos tienen existencia virtual. Tal vez a algún lector le interesen, lo que constituirá para mí un momento de alegría. GLADYS LOPRETO

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lunes, 28 de febrero de 2011

LA CARTA DE ISABEL DE GUEVARA (siglo XVI) - 1996

La mujer y la conquista.
Nuestro texto será ahora la Carta de Isabel de Guevara
, quien figura entre los fundadores de Buenos Aires y Asunción. Desde esta última ciudad escribe su carta en 1556, el mismo año de las "leyes" de Irala que marcan el comienzo de la etapa colonizadora. En ella nos remite directamente a una participación de la mujer desde los primeros momentos de la Conquista, cuya modalidad queda a la vista no solo por lo que nos cuenta sino además por los hechos discursivos.
1. Valoración del texto. La participación de mujeres en los grupos de conquistadores, o la presencia de `conquistadoras', como las llama E. de Gandía, es un tema tratado ya por la historiografía; nuestro propósito es abordarlo en el presente trabajo a partir de lo textual. Nos apoyaremos fundamentalmente en la carta escrita por Isabel, una de las mujeres que participó de la Primera Fundación de Buenos Aires en 1536 y en la de Asunción en 1537, hechos a los que se refiere en su texto, escrito veinte años después. Ese será nuestro eje, desde donde abriremos relaciones hacia el intertexto.
Enrique Larreta destaca esta carta dentro de la vasta producción del siglo XVI, no solo por su valor de testimonio sino también por el reconocimiento de los logros expresivos y por el interés en el tema trágico evocado: esta pieza rara es, a su juicio, la más hermosa página de toda esa abundante literatura soldadesca que nos ha dejado la España de Carlos V y Felipe II (Larreta, 56/57).
Es una pieza anómala, singular, que da cuenta de la situación límite a que llegó la quijotesca empresa de Don Pedro de Mendoza, con el grupo europeo sitiado en el recién fundado puerto, acosado por el desierto, y luego el trayecto por el Paraná en búsqueda de metales valiosos y comida. El relato, excesivamente sintético en algunos aspectos, toma a grandes rasgos los hechos ocurridos en la Provincia del Río de la Plata desde 1536 hasta el año en que fue escrita, 1556.  Pero hay algo más: en ella se refleja una nueva dimensión de la vida humana, que nace en este caso de las luchas y vivencias de muchos años en un espacio extraño convertido en propio hábitat. Allí se da una reorganización de los valores tradicionales que permite que una simple mujer -sierva o señora, lo mismo da- se sienta a sí misma una "conquistadora" y escriba a la autoridad real solicitándole justicia mediante el pago por sus trabajos. Una verdadera `Adelantada'. El móvil es pragmático,  como tantos otros reclamos de los "indianos", pero es innegable que también se propone un resarcimiento moral mediante el acto de comunicar una verdad que todos habían callado. Es decir, el texto surge por un imperativo, el que fundamenta una de las "leyes del discurso", la ley de informatividad: decir lo que nadie había dicho, lo que todos habían callado.  Aunque aparentemente no pretendió trascender más que en lo inmediato, hubo quienes descubrieron la bella rareza del texto y lo rescataron de los archivos. Su más amplia difusión viene a través de la literatura, por la transcripción de fragmentos en Las dos fundaciones de Buenos Aires, novela de Enrique Larreta de 1933.

La mayoría de los historiadores coinciden en otorgarle autenticidad histórica; en cuanto a su carácter de obra  literaria, aunque hay quienes como Margarita Nelken lo niegan (Centurión, 17), cabe juzgarla con los mismos criterios que se aplican al conjunto global de las Crónicas. Alberto M. Salas la valora positivamente (Salas 1960, 175). Carlos R. Centurión la clasifica como narración epistolar, ubicándola en los orígenes de la literatura paraguaya, de la que nacería la prosa criolla. Correspondería a lo que Bernardo Canal Feijóo denomina "la prehistoria de la literatura".
Hemos leído los conceptos elogiosos de Enrique Larreta, quien destaca la belleza en bruto del texto, desprovisto de las magnificencias retóricas al uso del siglo, condición que de algún modo la preserva del tiempo. En la posición opuesta, Paul Groussac la caracteriza como un revoltillo de lugares comunes y exageraciones de una moza seguidora con veleidades de "señora". Más aún, duda sobre la atribución de su autoría a una mujer y sobre la veracidad de su contenido a partir del descubrimiento de un supuesto error cronológico, que en su opinión indicaría que la Carta habría sido pergeñada con posterioridad por alguna otra persona ajena a los hechos.
Con respecto al contenido -que como ya sabemos, informa sobre la participación femenina en la Armada- Groussac se apoya en que no hay mención expresa de mujeres en otros textos. Pese a que el silencio de los contemporáneos es bastante cierto, de todos modos, a partir de investigaciones no tan recientes, la presencia histórica femenina ha sido comprobada; una presencia bastante relegada al contexto, que se siente de todos modos como una realidad implícita en los textos, entre líneas, y surge de pronto en algún recodo del relato. En cuanto a que no fue escrita por una mujer, prescindiendo del análisis material del hecho -si lo escribió la tal Isabel o un escribano, suponiendo que ella fuese analfabeta, condición que de todos modos no tenía por qué ser fatalmente así, ya que también se ha comprobado que las mujeres españolas en América sabían leer y escribir, según el padre Furlong-, la opinión de Groussac no tiene más fundamento que sus propios criterios, que le hacen negar la capacidad expresiva y reducir el papel desempeñado por Isabel a la de una participación muy servil. Por el contrario, como veremos más adelante, el análisis del discurso y de los hechos enunciativos nos revela que nadie sino una mujer pudo haber escrito una carta de tales características. No se trata de una idealización de la condición femenina, sino de la detección de determinados rasgos del lenguaje en el que se produce el anclaje del sujeto femenino, teniendo en cuenta el rol asignado al género en el contexto sociocultural de la época.
En cuanto al "error" señalado por Groussac, un error que según su interpretación no hubiera podido ser cometido por quien se presenta como participante y testigo de los hechos, consistiría en que, para la fecha de la data -2 de julio de 1556- su destinataria, Doña Juana, hacía dos años que habría fallecido, acontecimiento recordado con fúnebres pompas en todo el dominio español y que por lo tanto debería haber sido registrado por la supuesta autora, pese a la vida recoleta que hiciese (Groussac 1916, 73, 74). Lamentablemente para Groussac, tal "perla" es falsa: esta vez el agudo crítico habría incurrido en ligereza de lectura que le hizo ver una desinencia de género gramatical donde no la había, pues quien muere en 1554 es el príncipe Don Juan, rey de Portugal, dejando a su joven y principesca viuda Doña Juana en pleno uso de sus facultades como para asumir el cargo de Gobernadora con el que ese mismo año Carlos V la distingue. Para mayor enredo del francés la otra famosa homónima de la familia, diferenciada con el apodo de "la loca" y madre de Carlos V, muere en 1555, pero ésta no es la destinataria de la carta sino otra Juana, justamente su abuela, la que dio apoyo a los comuneros de Castilla en su momento y a quien en algunas ediciones se pensó, erróneamente, que se dirigía Isabel.

2. Las mujeres como sujetos textuales. En el texto se relata que habían venido ciertas mujeres en la expedición de Don Pedro de Mendoza.
El enorme peso de la Inquisición determinó que el mundo de los conquistadores españoles fuese mayormente un mundo de hombres solos, o al menos que hubiera mucho menos mujeres que en las expediciones francesas o inglesas (Rodríguez Molas, 1982, 16); es lo que surge de la lectura de los textos, es decir, la verdad narrada, lo que adquiere carácter de `verdadero' a partir de lo admisible o aceptable desde el punto de vista de la recepción y que determina que así se lo presentara. No es seguro que esto se corresponda literalmente con la realidad histórica. Los textos presentan ambigüedad sobre este tema. Leemos por ejemplo, en carta del 26 de setiembre de 1537, dirigida a la reina, donde se dan noticias sobre la nave que conducía de regreso a Don Pedro de Mendoza: "en lo que Vuestra Majestad manda que no dejemos pasar a las Indias ninguna mujer soltera que nos parezca que traer  mal ejemplo dejalla pasar, así lo haremos como V. M. envía a mandar"; la firman Diego de Zárate y Diego Caballero, Oficiales de la Casa de la Contratación (Peña 1936, 84). La advertencia implica de todos modos cierta restricción pero no la prohibición generalizada. Dentro del vasto campo de la Conquista, al analizar este aspecto nos limitaremos a la Primera Fundación.
Enrique de Gandía define a la empresa de Mendoza como "descubridora, conquistadora y colonizadora" (Zabala y Gandía, 1936, I, 84) de territorios que despertaban, mediante un mecanismo de extrapolación fabuloso, la expectativa de poder y de riqueza. Además estaban los conflictos con los portugueses. De ahí la conveniencia de no llevar grupos familiares sino un ejército preponderantemente masculino en esta primera etapa.
El contrato de la Corona con Don Pedro de Mendoza le concedía transportar quinientos hombres en el primer viaje, otros tantos en un segundo; además especificaba cien caballos y yeguas. Nada sobre mujeres. Era tanta la novedad e interés que ofrecían estos países a la especulación, que ... se encontró en la necesidad de armar catorce navíos... por haberse alistado en sus banderas no menos de dos mil quinientos hombres a los que luego se agregaron ciento cincuenta alemanes... (Pelliza, 1887, 68-69) El mismo historiador explica que faltos de mujeres los conquistadores, pues no las habían traído de España, tomaron a las indiecitas guaraníes.
Si hurgamos en los cronistas, Schmidel habla de 2.500 es­pañoles y 150 alemanes; cuando remontan el río son 40 hombres en cada bergantín, los que acompañan a Jorge Luján son 350 hombres, etc. (Schmidel, 25). Ruy Díaz de Guzmán cuenta también una cierta cantidad de hombres; al comienzo da una nómina detallada de la gente importante que compuso la expedición en la que no aparece ningún nombre de mujer; cuando Mendoza envía a Juan de Ayolas a remontar el río Paraná va con doscientos hombres... en dos bergantines y una barca, llevando en su compañía al capitán Alvarado, y a otros caballeros (Guzmán, 1612, 67, 69). Transcribo el pasaje porque se ve claro allí la omisión de la mujer, aunque si lo cotejamos con la carta de Isabel nos encontramos con que ella cuenta haber hecho el mismo recorrido. El silencio de Schmidel, tan estrictamente sintético, no es significativo pero sí el de Guzmán, lo que constituye para Paul Groussac una prueba de que no hubo mujeres en la expedición, al menos en funciones dignas de recordarse.
El razonamiento utilizado es claro: si lo que se relata en un texto no aparece corroborado en otros testimonios y textos contemporáneos, entonces es falso. Ocurre que las situaciones y el itinerario de Isabel y las mujeres aparecen relatados en otras cartas de los conquistadores, en las que no hay referencias al protagonismo femenino. Veamos como ejemplo uno de los relatos, la carta de Francisco Galán (1545), que refiere en la primera parte de su carta prácticamente lo mismo que Isabel, desde los comienzos en la primera Buenos Aires, el viaje río arriba por el Paraná, con escala en Corpus Christi, la fundación de Asunción, y luego continúa con otros sucesos: las etapas signadas por Irala y más tarde Alvar Núñez, que se omiten en nuestro texto. No es de extrañar, para entonces ya el rol de la mujer había regresado puertas adentro.
La carta de Francisco Galán continúa relatando los hechos posteriores hasta la fecha de la data. Es interesante comparar este texto con el de Isabel, para ver cuáles son los temas relatados en uno y en otro y cuáles las omisiones. Todo lo que siguió al asentamiento en Asunción, hasta que los conquistadores señorearan la tierra, falta en la carta de Isabel, escrita sin embargo mucho más tarde, en 1556. Asimismo ella no proporciona datos precisos como nombres geográficos o de personas -excepto el del Jefe de la Expedición y de su marido-, distancias, fechas, etc. Por el contrario, el relato es impreciso, como de quien no interviene en las decisiones, es llevada, pero en cambio da detalles sobre los trabajos de las mujeres, realizados veinte años antes. Por su parte, la carta de Francisco Galán proporciona información pormenorizada sobre lugares y movimientos de los hombres de la Armada, pero calla la presencia y la acción de las mujeres. Tal vez la explicación esté en la frase de Isabel: "si no fuera por la honra de los hombres muchas más cosas escribiera con verdad".  Son dos mundos que se desarrollan en forma paralela, negándose el uno al otro.
Omitir la presencia femenina es norma en los relatos de estos hombres. Sin embargo, casi como sin quererlo, surgen ellas una y otra vez en forma aislada, como salidas del silencio. Encontramos por ejemplo que R. Díaz de Guzmán enumera solo hombres -aunque podría haberse usado el sustantivo con el significado amplio de `ser humano' no es acá el caso- o soldados cuando relata incursiones o luchas, pero cuando se refiere a la población en general usa el sustantivo colectivo gente:
con los cuales sucesos y la hambre que sobrevino, estaba la gente muy triste y desconsolada... Así le sucedió a esta mí­sera gente, porque los vivos se sustentaban de la carne de los que morían...
De pronto, frente a esa masa indiferenciada, sin previa mención, se dibuja la silueta de una mujer:
Finalmente murió casi toda la gente, donde sucedió que una mujer española, no pudiendo sobrellevar tan grande necesidad, fue constreñida a salirse del real e irse a los indios para poder sustentar la vida...
Refiere a continuación la dramática historia de la Maldonada, la mujer que logra salvarse de la muerte trasgrediendo los límites culturales y es aceptada por una fiera salvaje, proceso visto como una degradación que luego, cuando tiempo después se reencuentra con el grupo, es castigado con el repudio de su gente. Curiosamente no se tenía la misma actitud para los `tránsfugas' masculinos. Pero el caso es que no hay referencias expresas de la existencia de mujeres aunque sí debe entenderse que están presentes en forma implícita, hasta que casi como sin quererlo surgen en anécdotas en las que adquieren cierto protagonismo, positivo o negativo.   
Algo parecido sucede en las cartas: de pronto surge la presencia femenina, sin que previamente hubieran sido incluidas ni mencionadas en los relatos. El Doc. 236, por ejemplo, la Carta del Presbítero Francisco González Paniagua del 3-3-1545, nos refiere aquel luctuoso episodio en que se desmoronan las barrancas del Paraná sobre una de las naves  -recordemos que la tierra defendióse con fiereza única-, y pone mujeres en escena:
<...> en el mes de octubre, día de San Lucas, partió del dicho río toda la gente que en él estaba en seis navíos, e yendo navegando por el río Paran , víspera de Todos Santos del dicho año de cuarenta e dos, sucedió el caso y el desastre siguiente: serían las nueve o diez horas antes de medio día, el cielo raso y limpio y calma de todos vientos, en la mesma isla y paraje donde ya dije que habían flechado los indios a la barca en que iba el maestre Nicolao de Rodas, donde nos hobiera muerto el marinero, tomando tierra el navío capitana y otros tres que junto a ella venían para aguardar a dos que faltaban y para que la gente reposase la siesta, parecieron unos indios en tierra cerca de los navíos e comienzan a tirar algunas flechas, de manera que fue necesario tomar arma para echarlos de allí. E como la gente saltó en tierra con sus armas, los navíos las proas en tierra, estaba una barranca poco más de media vera en alto, la cual, como la gente comenzó a cargar sobre ella, cayó un pedazo que sería hasta tres pasos y dio en el espolón de un navío pequeño y háceselo pedazos, y el navío se hizo a largo, e luego cayó otro pedazo de la barranca mucho mayor que el primero y húndese debajo de los navíos, con tanto ruido e grandes olas que ponía espanto. Y diciendo algunas personas que nos quitásemos de encima de aquella barranca e nos hiciésemos a largo, dijo el maestre del dicho navío capitana: "estén quedos los navíos, que os juro a tal que no nos ha de tragar la tierra ni menos sorber el agua". Apenas lo hobo dicho cuando viene sobre los navíos tanta parte de la tierra con algunos árboles, que creímos ser llegado el día del Juicio, al menos para los que estaban presentes, porque vernos por tierra combatidos de los enemigos e la tierra hundirse y el agua sorbernos, verdaderamente digo a V. S. Ilustrísima que a los que lo vieron puso muy grand espanto y terrible confusión, por que ansí trabucó a un navío que se decía la galera, con ser el mejor de todos excepto la capitana, como si volviera una media nuez lo de arriba abajo. Era tanto el fondo que había que como el agua se fue tras la tierra, cuando se hundió parecía haber bajado más de diez estados, e después subió muy gran parte sobre la tierra. Del caso no sabría decir a V. S. Illma. otra cosa sino que a mi juicio paresció más estar en un seno de infierno que en el Río de la Plata.
Y entonces, otra vez, sin previa mención, aparecen ellas:
Al fin digo que de este desastre salimos con once hombres y tres mujeres menos <...>. Salidos de esta confusión, media legua el río abajo se varó el dicho navío e tardó en adobar tres días, después de los cuales se prosigue la jornada, en la cual se tardó desde el dicho día de San Lucas hasta el día de Santo Tomás, veinte e uno de deciembre del dicho año que llegamos al dicho puerto de la Asunción.
Hay un texto del escueto Schmidel que merece comentario aparte. En el Cap. II cuenta cómo a poco de partir la Armada desde España, al hacer escala en las islas Canarias tiene lugar el rapto de una joven, hija de un vecino de la Palma, con una criada, sus vestidos, joyas y dinero, a quienes introduce clandestinamente en el navío ya listo para partir su arrebatado enamorado, Don Jorge de Mendoza, ayudado por doce (!) compañeros y la cómplice ceguera de los centinelas. En total unos quince hombre o más en sociedad para el robo. El proyecto sin embargo fracasó por la aparición de un fuerte temporal -el deus ex machina- que obligó a regresar a puerto, donde estaban el padre, el gobernador y los isleños solidarios. Hubo tiros, cañonazos, averías en la nave, hasta que la furia paterna cedió ante la decisión de los enamorados de casarse. Eso los obligó a quedarse, y así fue como Don Jorge perdió su viaje pero ganó una esposa y posiblemente la vida.
Lo que en realidad me parece interesante en esta anécdota con final de comedia es que justamente está destacada por ese final inesperado más propio de la ficción literaria que de la realidad, y que de la naturalidad con que el cronista relata el robo de la mujer, con tantos hombres involucrados, podría inferirse que pudieron haber ocurrido otros hechos similares, pocos o muchos, no importa, en definitiva historias cotidianas que tuvieron los finales a los que nos tiene acostumbrados la vida de todos los días. Además leemos que subieron dos mujeres pero se cuenta que bajó una; la otra, la criada, tal vez volvió con su señora, o tal vez prefirió, a la rutinaria seguridad de la tie­rra firme, los vaivenes del barco que la llevarían a un sueño de riquezas y aventuras.
Cuentos aparte, lo que vemos en estos ejemplos es que los cronistas no mencionan la presencia de mujeres pero la dan como implícito. El por qué de ese silencio puede explicarse por distintas razones: la minusvalía en que fueron tenidas, el papel servil e ignominioso -en el sentido literal, `aquello que no puede nombrarse'- que les habrían asignado, los tabúes culturales institucionalizados en la Inquisición que sustentaron una fuerte actitud misógina, patente en el Romance de Luis de Miranda. Además existían prohibiciones expresas de la Corona. En efecto, en las instrucciones impartidas por Carlos V a Sebastián Gaboto y Diego García se decía: no vaya ninguna mujer de cualquier calidad que sea (Salas 1960, 175) y se indicaba a los capitanes la obligación de controlar concienciudamente tripulación y barco. En otros textos legales se autoriza su ingreso bajo ciertas condiciones. De hecho el mismo Adelantado trajo consigo a por lo menos dos criadas: Catalina Pérez y María Dávila, esta última su compañera en la vida, la enfermedad y la muerte.
No se sabe bien cuántas mujeres vinieron en la primera expedición. Rómulo Zabala y Enrique de Gandía elaboraron una lista de once nombres de mujer. Torre Revello menciona cinco (1937, 40). Furlong estima que fueron ocho (Salas, 176). Enrique Larreta es más generoso: “En la expedición de Mendoza, como gran excepción, vinieron muchas mujeres... Algunas se embarcaron con disfraz y conservaron siempre el traje varonil. En los momentos duros llevaban daga y estoque”(1965, 17).

La hipótesis se contradice con el sentido común pero es una conjetura que puede conciliarse con los datos de que disponemos. En principio el novelista se vale de convertir en histórico el personaje literario de la doncella guerrera, difundido por la poesía popular del Renacimiento, que no debió de ser mera ficción sino, como todo mito, representativo en alguna medida de la realidad. No se trata de un hecho tan extraño. Hay ejemplos en todas las épocas de seres que trataron de resolver una situación discriminatoria, perjudicial para su destino de personas, mimetizando en lo exterior al sexo dominante. La tradición lo cuenta de Sor Juana para entrar a la Universidad. En lo que hace a la Conquista se sabe de algunos casos de mujeres `travestidas' que intentaron pasar, pocos es cierto, aunque la misma naturaleza del hecho impediría la revelación de la verdad, ya que a los disfraces correspondería lógicamente la adopción de nombres masculinos, como se leen casi exclusivamente en las listas de embarque de esta Armada. Solo aparecen mencionadas Mari Sánchez, Elvira Gutiérrez y alguna otra, como acompañantes de sus maridos (Peña 1936, 20, 35). En cuanto a las `disfrazadas', es probable que Larreta haya tomado en cuenta el interés que esta expedición había despertado en todos los estratos sociales -fue de las más numerosas: catorce barcos, unos dicen mil quinientos hombres, otros dos mil quinientos, entonces eran cifras altas-; y el que se incorporaran muchos jóvenes de quince y dieciséis años.  Uniendo ambos hechos, no sería extraño que el atractivo de América hubiese prendido también en mujeres, quienes pudieron haber sorteado las prohibiciones disimulando, tras los rostros lampiños y la contextura frágil de soldados adolescentes, su verdadera naturaleza femenina. Los disfraces y los nombres falsos les habrían permitido salvar también las limitaciones de la sociedad de la época. Partiendo de este supuesto, el cálculo de cuántas eran se hace imposible.
En cuanto a cómo eran, Groussac no duda en calificarlas con el eufemismo de mozas seguidoras, en cuyo caso la misma situación de marginadas en la sociedad europea les hubiera hecho más fácil el trasplante cultural. El uso en el texto que trabajamos, del sustantivo mujeres, ha sido considerado frecuentemente como una prueba en esta línea por no pocos historiadores (cf. abajo). Pero ya desde los primeros renglones, la frase oscura ciertas mujeres, de significado impreciso por el adjetivo cierto (del latín certus 'decidido, cierto, verdadero'), nos propone uno de los problemas no resueltos: cuántas y quiénes fueron las mujeres. En el uso etimológico podría indicar `verdaderas mujeres', aunque es más probable su uso como indefinido en cuanto a la cantidad o a la calidad. Este es el señalado por R. J. Cuervo para cuando el adjetivo cierto va en construcción delante de sustantivo (Diccionario de construcción y régimen, 1954, 1.b): `el hablante conoce las circunstancias del hecho y sus palabras serán alusivas para los que estén en antecedentes pero indefinidas o indeterminadas para los demás'. Es decir, en ese caso habría reticencia para indicar cuántas, quiénes, de qué clase u oficio fueron estas mujeres, por juzgarlo innecesario o inconveniente. La reticencia puede ser eufemística, relacionada con valores culturales de la época. Pero podría tratarse simplemente de un uso del adjetivo como cuantificador existencial, exigido por la proposición relativa que sigue, en cuyo caso tendría un valor equivalente a `algunas' y funcionaría como elemento de cohesión gramatical, carente de algún tipo de connotación semántica.
Podrían haber sido, por qué no, familiares de funcionarios o soldados, tanto como amigas, sirvientas, acompañantes del Ejército. Las conquistadoras, las llama gentilmente Enrique de Gandía (1936, Boletín..., 124). Un historiador del siglo XVIII, el jesuita español José de Guevara, las denomina matronas y doncellas, sustantivos que connotan la diferenciación entre casadas y solteras o madres de familia e hijas jóvenes (Guevara 1882, 57). No tenían que ser pues necesariamente mujeres de vida airada y condición marginal, por lo que sería más meritoria aún su participación junto a los hombres, dejando de lado los roles convencionales. Por supuesto que tampoco serían mojigatas ni temerosas, como insiste en imaginarlo cierto estereotipo femenino, sino fuertes y decididas, optimistas y lucha­doras, verdaderas "adelantadas" para su época, aunque no hubiesen recibido ese título de parte del Emperador, como lo recibiera Don Pedro de Mendoza. Mujeres de armas llevar -las define Salas- como Isabel de Guevara, la primera feminista de la región.
Sus palabras son una invitación para pasar al plano individual: quiénes fueron las dos mujeres ubicadas en los extremos del mensaje, Juana de Austria e Isabel de Guevara.

3. La destinataria
Lo primero que leemos al enfrentarnos con el texto es la indicación de la destinataria: “A la muy alta y muy poderosa señora la Princesa Doña Joana, gobernadora de los reinos de España”
Se trata de quien fue más conocida como Juana de Austria, hija de Carlos V y de la Emperatriz Isabel, nacida el 24 de junio de 1535 -el año en que partió la expedición- y fallecida en 1573. Era nieta de la famosa Juana la Loca. Importa para lo nuestro saber que trascendió a la historia como una mujer de clara inteligencia y gran instrucción, además de una firme posición moralista e ideológica, encuadrada dentro de los principios de la Contrarreforma. Casada en 1552 con el Príncipe Don Juan de Portugal, enviudó en 1554, año en que Carlos V la llama a su lado mientras envía a su otro hijo, el que luego sería Felipe II, a Inglaterra, con el propósito de concertar alianzas matrimoniales entre éste y la reina María; entonces designa a Juana como "Gobernadora de Castilla y de los Reinos de Ultramar", cargo en el que se tienen datos de que actúa por lo menos hasta 1559 (es decir, durante un período en el que está comprendida la fecha de la Carta, a pesar de la opinión de Groussac).
Para Juana el sustantivo "gobernadora" no significó `esposa del gobernador', como prescribía la antigua norma, sino lisa y llanamente `mujer que gobierna', y esa doble condición le habría creado a Isabel la esperanza de ser atendida. Además, tal vez la fama de férreo ascetismo de la princesa, sumado a la actitud racionalista implícita en su reconocida vocación intelectual, habrían hecho pensar a Isabel que hallaría en Juana de Austria quien escuchara sus quejas, contando seguramente con que ya le habrían llegado por otro lado los informes alarmantes sobre el paraíso de Mahoma establecido en Paraguay por los cristianos españoles.
La metáfora referida a altura (muy alta señora...), que se repite en el texto, está marcando el rasgo principal de la relación intradiegética: los distintos niveles de jerarquía social. Juana e Isabel son las principales actantes del enunciado. Tal vez nunca como en este texto pueda decirse con propiedad que los actantes, más que personajes históricos, son personas o personajes en cuanto representan, tienen una máscara. Juana -el poder, la justicia, tanto por su realeza como por su fama- es un personaje ausente, no locuente. Isabel se dirige a su imagen virtual, confiando en ser recepcionada, para lo cual debió ser determinante la co­mún condición femenina (no se dirige al Emperador o a los Señores del Consejo de Indias o a Autoridades Eclesiásticas como los otros indianos). Por otro lado como mujer de estado representaba la sociedad, última destinataria del mensaje. No sabemos si coincidieron la máscara -la narrataria- y el sujeto histórico representado, y si este produjo actos en respuesta al pedido: sí sabemos que se cumplió la recepción en quienes somos alocutarios no concientemente previstos, que integramos esa entidad coletiva difusa llamada `sociedad'.
La Carta es el mensaje de una mujer de acción a otra mujer de acción. La destinataria, por su rango y entronque familiar representa el Estado, la Justicia por encima de intereses particulares, la Sociedad. Por eso podemos decir que Isabel, sin claridad del hecho, dirige su mensaje a la sociedad.

4. La autora. Isabel de Guevara es casi nada más que un nombre al pie de una Carta.
Tiene existencia solo como sujeto enunciante. Es el único texto de su autoría que conocemos, y por otra parte todo lo que hasta el presente sabemos sobre su vida es lo que ella misma allí nos trasmite. Sus artículos biográficos se limitan a decir que escribió una carta y a resumir recursivamente la información allí trasmitida. Avalan su historicidad investigadores y críticos como Enrique de Gandía, Pelliza, Centurión, Blas Garay, Furlong, Salas y otros. Su corta biografía figura en la Enciclopedia Espasa-Calpe, en obras generales como el Índice de Conquistadores del Río de la Plata de Lafuente Machain, el Diccionario Histórico de Santillán y el Diccionario biográfico de mujeres argentinas de Lily Sosa de Newton, donde erróneamente se la hace permanecer en Buenos Aires hasta l541, cuando en realidad fue de los fundadores de Asunción en 1537, según ella misma lo cuenta, y donde permaneció por lo menos hasta 1556. El punto de partida para su biografía es único: la Carta o su reelaboración por autores como Larreta o Mujica Láinez.
Prácticamente no contamos con otra referencia o dato sobre Isabel. Schmidel no la nombra. Ruy Díaz de Guzmán en su Historia de 1612 tampoco la menciona, pero tampoco menciona a otras mujeres, salvo aquellas que habían alcanzado ribetes de leyenda: Lucía Miranda, la Maldonada. Sí en cambio menciona a Don Carlos Guevara, Factor de S.M. -es decir, agente, funcionario de S.M.- entre las personas importantes que vinieron con Mendoza. Era Don Carlos un hidalgo, capitán de la Santa Catalina; conduciría más tarde una de las naves por el Paran  hasta Asunción, coincidente con el primer tramo que cuenta Isabel haber hecho, tal vez junto a quien sería su esposo, su amante, su amo, su padre, no lo sabemos.
El nombre de Isabel no aparece mencionado explícitamente en las "Relaciones" o listas que se labraban en los puertos de embarque, que todavía se conservan, aunque se podría conjeturar su inclusión bajo un nombre falso (?una de las disfrazadas de varón, según supone Larreta?), o su incorporación clandestina como la joven canaria raptada o su criada, que cuenta Schmidel. Aunque ni sus palabras ni su actuación ni su evidente autoestima son coherentes con la condición servil. A través de la carta se la ve más bien como una "señora", con un cierto predicamento so­bre el grupo de mujeres (de hecho, es la única que escribe y se atreve a trascender). Encontré una referencia que daría pie para sostener esta afirmación: en las listas de embarque transcriptas por Enrique A. Peña en 1936 leemos:
Domingo de Guevara... (borrado) e Don Vitor de Guevara, hijos de Don Carlos de Guevara e Doña Isabel de Laserna, natural de Toledo, pararon en dicha Armada... (Peña 1936, 27).
La parte borrada, la ambigüedad del plural, dan pie a la conjetura. En efecto, pararon -`se detuvieron', es decir, `formaron, integraron'- concuerda sin duda con los dos jóvenes Guevara, pero no está  claro si abarca también a Don Carlos y a Isabel, o ambos se nombran como era costumbre para informar sobre la filiación de los primeros. Esta interpretación sería la valedera si no su supiera que Don Carlos había venido, como también sus hijos; queda entonces la tal Isabel de Laserna, seguramente alguien importante porque mantiene el apellido de familia aunque luego podría haber adoptado el de su marido -más importante en América- con el que se identificaría cuando escribe desde Asunción, a pesar de estar casada entonces con Pedro de Esquivel. Carlos Guevara ya había sido muerto por los indios, juntamente con Ayolas, a poco de su arribo al Paraguay, al continuar hacia el Norte. Si la atribución es correcta, entonces nuestra Isabel era toda una señora. Pero aunque no lo hubiera sido, en la nueva patria pudo sentirse como tal y, lo que es más, sus años de trabajos le habrían otorgado el derecho de anteponer a su nombre un título de Doña que fue fruto de sus obras.
Si lo único que tenemos de ella es el texto, allí deberemos recurrir para saber quién era. Y lo primero que encontramos son datos de la grafía que apuntan a su procedencia andaluza *.
Isabel, como Juana, es también un personaje: ese Doña Isabel de Guevara con que cierra el texto parece más bien una máscara -como ya lo ironizara Groussac-, un nombre propio que ella misma se habría fabricado acá en América. El apellido coincide con el del Factor de S.M., Don Carlos Guevara -al mando de una de las naves- y de sus hijos acompañantes; el Doña, tal vez merecido fruto de sus obras, presupone negativamente que hubiese sido sirvienta o cuartelera, contra lo que el sentido común de muchos historiadores pensó de estas mujeres (aclara el texto además su estado de mujer casada). Tal vez fue realmente una señora, como parece indicarlo la actitud de autoestima implícita en ...sin que de mí y de mis trabajos se tuviese ninguna memoria.
Lo único que parece pertenecerle en verdad es Isabel, nombre típico de la mujer española, aunque por la ausencia de documentación hay quienes llegaron a pensar que ni siquiera esta Isabel existió. Ya hemos visto sin embargo que la falta de mención de las mujeres era norma. Planteado desde el problema de la verdad, podemos asegurar que contamos con un enunciado que partió de un emisor (femenino) hacia un virtual receptor (del mismo género), lo que en sí mismo es válido independientemente de la objetividad histórica.
De todos modos, si bien no hay documentación explícita, no encuentro motivos para no pensar particularmente que a la par de la Isabel enunciante había una Isabel histórica.
Veinte años habían transcurrido desde el desembarco. Isabel era ya una mujer madura, según los valores de la época una mujer acabada, no solo por la edad sino porque la rele­vancia de las españolas en Asunción habría decrecido notablemente  ante el sometimiento de numerosas indias jóvenes. En esa etapa de su vida y tomando las palabras de Alberdi al estudiar la condición de la mujer durante la colonia (cit. por Rodríguez Molas, 1982, 31), Isabel se atreve a ser algo cuando ya no es nada. ¿Por qué tantos años de silencio? Quizás fueron necesarios para prescribir de su ánimo todo sentimiento de trasgresión a las normas, que de un modo u otro lo hubo. Además había sido nombrada la Gobernadora, se abría la perspectiva de una inmigración oficial de mujeres. Pero hay una razón de más peso: la condición femenina de la autora. Asumido profundamente el sojuzgamiento, la actitud de servicio, el trabajar en planos secundarios o alejados, solo la experiencia de lo vivido hasta llegar a la etapa reflexiva de la madurez le habría permitido elaborar esa nueva dimensión de lo humano a que nos referíamos al principio, y, consecuentemente, a pesar de mujer atreverse a alzar la voz. Necesitó tiempo para superar los márgenes estrechos impuestos a su sexo por la cultura europea -más aún la española en pleno siglo XVI- y acceder a la toma de conciencia: primero, de la importancia de su participación junto con las otras mujeres a la par de los hombres; segundo, de su derecho a una recompensa personal; y tercero y fundamental, de su derecho a expresarse, a comunicarse. Todo este proceso fue necesario para que Isabel llegara al acto de "escribir" y, aunque solo fuera por esa única vez en su vida, se apartase de la parábola común a muchas mujeres de muchas épocas, consumada sin aventurarse en los espacios de lo excepcional (A. Morino, 1987, 7). Escribe para salir del oscuro destino a que la reducía su condición servil. Escribe relatando su verdad y reclamando que le paguen a ella, una mujer o -mediante una concesión de época- a través de un cargo importante para su marido por los servicios que ella había prestado. Su texto único y singular la salva del anonimato en que se encuentran muchas otras desconocidas que seguramente ayudaron a mover la historia de la humanidad, y sirvió para que con justi­cia se le otorgara el título de la primera feminista del Río de la Plata.
Cuando Alberto M. Salas le reconoce ese mérito no está forzando la historia. Si bien en Occidente el movimiento como tal se expresó con claridad en el siglo XX, la actitud feminista en sentido amplio pudo darse en cualquier época, a veces en forma clara y definida, otras vaga e imprecisa, porque se trata de un hecho vital que en un momento dado hace eclosión en la vida de las personas. Es parte de la tendencia a la libertad y la justicia que surge aún en los sectores más oprimidos y en las épocas más esclavistas. A veces este íntimo anhelo muere poco a poco en el ser humano, otras crece a contracorriente y trata de romper las barreras que lo contienen, porque responde a un instinto de vida.
El feminismo de Isabel no llegó a ninguno de los extremos ni tampoco consistió en tratar de repetir lo que fue el conquistador español. Siempre ateniéndonos a la Carta, no vemos en las mujeres la actitud dominadora,  vida de riquezas, de aquél, que se convirtió en funesta sensación de derrota ante el fracaso. Por el contrario muestra una actitud comprensiva y tolerante, solidaria con el que sufre y, cumpliendo aquello de que "obras son amores", luchadora y laboriosa. Es también evidente su aceptación incuestionada de la realidad, seguida de una adaptación inmediata a las circunstancias, actitud muy propia de la mentalidad femenina que subyace en su especial dominio del arte de la supervivencia, puesto acá de manifiesto.
Dos detalles quiero aún señalar del texto: uno es que la única vez que cuenta Isabel que las mujeres manejaron armas -versos y ballestas- fue en situación de defensa, cuando los indios atacaban, durante el sitio de Buenos Aires; el otro es que, ya en Asunción, ellas debieron acometer la tarea de labrar una tierra fértil pero salvaje, hasta que los hombres se repusieran y señorearan la tierra, poniendo a trabajar a los indios... Este contraste de actitudes que Isabel narra con naturalidad, como cosa aceptada, es lo que diferenció a hombres y mujeres. No se trata de superioridad espiritual de un sexo sobre otro: el sometimiento tradicional de la mujer la preservó de caer en los errores del poder. Es cierto que en sus aspiraciones finales no cuestionó los privilegios de la raza blanca, partícipe de una discriminación que la época consideraba legítima. De todos modos, dentro de estos condicionamientos de época que construyen por otro lado el sentido de la conquista, al cual Isabel no fue ajena, su percepción de cierto orden justo y su actuar la muestran vinculada con un concepto avanzado del feminismo, aquel que según Theodore Roszak intenta dignificar los elementos reprimidos de la personalidad humana por haber sido etiquetados como "femeninos": la pasividad, las cualidades maternales, no explotadoras, blandas, no agresivas, no violentas, las actitudes amables y respetuosas ante la naturaleza, que existen tanto en hombres como en mujeres.

5. Las marcas del lenguaje. Una aproximación más analítica al discurso nos permitirá visualizar mejor el sujeto histórico femenino. Al abordar el contenido se siente la tentación de recontar lo ya contado por Isabel, pero es innecesario porque el texto habla por sí solo. Se pueden distinguir en él dos partes: la primera, más extensa, es narrativa y se refiere a la participación del grupo femenino a partir de la terrible hambruna en Buenos Aires a poco de creada la población, y la huida por el Paraná hasta arribar a Asunción; nos referiremos a esta parte cada vez que hablemos del `relato'. La segunda consiste en el párrafo final; es apelativa, contiene su reclamo.
No hay introducción al relato, no hay casi referencias geográficas o cronológicas. Es la versión de algo que ya está relatado, más aún, que es `cosa juzgada', caso cerrado: los hechos del relato van de 1536, fundación del puerto de Buenos Aires, hasta aproximadamente 1538, las primeras cosechas en Asunción, y ella escribe unos veinte años después. Seguramente lo que cuenta no era desconocido pero hay una intención de explicitar lo que una tácita complicidad cultural mantenía callado. Lo cuenta desde un punto de vista femenino de la época, del punto de vista de quien va siguiendo la trayectoria del grupo humano sin preguntarse hacia dónde, cómo, por qué. No hay cuestionamiento de los hechos ni de las decisiones tomadas; sin embargo, otros contemporáneos habían enjuiciado la expedición de Mendoza, basta con recordar el Informe de Acosta, el Juicio de Osorio, el Romance de Luis de Miranda. En la Carta hay una aceptación coincidente con el rol asignado a su sexo.
Unos pocos indicios permiten armar el hilo conductor del relato, cuyo cuerpo principal lo ocupa la recordación de las tareas que ellas y sus compañeras acometieron en tres situaciones: el sitio de Buenos Aires (1er. párrafo), el primer tramo de navegación por el río Paran  hasta el Carcarañá (2do. párrafo), el segundo tramo hasta Asunción y final asentamiento (3er. párrafo). 
Tomando como base la tipología de los enunciados narrativos que propone Kerbrat-Orecchioni, el texto pertenece al tipo de discurso escrito de comunicación unilateral y respuesta diferida. El primer receptor es la misma Isabel -suponiendo que ella hubiera realizado el trabajo escritural efectivo- y/o algún escribiente, en ambos casos con un posible efecto mesurador. En parte corresponde al tipo "memoria", pues hay un desfasaje entre la cronología de la codificación -precisada al pie: 2 de julio de 1556- y la de los hechos narrados, indicada por la referencia a hechos conocidos. Al final se produce un salto al presente, dejando en el medio un espacio temporal vacío que resulta significativo.
El sentido global puede articularse en dos momentos. En el primero, que abarca la parte más extensa del texto, predomina el contenido proposicional o informacional, en el que se hace explícito lo que en los textos contemporáneos subyace como implícito: la presencia de mujeres en la Armada. Esto se informa ya al comienzo y casi sin introducción: "A esta provincia del Río de la Plata, con el primer gobernador de ella, Don Pedro de Mendoza, habemos venido ciertas mujeres".
Una presencia en este caso y dadas las circunstancias históricas que se predica como activa, decisiva, imprescindible para la supervivencia: "si no fuera por ellas, todos fueran acabados".
Recordar las acciones del grupo femenino -al que señala pertenecer- constituye el argumento en el que se apoya para reclamar una recompensa, que es el tema de la segunda parte. La articulación está  expresamente indicada: "He querido escribir esto para..."
Así la primera parte sustenta, justifica la segunda, que solo pudo concebir mentalmente en ese momento por un cambio en el contexto extraverbal, como veremos después. Pero podemos pen­sar también que es el acto de pedir el que justifica la narración informativa: Isabel se atreve a salir del anonimato a que la somete su condición de mujer y se da derecho a sí misma a relatar la verdad -su verdad-, a descubrir lo oculto, a decir lo que nadie había dicho; es la posibilidad de esgrimirlo como argumento lo que le da permiso a actualizar el relato. En realidad debemos reconocer una doble actitud pragmática: conseguir bene­ficios materiales -reclama tierras, indios- y modificar el contexto cultural mediante el reconocimiento del título de conquistadoras con que la posteridad salvó la omisión de sus contemporáneos.
La primera parte presupone la existencia de otros informes ya elevados a la Corona o que oportunamente se elevarían, lo que la decide a economizar: Esta relación bien creo que la escribir n a V.A. más largamente y por eso cesaré. En efecto, omite datos y hechos particulares, su narración es generalizadora, en parte por una norma de pertinenecia o tal vez porque, aunque la carta sola exterioriza un enfrentamiento polémico, en cierto momento calla, como acatando una norma de cortesía o de urbanidad. Aunque quizás ese rasgo de imprecisión que observamos está  determinado fundamentalmente por su perspectiva de mujer-sirvienta, que actúa en función de otros pero que no decide ni registra.
La carta de Isabel surge para llenar un vacío, una ausencia. Ella cuenta lo que nadie había dicho (ley de informatividad): el papel de las mujeres. El mayor cuerpo del relato consiste en enumerar todas las tareas realizadas en tanto les asigna relevancia (ley de exhaustividad), al menos todas las que surgen del enunciado: no aparecen acá actuando en el rol de enamoradas (eufemismo de la época), sino realizando tareas de servicios. Y acá está  lo nuevo, lo impensable para los cánones de la época: la valorización del trabajo femenino.
Pero siguiendo con las leyes del discurso llegamos al punto más discutido: ¿se cumple la ley de sinceridad? Las dudas sobre la veracidad de las referencias históricas van hacia afirmaciones absolutas del tipo de en ellas estaba la vida de ellos, que plantean en primer lugar la cantidad de mujeres-soldados que debieron integrar la Armada para que pudieran haber cumplido un rol tan fundamental. Enrique Larreta le da pleno crédito, afirmando que vinieron muchas mujeres, pero la mayoría solo cuentan unas diez en total. Aunque la constatación es imposible, de todos modos,  y además de reconocer la fuerte carga subjetiva del enunciado, el sentido de la proposición puede considerarse verdadero desde una perspectiva particular, de alcance limitado, sobre todo teniendo en cuenta que las dudas se originan más bien en la vacuidad de los significantes ellas y ellos. Apuntan anafóricamente a las mujeres y los hombres, mencionados en ese orden en forma genérica, omitiendo informar si se refería a los soldados o tan solo a algunos, a los que ellas servían, los capitanes, determinaciones no registradas, como si fuesen no pertinentes. Pero el sentido fundamental es la toma de conciencia, el haber accedido a pensar su papel como protagónico.
Es cierto que los indianos gozaron de cierta impunidad también en los relatos: la fabulación entraba dentro de su modo de contar. Al analizar este rasgo T. Todorov da prioridad a la recepción: “Un hecho pudo no haber ocurrido, contrariamente a lo que afirma un cronista determinado. Pero el que éste haya podido afirmarlo, que haya podido contar con que sería aceptado por el público contemporáneo, es algo por lo menos tan revelador como la simple ocurrencia de un acontecimiento, la cual, después de todo, tiene que ver con la casualidad. La recepción de los enunciados es más reveladora, para la historia de las ideologías, que su producción, y cuando un autor se equivoca o miente, su texto no es menos significativo que cuando dice la verdad: lo importante es que la recepción del texto sea posible para los contemporáneos, o que así lo haya creído su productor. Desde este punto de vista, el concepto de `falso' no es pertinente”. (T. Todorov, 1987, 60)

Claro que el asunto tiene varias vueltas: Isabel revela una verdad que había sido falseada por omisión (los relatos anteriores a ella), omitiendo al mismo tiempo datos (lo que para algunos vale como falso para su discurso) pero contando con la posibilidad de recepción y alentando la esperanza de una respuesta extraverbal que la beneficiaría con justicia (búsqueda de efecto perlocutorio estimulada por las nuevas circunstancias).

La carta en sí misma evidencia un proceso de autovaloración de la enunciadora, tal vez como resultado de madurez, experiencia, trabajos. Es significativa la forma en que se introduce en el relato. Comienza con la mención del lugar, en el que se afirma mediante la abundancia de deícticos: A esta provincia..., luego dirá esta ciudad, esta tierra, que se oponen al allá Vuestra Alteza, marcando la distancia geográfica que es la que permite en la Conquista un reacomodamiento de los roles sociales y relativiza la efectividad del poder. Luego marca el tiempo, no a través de la mención de fechas -la única que se da es la del presente, supuestamente el T(o) de la carta. La referencia cronológica se da solo por la mención del personaje histórico de prestigio: con el Primer Gobernador de ella, Don Pedro de Mendoza; en relación con este, luego se opondrá los antiguos a los modernos. es como si no existiera el tiempo sino los hombres, a los cuales se subordinó hasta el T(o). La expresión deja implícita la idea de que hubo luego otros gobernadores, ya sabemos, no siempre legítimos, constantes intrigas, conflictos de poder.
La circunstancia tiempo-espacio es lo conocido. Sigue el elemento nuevo, informativo: habemos venido ciertas mujeres, entre las cuales ha querido mi ventura que fuese yo la una. Es destacable la perífrasis próxima a fórmula retórica, reforzada por el habemos venido arcaizante, con que se menciona a sí misma, que tiende a enfatizar la Primera Persona Singular, por lo demás explícita. 
En lo referente al léxico, atenderemos especialmente al uso de dos sustantivos que definen a nuestro personaje: mujeres y trabajos.

Mujeres es el único sustantivo con que nombra al grupo femenino. El uso de este término `neutro', cuyo principal rasgo semántico tiene que ver con lo biológico, ha hecho pensar a la mayoría de los historiadores que se trataba de prostitutas. Pero encontramos que el sustantivo denota claramente `sexo femenino' y también desde muy antiguo el estado civil de `casada'-rasgo cultural o social-, sin connotaciones axiológicas según Corominas. No comparte los valores de manceba (cf. cap. 2). La única razón por la que puede pensarse que mujer se usa en la carta en el sentido de `prostituta', como lo han querido ver algunos historiadores, es porque incluye el rasgo semántico mencionado * , lo cual apuntaría más bien a una lectura ideológica del analista. En realidad, si lo eran o no incumbe a lo extra­textual, aunque es impensable que Isabel se mencionara a sí misma y al grupo femenino con un término desvalorizante y socialmente no aceptado. Los trabajos que ella menciona, y por los que reclama una paga, no incluyen el tipo de servicios en los cuales se piensa.
Por otra parte y ateniéndonos a los usos del lenguaje que hemos podido constatar en nuestro material, encontramos que en testimonios labrados en Asunción a mediados del siglo XVI se distinguen justamente mujeres, por `casadas', del eufemismo enamoradas (De Gandía, 1936, 23, 109). De todos modos es necesario señalar la gran imprecisión en el uso. En Carta de Alonso Agudo de 1545, se dice que los conquistadores se pro­curaban mujeres indias para servicio, y los indios se las daban por mujeres, a las que recibían llamándolas mujeres y usaban de ellas como si fuesen sus propias mujeres (De Gandía, 1936, Doc III, 91).
Lo que sí el uso implicaba, por negación, la ausencia de jerarquía social: no son damas ni señoras, ni esposas, pero tampoco mancebas ni mozas. Usó un término neutro. Una explicación banalizadora de esta elección sería que Isabel se propone ignorar jerarquías porque no las habría, de donde se ratificaría para algunos el que todas hubieran sido cuarteleras o al menos de baja extracción. Pero también podemos pensar que la elección del término surge de una actitud vital, que deja de lado diferencias coyunturales, ya que las continuas situaciones límites vividas habrían tenido un efecto igualitario sobre señoras y siervas. O también por un interés en contrastar la conducta de las mujeres con la de los hombres (en ellos tampoco marca diferencias jerárquicas), quienes por otro lado eran los únicos que detentaban derechos, en tanto a ellas la condición femenina les daba solo obligaciones.   
Parece claro que la elección del sustantivo obedece a esta intención diferenciadora. En efecto, el relato apunta a señalar la conducta luchadora de éstas en contraste con los hombres inánimes, enfermos, ganados por un designio funesto. Ellas entonces acometieron las tareas tradicionalmente masculinas sin ayuda de nadie, sin desatender la comida y el cuidado de heridos y moribundos. Por ser único sustantivo referente, produce un efecto igualador de posibles diferencias socioculturales si las hubo, que en las continuas situaciones límite vividas habrían perdido toda vigencia. El sustantivo aparece cargado con distintos subjetivemas adjetivos de intensidad creciente, que cumplen una función conativa sobre el destinatario: son ciertas mujeres que no sabían lo que les esperaba, pobres mujeres durante el sitio, fatigadas mujeres en la navegación, desdichadas mujeres en el último tramo.

Ellas, no los hombres, aparecen como sujetos activos de los trabajos, sustantivo con el que engloba las tareas físicas relacionándolas con esfuerzos, sufrimientos (valor etimológico), preocupaciones. La enumeración de todas las tareas, tanto  las `mujeriles' como las otras, se abre arriba con todos los trabajos cargaban de las pobres mujeres, y se cierra al final con que mis trabajos quedasen tan olvidados; por todos ellos, sin marcar las diferencias, pide su recompensa, en lo que podemos leer ya un atisbo del concepto de `trabajo' como valor de cambio.

Este es el otro término que quiero destacar. Los trabajos, además de la acepción antigua de `dificultad, impedimento', `pena, molestia' (M. Alonso) y luego en el Siglo de Oro `sufrimiento, dolor, pena' (uso clásico), dentro de su campo semántico podía abarcar la acepción más concreta de `tarea o labor', en tanto provoca padecimientos, que es la que prevaleció en el significado actual de la palabra. Esta es la acepción que aparece en el texto y no el de simple sufrimiento moral, tal como se entiende en la cita de arriba, que continúa: lavarles las ropas como en curarles, ...alimpiarlos, hacer centinela... etc. En cuanto a que incorpora el significado de `valor de cambio', pensado tanto para las tareas extraordinarias como para aquellas que `corresponden' a la mujer y que allí aparecen mencionadas al igual que las primeras, nuestra interpretación tal vez va más allá de la intención de la autora al menos a nivel conciente, teniendo en cuenta la época, pero procede simplemente de una inferencia lógica. Lo que reclama es una recompensa por haber participado en la conquista, mientras que dice haber actuado por caridad. De todos modos ambas actitudes se superponen y el resultado se anticipa a los reclamos feministas.

La referencia a sí misma se realiza mediante los deícticos de persona y el sustantivo con el que se identifica: mujer, analizado arriba. El yo la una, que aparece focalizado al final, lo presenta en la fórmula como resultado de un hecho aleatorio -tal vez feliz, por la connotación que entonces tenía el sustantivo ventura, lo que está dicho más bien en función de la o los destinatarios, o es la voz del enunciante destinatario. Acá una no es indefinido, por la presencia del artículo determinante, puede tener valor cardinal u ordinal (¿la primera?).
Es la única vez que aparece yo en lo narrado. Luego utiliza el plural, que la presenta como representante y voz del grupo femenino. Solo en dos casos el plural incluye con certeza al grupo en su conjunto, en lo demás hay una clara diferenciación entre hombres y mujeres que tiñe el lenguaje. Cuando usa el plural, en algunos casos se refiere a los hombres, exclusivo sujeto de verbos como determinar o señorear, otras veces se refiere a mujeres, exclusivo sujeto del verbo servir.
Pero lo más llamativo es la enálage[1] de persona, es decir, la aparente incoherencia de persona gramatical. Veamos: para designar al grupo, más frecuente que la Primera Persona Plural aparece la Tercera, que también usa para designar a los hombres, o con menos frecuencia al grupo humano en general. Esto sobre todo cuando se refiere a los trabajos, a pesar de que la Carta la presenta a ella participando activamente:
las fatigadas mujeres los curaban y los miraban y les guisaban..., pasaron tanto trabajo las desdichadas mujeres..., los servicios del navío los tomaban ellas tan a pechos..., las mujeres volviesen de nuevo a sus trabajos..., a estas cosas ellas no eran apremiadas...
De algunos de estos verbos dependen formas no conjugadas que enumeran tareas: alimpiarlos, hacer centinela, armar las ballestas..., trayendo la leña a cuestas, animándolos, sirviendo de marear la vela y gobernar el navío y sondar la proa y tomar el remo..., etc. etc.  
Uno se pregunta si este uso es producto de una prosa desaliñada, imperfecta, o si tiene otras razones. En el relato nos encontramos con la siguiente distribución:
1. usa solo una vez la 1ra. persona referida al hablante, con verbo de estado o pertenencia: ha querido mi ventura que fuese yo la una;
2. para referirse al grupo de mujeres:
         -1ra. persona plural ( en un solo caso con verbos de acción): las mujeres nos sustentamos con poca comida;
         -3ra. persona plural, generalmente con verbos de acción: todos los servicios del navío los tomaban ellas tan a pe­chos;
3. para referirse al grupo de hombres usa la 3ra. plural, la mayoría en frases que indican `estado', en dos casos `toma de decisión, orden': vinieron los hombres en tanta flaqueza..., determinaron subir el río...
4. para referirse al conjunto de hombres y mujeres usa una vez loa 1ra. plural y dos veces la 3ra. plural (en un caso la referencia no es clara): y como llegamos a una generación de indios...
La mayor frecuencia se da en la 3ra. plural referida a los hombres con verbos que indican `estado' o `toma de decisiones', y la 3ra. plural referida a mujeres con verbos de `acción', entre estos los que se refieren a tareas específicamente `masculinas'. La variación señalada presenta una aparente anomalía, ya que si ella integraba el grupo sería esperable el `nosotras'. Pero como el objetivo es señalar diferencias de conductas, lógicamente corresponde establecer la coherencia contrastiva entre conjuntos del mismo orden, lo que fundamenta formalmente la preferencia de ellas frente a ellos. La oposición entre hombres y mujeres se ve clara en el primer párrafo:
la armada llegase... con 1.500 hombres y les faltase el bastimento..., murieran los mil... vinieron los hombres en tanta flaqueza que todos los trabajos cargaban de las pobres mujeres...*
La 3ra. plural aparece, en ellas, ligada a verbos que indican acción, entre estos los que se refieren a tareas específicamente masculinas. La preferencia de ellas podría explicarse por la valoración negativa de las tareas manuales en la época -ya en las Coplas se oponen "los que viven de sus manos / y los ricos"-, que llegaba tanto a amos como a sirvientes, pero también reforzaría la idea de un papel directriz, de señora o de líder para Isabel, quien se designa al principio como la una -con valor de numeral cardinal o tal vez de `la una', `la única', `la primera'. A este efecto concurren otros elementos de la Carta para apoyar que ella era una señora: la parquedad digna con que relata los hechos, el que reclame no solo por sus trabajos sino también por quién era, las posibles alusiones a un conocimiento anterior por parte de su destinataria, Juana de Austria, hacen pensar que pudo tratarse de una mujer importante socialmente. Si la Armada de Mendoza se distinguió porque traía gentileshombres, mayorazgos y no pocos dones y señores, nos es lícito preguntarnos por qué no podría incluir también señoras o doñas. En el ensayo de T. Piossex Prebisch (La Nación, febrero 1989) se dan abundantes datos de que en otras expediciones las hubo.
Hay una razón más que desde un nivel profundo incide en la elección de la 3ra. persona: el efecto de distanciamiento que le es inherente. No solo entre el yo líder y el conjunto sino también entre hombres y mujeres, por una necesidad diferenciadora, que exige establecer el contraste entre `ellos' y `ellas' (conjuntos del mismo orden). Pero teniendo en cuenta que la enálage se produce sobre todo con verbos que indican `acción', especialmente los referidos a tareas tradicionalmente masculinas, como son las militares y de navegación, su empleo parece responder a una expresión inconsciente de distanciamiento, una sensación de extrañamiento, cuando en otro tiempo y otro lugar `ellas' habían realizado tareas manuales, impropias de su sexo, e incluso impropias de la condición de señora, y al verse a sí mismas en roles totalmente distintos a los pensados para su sexo.
Que Isabel participó de esas tareas masculinas es una verdad que se desprende del texto, independientemente de si existió el hecho histórico o no; esto implicaría el uso del nosotras, pero en el relato de los recuerdos, veinte años atrás, se produce el extrañamiento que impone el ellas. La participación de la autora queda sobrentendida por el reclamo, que se funda justamente en mis trabajos, injustamente olvidados, por lo que se siente merecedora de alguna paga. Reaparece allí la primera singular, en el último párrafo, donde el tema no es el recuerdo sino el reclamo, la apelación, y el tiempo es el presente.

Los hechos están narrados en un tipo de enunciación asertiva, reforzada a veces por los adverbios de valor afirmativo: Bien creo..., bien creerá  V.A., o por las referencias a otras fuentes de conocimiento: traer a la memoria..., como allá V.A. sabrá... Ciertas expresiones dan a entender el presupuesto de un concepto del ser humano masculino vinculado a ideas de fuerza, resistencia, valentía: palabras varoniles (las que les decían ellas para animarlos), para los hombres eran los trabajos, si no fuera por la honra de los hombres muchas más cosas escribiera con verdad: acá hace presuponer que lo que calla es similar a lo que acaba de relatar, tiene el mismo valor axiológico, por lo tanto la idea de `deshonroso, vergonzante' que expresa la primera cláusula vale también para lo relatado aunque no esté expresamente dicho. Así contrapone la flaqueza (debilidad) reiteradamente observada en la conducta de los hombres (explícito) con la valentía y fuerza que les correspondería como atributo inherente (implícito). Del relato se puede desprender un sobrentendido: `los hombres no se portaron como hombres'. Y a continuación un segundo: `las mujeres se portaron como hombres'. Lo que no obstó para que tiempo después, cuando aquéllos se repusieron, señorearan la tierra, es decir, tomaran posesión de ella y dominaran a los indios.

Hemos traspasado continuamente los límites entre texto y contexto. Es que la carta de Isabel, en cuanto hecho lingüístico, impone el marco de situación que le da origen y nos hace adentrar aún más en el mismo. Nos preguntamos por ejemplo cómo hicieron las mujeres para sobrevivir en semejante situación límite y encima apoyar a los hombres. Isabel misma da una respuesta: que les bastaba con una menor cantidad de alimentos. Pero podemos encontrar otras, no todas dichas: primero, que justamente tenían a su cargo una tarea clave para la recuperación de energías, la cocina. Según cuenta, ellas habían sabido amañarse para hacer tolerable a los organismos anoréxicos de los hombres una alimentación misérrima, desprovista de un ingrediente fundamental en la mesa europea: el pan, y además para no caer ellas mismas en una fatal desnutrición.
Sin duda que hay otras razones, que ella misma da. Habla de que la situación estresante que todos vivían obraba como estímulo para sacar fuerzas de flaqueza. La razón de por qué esto solo se daba en las mujeres podría encontrarse en lo que dice de una actitud maternal -muchos soldados eran adolescentes-, un sentimiento de compasión y solidaridad, un sano sentido de emulación de unas con otras. Además ellas habían venido a servir, ellos a mandar, eso se lee en el relato. Pero aparte de los roles asignados, el trabajo socialmente importante exigía nuevas destrezas que les permitían superar el lugar oscuro y postergado a que la sociedad las había relegado. No es necesario hacer un gran esfuerzo para imaginar con qué satisfacción habrían dejado -al menos temporariamente- el lavado de platos y calzas u otras rutinas para treparse a un mástil, juguetear con el timón, cargar una ballesta o mirar cuánto se hundía la sonda en las aguas del río.
Quedarán pendientes otros aspectos del enunciado, pero antes de terminar quiero referirme a un hecho significativo: que esta carta sea única de su autora y única en su tipo, al menos según lo que sabemos hasta hoy, a pesar de que hubo un fluir más o menos constante de mujeres hacia América. Es fácil encontrar razones. En primer lugar, el contexto cultural e ideológico internalizado como competencia en el sujeto enunciante lo autorrelegaba al anonimato de puertas adentro. Los `actantes' de la Conquista, en cuanto eufemismo por `la guerra'(Todorov, 59), son hombres; los rasgos fundamentales de esta guerra: violencia, sometimiento, impunidad, saqueo, determinaban el predominio de la fuerza física. El móvil de los españoles en estas tierras, en los primeros veinte años, fue el de hacer entradas tendientes a descubrir, para luego despojar, el cerro de la plata. Acá no convenían las mujeres.
Dentro de ese marco un hecho histórico actúa como catalizador de cambio: el descubrimiento de Potosí en jurisdicción del Perú, en l548, los hace abandonar la quimera de la plata y el oro para pensar la conquista en empresa colonizadora con miras a la explotación agropecuaria de la tierra, transformación que sustenta las leyes de Irala en 1556. Mediante ellas se consolida el reparto de tierras y el de unos cien mil indios entre unos trescientos españoles (Rodríguez Molas, 1985, 51). A diferencia de la etapa anterior, en ésta la condición de mujer no era obstáculo real para administrar un solar (treinta años más tarde Garay daría títulos de propiedad a una mujer); pero Isabel, casada con Pedro de Esquivel -un soldado que había tomado partido en contra de Irala y además era de los modernos, los nuevos, con menores derechos- está  entre quienes nada reciben, lo que entonces moviliza sus reclamos. En esta nueva circunstancia es entonces la posibilidad de un resarcimiento, sumado a una lenta toma de conciencia, lo que conduce al acto ilocutorio.
Es tal vez la misma finalidad pragmática la que la silencia. Isabel relata sus recuerdos en función del pedido expresamente  formulado. Es innegable que al ponerse en igualdad de derechos con los conquistadores hombres  supera su propia competencia cultural, o al menos avanza sobre la ideología de la época. Pero aparentemente su intento reivindicatorio se agotó en la carta. No sabemos qué siguió al men­saje: si obtuvo una respuesta fáctica o verbal, o si no tuvo ninguna, o si ni siquiera fue leída por la Princesa Gobernadora. Por ahora esta historia no tiene `próximo capítulo'.
La carta perpetuó un momento singular. El vacío de lenguaje del antes  y el después, así como el vacío de memoria (en la carta) que va de 1538 a 1556, dicen del regreso de la mujer al trabajo socialmente intrascendente, a una forma de participación mediatizada dentro del grupo humano.
La Plata 1996

[1] Cambio en la concordancia teniendo en cuenta el referente.

1 comentario:

  1. Anónimo1:34

    Dice Felipe Pina sobre Gladys Lopreto que es "la investigadora que más exhaustivamente ha trabajado sobre este documento". En: Pigna F. (2011): Mujeres tenían que ser. Buenos Aires, Planeta, pág. 81

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